Sergio Ramírez, el narrador perseguido por su ex compañero de lucha
El autor nicaragüense ha desarrollado una obra en la que destaca el nexo entre ficción y hechos históricos. Por ello ha obtenido galardones como el Premio Cervantes o el Iberoamericano de Letras José Donoso. En su momento, fue un cercano al sandinismo e incluso fue vicepresidente de Daniel Ortega, quien ha emitido una orden de captura en su contra. Su caso recuerda al de otros escritores latinoamericanos también perseguidos.
No se fue con rodeos y tampoco se dio muchas vueltas a la hora de poner el calificativo para el gobierno de Nicaragua. “La dictadura de la familia Ortega me ha acusado a través de su propia fiscalía, y ante sus propios jueces, de los mismos delitos de incitación al odio y la violencia, menoscabo de la integridad nacional, y otros que no he tenido tiempo de leer, acusaciones por las que se encuentran presos en las mazmorras de la misma familia muchos nicaragüenses dignos y valientes”.
Las palabras corresponden al escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, en una publicación en su cuenta de Facebook donde se refirió a la persecución que la fiscalía del país ha hecho en su contra, situación que ha dado la vuelta al mundo.
La entidad, controlada por el clan presidencial, ha emitido una orden de captura contra el artista, acusándolo de “lavado de dinero, bienes y activos; menoscabo a la integridad nacional, y provocación, proposición y conspiración”.
Una acusación establecida casi tres meses después de que la misma fiscalía lo citase presencialmente a su sede para entrevistarlo sobre el supuesto caso de “lavado de dinero” contra la Fundación Violeta Barrios de Chamorro, una ONG que brindaba apoyo técnico al periodismo y que era dirigida por Cristiana Chamorro, precandidata presidencial hoy arrestada.
Toda la trama ha causado gran impacto en el continente. Es lógico: se trata de un nombre destacado de las letras de su nación, figura sobresaliente de la cultura iberoamericana y uno de los grandes autores emergidos de Centroamérica.
Ramírez comenzó a publicar sus primeros libros de narrativa en 1963 con un volumen de cuentos. Luego, en 1970 publicó su primera novela, Tiempo de fulgor. De ahí en adelante, continuó con una prolífica trayectoria, que vio reconocida en 1998 con el Premio Alfaguara de Novela por Margarita, está linda la mar. Para quienes gusten de la poesía, se darán cuenta que el título es un préstamo del famoso poema de su compatriota, el vate Rubén Darío.
En el volumen, el poeta es parte de uno de los hilos conductores del libro, puesto que narra su regreso al país en 1916; el otro hilo es también protagonizado por otro poeta, Rigoberto López Pérez, quien atentó contra el dictador Anastasio Somoza García en 1956.
Esa temática, la de mezclar hechos reales con un relato de ficción, es la base de la obra de Ramírez. También hizo lo propio en Castigo divino (1988), donde se mete en un dudoso caso criminal ocurrido en la ciudad de León, el de Oliverio Castañeda. Fue un abogado guatemalteco acusado de envenenar y asesinar a su esposa. Eso sí, no se trata de una documentación del caso.
“El libro se encuentra muy lejos de ser una reconstrucción verídica del caso auténtico, más bien utiliza los documentos para escribir nuevos textos sobre ellos. Así, la novela se puede leer como un palimpsesto, generalmente señalado como una de las características más típicas de la nueva novela histórica en América Latina”; señala Werner Mackenbach en su ensayo Historia y ficción en la obra novelística de Sergio Ramírez.
Que Ramírez tome ese enfoque para su escritura, tiene que ver con su propia experiencia vital. “En el año de 1977 la familia Somoza me acusó por medio de su propia fiscalía, y ante sus propios jueces, de delitos parecidos a los de ahora: terrorismo, asociación ilícita para delinquir, y atentar contra el orden y la paz, cuando yo luchaba contra esa dictadura igual que lucho ahora contra esta otra”, contó el mismo Ramírez en la citada declaración.
De hecho, Ramírez no solo luchó contra el régimen de Anastasio Somoza Debayle hasta el triunfo de la revolución sandinista, en 1979; también tuvo un rol como político, puesto que formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y luego, en 1984, fue vicepresidente del actual mandatario Daniel Ortega. Además, en 1991 fue elegido miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Pero, a mediados de los 90 comenzó su alejamiento del sandinismo y de la primera línea de la política de su país. De hecho, en 1995 fundó el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) con el que se aventuró -como Vargas Llosa en Perú- a una fallida candidatura presidencial un año después. De ahí se ha mantenido como uno de los principales críticos de Ortega.
De alguna manera, su obra se emparenta con otras narrativas que han involucrado la política y las dictaduras en Latinoamérica. Ahí están El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, inspirado en el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera; Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos, basado en la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia (”el doctor Francia”) en el Paraguay del siglo XIX; o La fiesta del Chivo (2000) de Mario Vargas Llosa, sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
A esta especie de género, y como en la literatura las etiquetas suelen abundar, se le han tachado diferentes nombres como “Novela del dictador” o “Nueva Novela Histórica”. Motes más o menos, lo trascendente es entender la obra de Ramírez como parte de un corpus latinoamericano que toca la temática de poder.
Otros reconocimientos que Sergio Ramírez ha tenido en su trayectoria como escritor son el Premio Cervantes, en 2017 (como los chilenos Jorge Edwards, Gonzalo Rojas y Nicanor Parra); el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, o el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014 (el mismo que obtuvo este año Diamela Eltit).
Otros perseguidos
El caso de Sergio Ramírez está lejos de ser el único en América Latina, no es la primera vez que un escritor es perseguido por un gobierno. Así tenemos al mismo Pablo Neruda, perseguido por el gobierno de Gabriel González Videla producto de la llamada “Ley maldita”, como se tachó a la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, de 1948, que proscribió al Partido Comunista. El resto es conocido: Neruda, quien era senador por el PC, debió partir al exilio y en el intertanto logró publicar su Canto general, en 1950.
Otro ejemplo es el argentino Rodolfo Walsh. El autor de libros clave en la no ficción como Operación Masacre (1957) y ¿Quién mató a Rosendo? (1969), fue un férreo opositor a la dictadura militar trasandina, y formaba parte del movimiento guerrillero peronista Montoneros. Por ello, fue asesinado y su cadáver hecho desparecer, en marzo de 1977.
También el narrador cubano Guillermo Cabrera Infante. Primero, opositor al régimen de Fulgencio Batista, el que censuró un cuento suyo por obsceno y le prohibió seguir publicando, cosa que Cabrera Infante resolvió con un seudónimo, G. Caín. Luego, fue partidario de la revolución cubana, aunque posteriormente también entraría en conflicto con el régimen castrista, y debió partir al exilio, a mediados de los 60.
O el uruguayo Mario Benedetti. Hacia inicios de la década del 70, el escritor era miembro del Movimiento de Independientes del 26 de marzo, de inspiración marxista, y apoyaba a la revolución cubana. Sin embargo, el golpe de 1973 que puso en el poder a Juan María Bordaberry lo obligó a partir al exilio, primero en Argentina, luego en Perú, finalmente en Cuba.
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