Modernidad mapuche: un camino de salida

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Este horizonte debe construirse siempre en diálogo con las comunidades mapuches y no mapuches, pero con un norte claro. Reeditar la institución de los parlamentos es el camino más razonable en ese sentido, en lo que toca a las comunidades mapuches. Pero debe evitarse una participación sin objetivos, que termine reproduciendo los prejuicios y limitaciones de corto plazo que afectan a las propias comunidades.



1. La crisis en la Macrozona Sur está derivando en un conflicto armado. Esto expresa un fracaso de todo y todos: del diálogo, de las políticas indígenas, de la actividad policial (nunca olvidemos los efectos de la Operación Huracán) y de las élites políticas e intelectuales mapuches y no mapuches. Ante todo, la imaginación política santiaguina y centralista ha fallado en tomarle el peso al asunto, y ahora nos encontramos en un cruce de caminos. No hay nada peor que una intervención militar sin objetivos ni un prospecto de salida claro. Y hoy carecemos por completo de ese horizonte. En este espacio, con plena conciencia de las limitaciones y precariedades de mi diagnóstico y propuestas, quisiera tratar de bosquejar uno: el de una modernidad mapuche.

Terrorismo

2. Hasta hace poco no existían organizaciones terroristas en la Macrozona, aunque se hubieran cometido actos aislados que calzan con dicho tipo (como el asesinato de los Luchsinger Mackay). Ningún arma de guerra había sido requisada a algún mapuche. Las balas recibidas en los ataques armados no eran de esa naturaleza. Los grupos radicales no las lucían. Eso cambió durante los últimos tres años: junto a la influencia del narcotráfico, el tráfico de armas hacia la zona subió notoriamente de calibre. Hoy tenemos grupos extremistas mapuches entrenados y fuertemente armados que, si bien no operan como guerrillas, han escalado en capacidad de fuego, en la violencia de sus acciones y en su zona de operación.

3. Estos grupos son terroristas en la medida en que cualquier persona que trabaje o habite la zona en que operan puede temer razonablemente ser víctima de sus acciones. Y también porque dichas acciones tienen como fin obtener decisiones por parte de la autoridad política. Por otro lado, son mapuches en la medida en que reivindican una ideología etnonacionalista mapuche y se identifican como tales. Así como se habló de “terrorismo vasco”, sin proponer con ello que todo vasco fuera terrorista, podemos denominar “terrorismo mapuche” al fenómeno del etnonacionalismo violento y armado, que busca reclamar un territorio como propio mediante actos orientados a causar terror en la población.

4. La gran pregunta ha sido cómo enfrentar la existencia de dichas organizaciones. ¿Cuál es la respuesta proporcional respecto de grupos terroristas que no están organizados como guerrilla? El primer problema es el de la proporcionalidad. Ella implica responder con un grado de letalidad equivalente al desplegado por dichos grupos, pero no necesariamente con una fuerza equivalente. A grupos con armamento de guerra se debe responder con armamento de guerra, pero puede desplegarse mucha más fuerza que la suya, pues eso asegura que el conflicto sea breve y con pocas bajas. En ninguna parte del mundo el incendio de viviendas particulares, el asesinato de civiles y el descarrilamiento de trenes es respondido con suavidad: el monopolio estatal de la violencia existe para desplegarse con toda la severidad necesaria en estas circunstancias. Y si la propuesta constitucional redactada, entre otros, por los representantes de pueblos originarios no es capaz de ofrecer esa capacidad de respuesta por parte del Estado frente a hechos similares, nacerá como letra muerta. El Estado, en buena medida, obliga porque protege. Luego, dichos representantes deberían cuidar sus palabras y darle una vuelta al asunto.

5. La intervención militar, desde ese punto de vista, es permisible y razonable si se enfrentan grupos con armamento y entrenamiento militar. El problema es que dichos grupos no estén organizados ni combatan como un ejército. Es decir, que no se identifiquen regularmente como combatientes, sino que jueguen a la ambigüedad, coordinándose sólo para ataques puntuales. El hecho de que operen normalmente en contextos civiles desalienta una ocupación militar del territorio y aconseja reforzar simplemente la actividad policial. El problema es que dicha actividad policial se verá constantemente amenazada por ataques con armamento militar. ¿Qué hacer entonces?

6. Un camino es militarizar la policía. Sin embargo, esto puede llegar al punto de interferir con la actividad policial propiamente dicha, al generar desproporciones en la respuesta que amenacen a la población civil. Parte del juego de los grupos etnonacionalistas extremos es usar a la población civil como escudo humano, exponiéndola a la fuerza estatal. Para intentar resolver ese problema se ha convocado ahora a la fuerza militar a resguardar el perímetro de acción de la fuerza policial. Dicha combinación de niveles de respuesta suena razonable y permitiría, en teoría, reacciones proporcionales al nivel de ataque recibido. Pero la realidad siempre es mucho más compleja. Tal como han señalado diversos analistas, se corren grandes riesgos al introducir al Ejército a una situación con estas características.

