Camino a la frontera: El largo viaje para escapar de la guerra

Niños ucranianos observan por la ventana de un tren que va de Kiev a Lviv, para luego cruzar hacia Polonia.

Desde que estalló el conflicto con Rusia, más de un millón de ucranianos han debido dejar su país. Parte de su camino, dolores e historias están quedando plasmadas en cada uno de los albergues, estaciones de trenes y fronteras. También la incertidumbre del futuro y tránsito hacia una nueva vida lejos de su hogar.


Hasta hace pocas semanas, sólo los fuertes vientos del invierno europeo eran capaces de alterar la habitual calma -e incluso monotonía- de las calles de Przemysl, la segunda ciudad más antigua de Polonia, con a lo menos mil años de historia, y que limita con Ucrania. Por su ubicación, históricamente ha representado un punto de tránsito para miles de personas que viven en ambos países y trabajan en esa zona, así como también para quienes a diario circulan haciendo uso de alguna de las múltiples conexiones ferroviarias, desde o hacia ciudades como Cracovia, Varsovia o Kiev, convirtiendo su estación de trenes en uno de los principales puntos de encuentro de la ciudad.

A sólo 20 kilómetros de allí se ubica Medyka, el tranquilo paso fronterizo por donde a diario cientos de autos, buses y camiones circulaban de manera expedita hasta la semana pasada. Sin embargo, tanto la paz de Przemysl como el orden de Medyka desaparecieron abruptamente luego de que Rusia iniciara una ofensiva contra Ucrania y con ello se desatara un desplazamiento masivo de personas, que, según la Comisión de Gestión de Crisis de la Unión Europea, es la peor desde la Segunda Guerra Mundial, pudiendo llegar incluso a los siete millones de refugiados, de acuerdo la misma institución.

Entre el sufrimiento, la incertidumbre de su futuro y la angustia por la separación de familias, en la estación de trenes de Przemysl cuesta caminar; los ucranianos ocupan cada rincón disponible para, y junto a sus pocas pertenencias, buscar algún lugar para descansar y esperar el transporte que los llevará hasta su destino final. Mochilas, pequeños montones de ropa y botellas de agua forman parte del arsenal que cada uno lleva consigo y dejan para delimitar el espacio ocupado, mientras se hacen turnos para ocupar los escasos enchufes disponibles para cargar los teléfonos celulares y así llamar, enviar mensajes o simplemente publicar en las redes sociales que están bien y que ya lograron salir de una Ucrania invadida por el Ejército ruso.

El viaje hasta aquí no es fácil. La mayoría ha pasado más de tres días intentando salir de ciudades como Kiev o Lviv, en medio de la noche, en trenes a oscuras para no ser vistos o incluso caminando en medio de las frías noches ucranianas que por estos días pueden alcanzar menos cuatro grados.

Familia de Robert
Familia de Robert.

Rafael Sakowski es polaco y el responsable del improvisado puesto de la Cruz Roja en la estación de Przemysl. Ahí, en lo que eran oficinas de la Compañía Estatal de Ferrocarriles, atienden día a día a cientos de desplazados que necesitan atención médica. Según Sakowski , los principales problemas con los que llegan los desplazados son hipotermia, falta de alimentación y agotamiento, lo que se suma a la condición de estrés psicológico por el que deben pasar. “Acá nos hemos preparado para recibir gente que viene escapando de una guerra, que ha pasado días en la frontera esperando cruzar o que ha tenido que salir de sus casas con lo puesto. No sólo estamos dando atención médica, también contención”, comenta el polaco desde la puerta de la sala de atención mientras voluntarios y refugiados llegan y salen en busca de información, gestionar un traslado o preguntar por algún malestar.

Medyka, el campamento base

Tal como los campamentos base del Everest, Medyka es el primer hito de una larga ruta hacia un nuevo destino. Bajo las condiciones actuales, llegar hasta ahí puede ser incluso una odisea, por lo que Polonia ha puesto a sus Fuerzas Armadas en estado de alerta para apoyar las olas de desplazados que entran todos los días escapando de la guerra. Así, por ejemplo, en el breve tramo entre Przemysl y la frontera se han establecido múltiples controles policiales, los que junto con el ir y venir de decenas de camiones militares y buses de bomberos repletos de ucranianos, son un reflejo de la magnitud del éxodo que por estos días sufre el Viejo Continente.

El panorama que ahí se ve es lo más similar a entrar a una feria o a un bazar. Cientos de voluntarios que distribuyen ropa y comida, equipos de prensa de todo el mundo, personal diplomático de diversas embajadas junto con cientos de ucranianos sentados en las calles esperando a ser trasladados impiden que los buses puedan llegar hasta la frontera misma. El frío arrecía y sólo el compromiso de un país que ha asumido como su responsabilidad acoger al pueblo vecino logra hacer menos desoladora la imagen.

En medio de la gente y a orilla del camino está Robert -un padre ucraniano y que como muchos trabaja en Polonia-, ansioso y con la mirada fija en las casetas de control migratorio unos metros más allá. Lleva dos días esperando a su hija y a su nieta que viven en Kiev y debieron escapar cuando Rusia comenzó el bombardeo en los suburbios de la capital ucraniana. Su hermano, camionero y de los pocos autorizados a salir del país -debido a la ley marcial que rige en el país en guerra y que limita la salida de hombres entre 18 y 60 años para que permanezcan defendiendo el territorio- fue el encargado de ir en busca de su familia.

