Columna de Javier Sajuria: Ya nadie la quiere
A pesar de que los datos muestran de forma inequívoca que las reformas van a ser necesarias después del plebiscito, algunos insisten en no anticipar las condiciones de las mismas. En el camino, siguen frustrando las ambiciones ciudadanas y poniendo en riesgo nuestra estabilidad institucional en medio de una crisis económica. Al final, anticiparse al resultado es una responsabilidad, ignorarlo es un capricho.
En la recta final al plebiscito del 4 de septiembre, pareciera que aumenta la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir. Independiente del resultado, y a pesar de que la tendencia sigue siendo favorable al triunfo del Rechazo, existe una posición en la que más del 80% de la población parece estar de acuerdo: la Constitución del 80 no da más. De una u otra forma, tenemos que cambiarla.
Desde antes del inicio de la Convención Constituyente, Espacio Público e Ipsos vienen midiendo las percepciones y emociones sobre el proceso constituyente. En 6 entregas distintas vimos cómo la incertidumbre y la desconfianza le ganaron el lugar a la esperanza. También vimos cómo una Convención que contaba con una alta legitimidad pública, terminó perdiendo representatividad y aprobación. Como una explicación probable, las encuestas mostraban cómo las expectativas ciudadanas de una convención que trabajara por lograr acuerdos se habían visto frustradas.
A pesar de que el diseño del proceso constituyente establecía que, rechazada la propuesta, continuaba en vigencia la Constitución de 1980, la verdad es que ese parece ser el escenario menos deseado. Tanto entre quienes apoyan el Rechazo como quienes apoyan el Apruebo, existe una convicción avasalladora de que el resultado del plebiscito necesitará más trabajo y modificaciones. En el fondo, a la Constitución actual ya nadie la quiere.
Entonces, la decisión de septiembre, en la mente de los votantes, pareciera estar entre cuál es el mejor punto de partida para iniciar un nuevo proceso constituyente. Y ahí la pregunta que deben responder las campañas es cómo y cuáles serán las condiciones de ese proceso. Ya no es posible esconderse sobre la idea de que el proceso termina el 4 de septiembre, sino que será sólo una etapa en un proyecto de más largo plazo.
El problema es que, al parecer, liderazgos de ambos lados quieren ignorar la evidencia. A pesar de que los datos muestran de forma inequívoca que las reformas van a ser necesarias después del plebiscito, algunos insisten en no anticipar las condiciones de las mismas. En el camino, siguen frustrando las ambiciones ciudadanas y poniendo en riesgo nuestra estabilidad institucional en medio de una crisis económica. Al final, anticiparse al resultado es una responsabilidad, ignorarlo es un capricho.
Hasta ahora, las campañas han tenido ataques, exageraciones, vaticinios de desastre y de pretensiones de altura moral. Nada de eso resuelve el principal problema que representa tener una Constitución sin legitimidad ni futuro. La pregunta del 4 de septiembre es cómo seguimos adelante: o desde las mismas condiciones del juego que nos llevaron a este proceso o sobre condiciones nuevas que se hacen cargo de una parte importante de los problemas que lo causaron. Y sobre todo, qué es lo que nos ofrecen los liderazgos de ambos lados para lograrlo. Sobre esa dimensión se juegan las certidumbres del plebiscito.
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