7. Uno de estos riesgos es que, incluso si la intervención militar resultara un disuasivo exitoso para los grupos terroristas, si no hay acción política en paralelo, el estado de excepción constitucional que permite dicha intervención tendería a volverse permanente, pues bastaría un repliegue para que volvieran o aumentaran los ataques. No puede ser que la paz en una importante porción del territorio nacional dependa de su ocupación militar. Los políticos no pueden lavarse las manos al respecto, como llevan haciéndolo por años frente al conflicto mapuche. Hoy es más urgente que nunca buscar un camino político de salida que le entregue un horizonte de normalidad civil a la zona afectada.

Ancestralismo

8. Un gran obstáculo para la búsqueda de ese camino de salida, además de la poca seriedad con la que el conflicto mapuche es asumido en Santiago, es lo que podríamos llamar “ancestralismo”.

9. El ancestralismo es una forma de exotismo que implica la idealización de pasados imaginarios que se suponen conectados a formas de sabiduría o bondad superiores a las formas sociales del presente. Irónicamente, se proyecta en dichos pasados exóticos la realización de ideales occidentales modernos respecto de los que la modernidad occidental no ha estado a la altura. Así, se presentan mundos ancestrales como más tolerantes, pluralistas, democráticos y pacíficos.

10. Sin embargo, para el caso en discusión, no existe una “forma tradicional” de sociabilidad mapuche que resulte aceptable para los estándares de derechos humanos y libertades públicas occidentales que se utilizan para promover el ancestralismo indígena. Formas sociales y políticas empapadas de arbitrariedad tribal, que no conocen de tribunales independientes, debido proceso, división de poderes o igualdad democrática, no pueden ser fuente de una organización virtuosa de la vida humana. Tampoco la tradición guerrera que impone, hacia afuera, una expansión constante basada en el robo, el pillaje y el sometimiento de los pueblos vecinos étnicamente despreciados como “no mapuches”. Y, hacia adentro, el sometimiento de mujeres y niños a la voluntad despótica de formas patriarcales sin contrapeso. Desafío a cualquier historiador del pasado mapuche a mostrar un momento histórico en que dicho pueblo o alguna fracción de él encarnara de manera superior los ideales sociales modernos.

11. La historia de la progresiva liberación de la mujer mapuche de una pesada dominación patriarcal y de una estructura polígama que la convertía en un objeto de ostentación masculina, por sólo poner un ejemplo, es inseparable del encuentro y huida hacia formas occidentales de convivencia. Por traumático y brutal que haya sido dicho proceso -y lo fue- este hecho subsiste. Elisa Loncón, académica con un doble doctorado de dos universidades católicas, cuando critica sin matices el expansionismo cristiano, desconoce que su estatus social actual habría sido imposible sin él.

12. Los relativistas radicales y “anticolonialistas”, por su parte, deben rendir cuentas respecto de la contradicción que existe entre el origen de sus premisas ideológicas y las formas políticas que pretenden “liberar” del influjo occidental. Todas sus premisas ideológicas son occidentales, variaciones de la tradición clásica pasadas por el tamiz judeocristiano, mientras que las formas políticas que promueven no lo son. La brecha entre ambos mundos es llenada mediante idealizaciones carentes de fundamento, basadas en prejuicios racistas occidentales. Es decir, básicamente, en la idea de “buenos salvajes” no manchados por el pecado de la razón.

13. Es este racismo afirmativo el que, a su vez, tolera que un pueblo se defina, distinga y pretenda constituirse en base a criterios raciales. Es un racismo promoviendo otro.

14. La confusión que posibilita este racismo afirmativo proviene de la historia: la invasión y despojo de La Araucanía por parte del Estado de Chile tuvo indudables elementos racistas. Luego, la pretensión de reparar este daño lleva a muchos a pensar simplemente en una reversión de los términos: afirmar el racismo mapuche como forma de reparación del racismo chileno. Esta salida, sin embargo, es absurda. Las víctimas del etnoterrorismo en la Macrozona no son los victimarios de los mapuches despojados hace 100 años. Y la ideología del nacionalismo étnico mapuche tiene todos los vicios de cualquier otro nacionalismo étnico. Si hemos aprendido que el racismo es un mal objetivo, eso exige condenarlo incluso en quienes fueron víctimas de él. Necesitamos una forma de reparación de la agresión racista que no sea, a su vez, racista.

15. Parece, por último, también haber sido un error ancestralista el intento por fortalecer las formas campesinas de comunidad indígena, pensando que era la forma “ancestral” de su organización. Esto ata la identidad mapuche a un modo de producción primitivo y de bajo rendimiento y, por tanto, a una precariedad material que, aunque se romantice, resulta desmoralizante y alienante (y un incentivo obvio para participar del crimen organizado que avanza en la zona).

