Daniel Zovatto: “Vivimos el proceso de recesión democrática más agudo de las últimas tres décadas
”El director para América Latina del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) ve con preocupación el estado actual de la democracia a nivel global, agravado por el complejo escenario internacional. Las amenazas provienen hoy tanto del poder como de la creciente desafección de la ciudadanía con ese sistema político, como reveló en Chile la reciente encuesta CEP.
Para Daniel Zovatto, la democracia está amenazada y es necesario repensarla. Según el director regional del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) e investigador senior del Centro de Estudios Internacionales de la U. Católica, el reciente asalto de partidarios de Jair Bolsonaro a Brasilia el domingo pasado, que recordó lo sucedido hace dos años en Estados Unidos, y las cifras de diversos estudios de opinión que muestran una caída en la valoración ciudadana de ese sistema político solo vienen a reforzar esa convicción. Por eso, dice, “hay que avanzar hacia una democracia de nueva generación” y “hay que hacerlo con urgencia”.
En el caso de Chile, para Zovatto los recientes datos de la encuesta CEP que mostraron que un 25% es indiferente ante un gobierno democrático o uno autoritario y un 19% piensa incluso que en algunos casos un régimen autoritario es mejor, son “un campanazo de alerta que exige una atención seria y urgente por parte de los liderazgos políticos”. La democracia “hay que cuidarla, protegerla y fortalecerla”, asegura. “Necesitamos, como propone Daniel Innerarity, una teoría más compleja de la democracia para que esté en condiciones de dar respuesta a los problemas y desafíos de las sociedades del siglo XXI”, dice.
¿A qué se debe el difícil momento que enfrenta la democracia en el mundo?
El escenario internacional actual se caracteriza por múltiples crisis globales que se desarrollan al mismo tiempo en una escala casi sin precedentes y que han generado un período prolongado de incertidumbre, inestabilidad e inseguridad. Es en este escenario de “policrisis” y “permacrisis” en el que debemos analizar el actual proceso de “recesión democrática”, como lo denomina el politólogo de la Universidad de Stanford, Larry Diamond, caracterizada por una doble tendencia negativa: por un lado, erosión y retroceso democrático y, por el otro, un avance y profundización del autoritarismo.
¿Qué tan serio es este proceso?
Los principales informes que miden actualmente la calidad de las democracias a nivel global (el de la Unidad de Inteligencia de The Economist, el proyecto V-DEM de la Universidad sueca de Gotemburgo, el informe anual de Freedom House y el de IDEA Internacional) coinciden en alertar que la democracia a nivel global está bajo asedio: la mayoría sufre acoso, otras están estancadas o sufren diferentes tipos de deterioro, mientras un tercer grupo se encuentra en claro retroceso (backsliding).
¿Qué dicen los datos del último informe de IDEA Internacional?
Nuestro reciente informe de noviembre de 2022 muestra que el avance democrático se ha estancado en los últimos cinco años. Los datos evidencian que de un total de 104 democracias que contempla nuestro estudio a nivel global, 37 (35,6%) se están deteriorando moderadamente; 11 (10,6%) evidencian un deterioro significativo; 42 (40,4%) muestran cierta estabilidad; y solamente 14 (13,4%) están mejorando su calidad. En otras palabras, casi la mitad de las democracias del mundo cubiertas en nuestro estudio están en declive, afectadas tanto por amenazas externas como internas. Los datos indican asimismo que el número de democracias en retroceso (backsliding) está en auge. De los siete principales países que experimentan los mayores retrocesos cabe citar a Brasil y El Salvador dentro de nuestra región, y Hungría y Polonia, en Europa.
La conclusión a la que arriba nuestro informe es muy preocupante: vivimos el proceso de recesión democrática más agudo de las últimas tres décadas debido a que en muchos países el sistema político está roto, los niveles de confianza en los partidos tradicionales y en las instituciones es bajo, y el contrato social ha perdido legitimidad. Consecuencia de ello es la insatisfacción ciudadana y el malestar social que crecen rápidamente, como lo evidencia el hecho que, en los últimos cinco años, el número de protestas en el mundo se ha multiplicado.
