La legitimidad de la competencia
Ocurre que la falta de competencia es indicativa de privilegios. De ausencia de mérito para ganarse el mercado y de rentas excesivas en beneficio de un grupo y en desmedro de los consumidores. En cambio, una economía competitiva es una economía de acceso abierto, sin privilegios.
Los economistas solemos valorar la competencia por razones de eficiencia. Después de todo, ella garantiza que, para prevalecer en el mercado, haya que producir al menor costo. Esto significa un uso eficiente de los recursos y, para el consumidor, acceder a la mejor combinación calidad-precio. También valoramos que la competencia sea el gran catalizador de la innovación. De la destrucción creativa que provee incesantemente nuevos productos y aplicaciones.
Siendo todo esto muy cierto y fundamental, la competencia tiene una importancia tal vez más profunda: la de legitimar al mercado. Ocurre que la falta de competencia es indicativa de privilegios. De ausencia de mérito para ganarse el mercado y de rentas excesivas en beneficio de un grupo y en desmedro de los consumidores. En cambio, una economía competitiva es una economía de acceso abierto, sin privilegios.
Una economía de acceso abierto significa un capitalismo de base amplia, con múltiples emprendedores que tienen oportunidad de competir en una cancha pareja. Por lo mismo, la legitimidad del mercado se resiente si los nuevos entrantes se ven limitados por prácticas anticompetitivas, cuando no por la regulación, máxime en casos en que ella es influenciada por las propias empresas incumbentes. También es fuente de deslegitimidad y frustración para un emprendedor cuando una gran empresa de la que es proveedor abusa de su posición y le paga a varios meses. Mala práctica que, según hemos visto, puede ser bastante extendida.
La ciudadanía valora la competencia y se indigna cuando se atenta contra ella. Y con razón: afecta directamente a su bolsillo. Si la colusión es el peor ataque a la competencia, es también el más mediático ya que usualmente involucra a empresas conocidas y de gran tamaño. Por lo mismo, su efecto en la opinión pública puede ser devastador –lo hemos visto- para la legitimidad del mercado.
Pero hay un cúmulo de otras prácticas más soterradas que van incubando profundo descontento. Contratos con letra chica, cláusulas inentendibles o planes incomparables, trabas absurdas para poder cambiarse de compañía, son todas expresiones de un entorno poco competitivo y fuente de justificado disgusto ciudadano que va deslegitimando al mercado. Un sentimiento que, cual "Bombita" –el notable personaje de la película "Relatos Salvajes"- puede terminar mal.
Cuidar la legitimidad del mercado es crucial. De aquí que la libre competencia deba ser fervientemente defendida y sus atentados drásticamente castigados. Chile ha avanzado hacia una institucionalidad regulatoria de estándar mundial en la materia. Pero la regulación no puede ser toda la respuesta. La autorregulación también es clave. Para ello es necesario que las empresas incumbentes entiendan que la mejor protección de la economía de mercado frente a sus críticos es tener un capitalismo de base amplia. Uno con miles de emprendedores y consumidores que, percibiendo al mercado como un juego justo, valoren en plenitud sus enormes beneficios y se transformen en sus mayores defensores.
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