Palabras instaladas y palabras manipuladas
El lenguaje crea realidades y desde este paradigma “seleccionar palabras” no es un acto baladí.
Pensemos en algunas de las “palabras instaladas” hoy en el debate político: territorio, colectivo, plurinacional. Todas ellas han venido a modificar realidades. La primera, relativa a la división política (antes hablábamos de comunas, regiones etc.) pone el énfasis en lo comunitario y local.
La segunda, en abierta tensión al de organizaciones políticas y más concretamente al de partidos políticos, entiende la representación enfatizando lo equitativo, el asambleísmo, pluralismo y autogestión entre otros.
Por último, el prefijo pluri (variedad) aplicado a nación, modifica este concepto y al hacerlo rompe con la idea de una organización política común permitiendo un modelo que incorpora la posibilidad de autonomía y autogobierno.
La proliferación de estos nuevos vocablos es indudablemente fruto de la evolución de las sociedades y su cultura. Podemos estar de acuerdo o no, pero es innegable que traen aparejadas consecuencias radicales de las que hay que hacerse cargo. El debate sobre el quinto retiro es un ejemplo muy claro. La idea de un sistema de justicia paralelo para los pueblos originarios, su manifiesta sobre-representación en la Convención y la eliminación del Senado también lo son. No se trata de oponerse a los cambios, pero sí de incorporar genuinamente al debate lo que hay detrás de las palabras.
Que los lenguajes evolucionan es algo que sabemos, pero no siempre es a esto a lo que nos enfrentamos. Otras veces el fenómeno es mucho más pueril y se trata de manipular conceptos y significados. Pensemos en las palabras élite, trampa y derechos. En términos generales, hemos entendido la élite como un grupo minoritario con un status superior (elite deportiva, económica, política, artística etc.). En este sentido no es consustancial a la élite operar como un conglomerado nefasto, causa primera de todos los problemas y piedra de tope de todo cambio. Hoy sí, por eso hemos llegado al argumento alucinante de que su negativa a ciertas propuestas se fundamentaría en que “que se casan entre primos”.
Sigamos con la trampa. Su definición básica implica un plan u acción destinado a engañar a otro. Presume, entonces, mala fe. Hoy “trampa” es, sin más, toda acción que se opone a mi visión de mundo. Un buen ejemplo es llamada “la trampa de la derecha " que, bajo el argumento de querer torpedear el proceso constituyente, permite eludir, entre otras, la pregunta incómoda de si en un sistema de seguridad social solidario los ahorros son o no heredables.
Por último, los derechos. En sí mismo un derecho supone la posibilidad de ser exigido y por tanto, no basta con su declaración (que por cierto es muy relevante). Existen países con enormes listados de derechos que conviven, sin más, con flagrantes violaciones a los derechos humanos. Por otra parte, todo derecho como expectativa institucionalizada (salvo excepciones) entraña el deber de permitir su realización, imponiendo obligaciones al Estado y a los ciudadanos. Hoy, al dejar de lado esta cara de la moneda olvidamos que un derecho vacío o uno que desconoce los deberes aparejados, deja de serlo.
Manipular el lenguaje a discreción nos lleva, sin más, a la Torre de Babel y ya sabemos como termina eso.