Lavín Z

Joaquín Lavín
Joaquín Lavín

Frente a la ausencia de relato del gobierno y de lo queda de la Nueva Mayoría, en el caldo de cabeza del Frente Amplio, en el matonaje patriotero y ultra de Kast; la épica de Lavín consiste en terminar de volverse un meme y arroparse con el candor de un chiste viejo para parecer inofensivo.



Joaquín Lavín está de vuelta. Ahora mismo la última encuesta CEP lo menciona como el político mejor evaluado del país. La encuesta salió el mismo día del cambio de gabinete y lo eclipsó. Y si la renovación de ministros de Piñera fue algo más bien apagado y anémico, los números del CEP operaron desde cierta sorpresa, al modo de un relato paralelo que opacó al del gobierno. Y Lavín resucitó ahí. Tiene esa habilidad: la de desaparecer para luego retornar más allá del tiempo y el espacio, presentándose como un héroe de sus propias causas, alcalde eterno de un país que quiere presumir como idílico pero que solo puede exhibir como Pelotillehue, el pueblo de Condorito.

Esa es su puesta en escena, algo que explota la ausencia de toda vergüenza; una consigna que dibuja el futuro del país como una tira cómica donde, por ejemplo, los únicos programas políticos que importan son los matinales. No digo nada nuevo con eso. Por ahí circula un video del año pasado que dura 4 minutos y donde aparece con el muñeco de un bebé en los brazos como si fuese un niño verdadero. Está en su oficina de la municipalidad de Las Condes, supongo. La guagua falsa llora sin parar. Lavín le da leche con una mamadera, le cambia los pañales en un sillón. Explica que se trata de un programa que promueve la paternidad responsable. Los estudiantes de la comuna podrán llevarse las muñecas a casa y así aprender. Todo es extraño y se vuelve aún más extraño pues medio minuto antes del final, él saca otro bebé falso. El bebé ahora es moreno y el llanto mecánico no se detiene nunca mientras Lavín dice: "Es importante enseñar el abuso de alcohol y drogas durante el embarazo. Por ejemplo, esta es una guagua afroamericana en que la madre abusó de las drogas durante el embarazo. Es una guagua que tiene una conformación especial, que llora mucho y que tirita porque está con el síndrome de abstinencia. Es bien impresionante. Hay también un simulador de embarazo, que se le pone a los hombres para que ellos sepan y de alguna forma sientan qué significa tener un embarazo de nueve meses".

¿Demasiado? No. Para nada. Todo está ahí. Ya hemos visto cómo Lavín se ha disfrazado de indígena y de Mario Bros, cómo ha tratado de hacer llover o ha creado playas artificiales y canchas de esquí en la ciudad. De hecho, esta semana mostró hoteles ataúd para las personas en situación de calle de Las Condes y avisó que había fundado una patrulla de adolescentes encubiertos que fiscalizarán cómo se les vende alcohol a menores de edad. Los chicos van a hacerse pasar por clientes. "Lo que yo quiero es que no le vendan, pero quiero que si le venden tener la prueba, porque esa prueba me va permitir clausurarle la patente de alcohol", dijo.

En la coyuntura local de la ausencia de proyectos políticos de fuste, el de Lavín se sostiene por su empeño solapado. Es un zombie alegre que aparece en todas las películas acerca de nuestro presente, así como en sus secuelas. Así, frente a la ausencia de relato del gobierno y de lo queda de la Nueva Mayoría, en el caldo de cabeza del Frente Amplio, en el matonaje patriotero y ultra de Kast; la épica de Lavín consiste en terminar de volverse un meme y arroparse con el candor de un chiste viejo para parecer inofensivo. Para qué discutir pactos sociales, nuevas constituciones o paridad si podemos postear, tal y como él lo hizo el año pasado, la noticia de un gatito arriba de un árbol. Pero tras la pavorosa normalidad de aquel gesto se esconde algo quizás aún más terrible: Lavín renunció hace tiempo a cualquier espesor que no sea el de presentarse como su propia caricatura y a definir sus ideas desde la amabilidad de una broma, sonriendo mecánicamente como respuesta a todo. Por lo mismo, su ideología está hecha de lo inmediato, de lo superficial, como si confirmase que su verdadera cara es la de la parodia que acomete sobre sí mismo todo el tiempo, del simulacro como el único rostro posible en la política.

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