RAFAEL
Rafael Sakowski, polaco y responsable de un puesto de la Cruz Roja en Przemysl.

Las horas pasan y el frío no deja indiferente a nadie, pero para Robert su espera termina luego que a lo lejos distingue a su nieta. Su emoción es innegable y luego de indicar con una señal que su familia ha llegado, corre por la orilla del camino hasta alcanzar a sus familiares. La escena es conmovedora, por lo que la prensa se vuelca hacia la familia y su abrazo es registrado por decenas de cámaras. A Robert no le importa. Sólo es él y su familia, fundidos en el llanto de un reencuentro que a momentos pareció imposible.

“Jamás pensamos vivir esto, jamás pensé sentir un alivio tan grande al verlos llegar (a Medyka). En estos momentos no me importa nuestra casa en Kiev, no me importa nada, sólo quiero abrazarlos y no separarme de ellos; jamás pensé transformarme en un refugiado”, comenta con los ojos aún llorosos y sin soltar la mano de su hija y nieta. Con la voz aún tensa señala que es hora de rehacer la vida en Polonia; al menos hasta que sea seguro volver a casa.

Escenas como la de esta familia se multiplican a diario en la frontera: a veces los reencuentros se dan en la calle, otras veces en los puestos de comida o en la fila de los buses. El caos, la poca señal de teléfono o la falta de batería en los celulares hacen que estas situaciones sean permanentes. Sin embargo, la emoción del reencuentro nunca cambia.

Según las autoridades europeas, hasta el viernes, más de un millón 400 mil ucranianos han abandonado su país a través de las distintas fronteras, mientras la Unión Europea se prepara para recibirlos sin mayor burocracia.

ANDREW
Andrew, ucraniano de 28 años, va camino de Polonia a su país para alistarse en el Ejército.

Sin embargo, entre el éxodo de ucranianos que escapan de su tierra, algunos pocos buscan desesperadamente la forma de entrar. Es el caso de Andrew, de 28 años, quien hasta hace algunos días vivía en Varsovia, Polonia, y que hoy, en un antiguo bus público, va camino a Medyka para intentar entrar a su país, unirse al Ejército y defenderlo de la invasión rusa.

Andrew habla poco inglés, pero Google se transforma en una herramienta fundamental para cualquier periodista extranjero en la zona fronteriza. Observa con curiosidad y pregunta: “You, journalist?”. Andrew agradece la labor de la prensa al informar lo que está sucediendo en Ucrania.

Cuando se le pregunta si puede hablar ante la cámara, surge la desconfianza. Entonces pide una credencial o algún documento de prensa. Sus aprensiones son naturales y lógicas: las noticias falsas y los rumores de rusos infiltrados son una constante en todo lo que tiene que ver con Moscú. Al rato, dice: “Quiero pedirle a toda la gente buena del mundo que ayude a Ucrania. Necesitamos ayuda médica, social y alimentos. Putin nos está atacando y el mundo tiene que saberlo, nosotros no queremos la guerra”. Andrew agradece la oportunidad y luego corre en dirección a la frontera. Desde ahí intentará llegar hasta Kiev en un camión que lleva ayuda humanitaria.

Estación de trenes de Przemysl

De vuelta en la estación de trenes de Przemysl, el panorama no ha cambiado mucho. Sin embargo, la cantidad de voluntarios y la coordinación han mejorado. Las empresas de telefonía polaca ofrecen tarjetas SIM gratuitas a los refugiados; en un pasillo de la estación se instaló una cocina que prepara alimentos para los miles de ucranianos que día a día pasan por el lugar y los montículos de ropa donada que se acumulaban en el frontis de la estación ahora están en cajas ordenadas y por tallas.

Lviv, Ucrania (AP Foto/Emilio Morenatti).

En uno de los andenes está Juliete. Tiene 25 años y viaja sólo con una maleta y una mochila. Está esperando al siguiente tren, donde se supone vienen su madre y su hermana. El caos que se vivía en la estación de Lviv, en Ucrania, no les permitió tomar el mismo ferrocarril y creen que podrán reunirse en este lugar. Para ella el viaje no fue fácil: salió sin pasaporte ni documentos, y tampoco tiene batería en su celular. Ella es de pocas palabras, pero en ingles dice: “Mi padre no pudo entrar a la estación de tren. Ahí el Ejército no los deja salir. Hay tanta gente que me da miedo caer a la vía cuando viene el tren, todos quieren salir y a veces se escuchan las alarmas de bombas. Yo no sabía qué hacer, si quedarme esperando o correr al subterráneo. Ahí me separé de mi familia”.

La crisis humanitaria que ha generado la guerra en Ucrania va camino a transformarse en una herida de nunca cerrar. No es raro encontrar en las fronteras o en los centros de refugiados a familias completas, distintas generaciones que ya vivieron una situación similar en 2014 (el año en que Putin anexó Crimea), o quienes, incluso, salieron de otros conflictos, como el de la antigua Yugoslavia en los años 90.

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