16. La excusa ambientalista para promover estas economías de subsistencia es defectuosa: sus métodos de baja productividad no son, por esa razón, ecológicamente eficientes. La actual población mundial o nacional jamás podría sostenerse en base a dichas formas económicas.

Modernidad mapuche

17. Una reparación no racista de la violencia racista ejercida por el Estado chileno hace 100 años y más sería una reparación al territorio. Han sido mapuches, colonos y habitantes posteriores las víctimas de una política estatal repudiable y vergonzosa, pues todos ellos han debido sufrir las consecuencias de una instalación defectuosa del Estado en dicho territorio.

18. Dicha reparación tiene que tener por objetivo abiertamente la integración social y modernización de la zona, pero incorporando de manera integral y sistemática los elementos culturales mapuches compatibles con dicha modernización.

19. La modernidad, en este marco, se entiende como un conjunto de estándares relativos a los derechos humanos, libertades individuales y colectivas, y bienes públicos. Todos ellos facilitados por la diferenciación funcional de la sociedad. No es una reedición de la visión racista de civilización contra barbarie. Lo que se busca es una modernidad mapuche, no la modernidad en contra de los mapuches (que fue una de las excusas de la llamada “pacificación”). En otras palabras, lo buscado es el florecimiento de la cultura mapuche en los límites de lo probado bueno en occidente.

20. Dicha visión es la única compatible con los deseos de mayores grados de autonomía política expresados por intelectuales y políticos mapuches. Esto, porque cuando plantean ese ideal, siempre lo hacen con categorías modernas y occidentales, sabiendo que la tradición “ancestral” mapuche no cuenta con forma política sustentable alguna. Son un pueblo cuya tradición no concibe siquiera la idea de representación política. Por lo demás, es también la visión más compatible con la realidad urbana y moderna de la gran mayoría de los mapuches chilenos. ¿Por qué un pueblo cuyos miembros habitan hoy mayoritariamente en ciudades y comparte, codo a codo, anhelos de prosperidad moderna con los miembros de dichas urbes debería ser representado idealmente como un pueblo de campesinos dispersos luchando por su subsistencia?

21. La modernización de la zona implicaría inversiones estratégicas en su desarrollo económico y cultural, así como incentivos tributarios. No es para nada exagerado imaginar de aquí a 20 años a Temuco como un polo de arte y cultura pluricultural, con estándares de vida superiores al promedio y un desarrollo poderoso de distintas industrias y oficios. Un polo en diálogo e interconexión con un sector agroindustrial altamente productivo, un sector forestal reducido y adaptado a la nueva realidad, y amplias zonas de conservación. Que La Araucanía transite de ser la zona más pobre, atrasada y violenta del país, a convertirse en un ejemplo de tolerancia, cultura y prosperidad compartida.

22. Este horizonte debe construirse siempre en diálogo con las comunidades mapuches y no mapuches, pero con un norte claro. Reeditar la institución de los parlamentos es el camino más razonable en ese sentido, en lo que toca a las comunidades mapuches. Pero debe evitarse una participación sin objetivos, que termine reproduciendo los prejuicios y limitaciones de corto plazo que afectan a las propias comunidades. Un ejemplo es lo ocurrido en Aysén con su universidad, anhelada por los locales para evitar que las nuevas generaciones migraran de la zona, pero cuyas carreras, en vez de potenciar las ventajas estratégicas de Aysén, reproducen el guion centralista que impulsa la migración.

23. Una gran ventaja de esta perspectiva es que invita a todos los chilenos a apoyar, contribuir y hacerse parte de la reparación: trabajando, invirtiendo, modificando su presencia en la zona (en el caso de las forestales) o simplemente consintiendo en que sus impuestos se inviertan con especial intensidad en el territorio dañado. En este marco, muchas políticas públicas podrían calibrarse en pos de La Araucanía: por ejemplo, la retribución de becas Chile podría ofrecer incentivos especiales a quienes volvieran a ejercer a dicha zona. Algo clave en este proyecto sería llevar las escuelas y universidades locales a estándares mundiales.

24. Finalmente, el triunfo de una modernización pluricultural, ecológica, pluralista, igualitaria y bilingüe en La Araucanía no sería el triunfo de lo chileno sobre lo indígena, sino una guía, un camino, para orientar la propia modernización del país, que hoy pasa por un momento de crisis. Un camino que debe comenzar a construirse con las ciudades, pueblos y comunidades que quieran sumarse, para ir aislando los violencia etnonacionalista y el narcotráfico hasta extinguirlos. Un horizonte, además, que le entregue sentido a la actual intervención militar y policial en la zona, en vez de convertirla en una balacera eterna sin márgenes.

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