¿Y en este panorama hay señales positivas?
Sí. Nuestro informe identifica varias. Las personas se están uniendo en formas innovadoras para renegociar los términos de los contratos sociales, presionando a sus gobiernos para que cumplan con las demandas del siglo XXI. Se están organizando con éxito fuera de las estructuras tradicionales de los partidos, especialmente los jóvenes, para hacer oír y exigir sus demandas. Además, lo que da esperanza es que, a pesar de los ataques y retrocesos, la lucha mundial por la libertad y la democracia sigue siendo vigorosa. Desde Ucrania, pasando por Irán, Sudán, Myanmar, Venezuela, Cuba, Nicaragua, El Salvador, entre otros muchos países, las personas siguen arriesgando su vida para exigir sus derechos y libertades.
¿Y cómo ve el estado actual de la democracia en América Latina?
Latinoamérica no es ajena a esta tendencia global de declive. La situación de la democracia en la región se ha venido deteriorando progresivamente desde su mejor momento, entre 2006 y 2007, a la fecha. Mientras hace 15 años solo Cuba era considerado como un régimen autoritario, actualmente tres países se sumaron a esta categoría: Venezuela, Nicaragua y Haití -este último convertido en estado fallido-. Según el índice de The Economist 2022, siete países de la región perdieron su condición de democracias, convirtiéndose en regímenes híbridos: El Salvador, Guatemala, Honduras, Bolivia, Paraguay, Ecuador y México. Respecto de estos cuatro últimos casos, otros índices los califican como democracias de baja calidad. El resto de los países de la región son clasificados por The Economist como democracias imperfectas, salvo la democracia uruguaya, que es considerada como una democracia plena y la de mejor calidad de la región. Costa Rica y Chile entran y salen de la primera categoría dependiendo el año de medición.
Pero el debilitamiento del sistema no parece venir solo desde los liderazgos políticos, sino también la ciudadanía está valorando menos la democracia. ¿Qué dicen las mediciones regionales en ese sentido?
En la región existen dos grandes encuestas que le toman el pulso a la opinión de los ciudadanos: el Barómetro de las Américas y el Latinobarómetro. En ambas, el apoyo a la democracia ha venido descendiendo en los últimos años -del 69% en 2008 al 62% en 2021- según el Barómetro- y del 63% en 2010 a 49% en 2020 -según el Latinobarómetro. El mayor escepticismo se traslada a la satisfacción con la democracia que se ubica en el 43% en 2021 comparado a un 59% en 2010, de acuerdo con el Barómetro de las Américas. Otros dos datos suman mayor preocupación. El primero, mientras en 1995 solo un 16% de los latinoamericanos afirmaban que les daba igual vivir o no en una democracia, para 2021 el número alcanzaba a un 27%; indiferencia que a su vez se traduce en tolerancia a formas no democráticas de gobierno. El segundo, siguiendo la misma fuente, el 51% de la población, dice no importarle que un gobierno no democrático llegue al poder si resuelve sus problemas. Y en la misma, mientras en 2010 solo el 14% de los latinoamericanos manifestaban tolerar un golpe del Ejecutivo para concentrar poder y eliminar el Legislativo, en 2021 el número llegó a un 30%.
Respecto a Chile, ¿cómo ve la situación porque la última encuesta CEP también mostró un fuerte aumento entre quienes les da lo mismo si hay un gobierno autoritario o democrático?
Efectivamente, la reciente encuesta CEP arroja resultados preocupantes sobre la percepción, valoración y satisfacción con la democracia.
¿Y cuál es su análisis frente a esos datos, cómo se revaloriza la democracia?
Las cifras revelan el apoyo más bajo a la democracia desde que se incluyó esta pregunta en la encuesta CEP, y un nivel histórico de indiferencia entre un régimen democrático o uno autoritario. Frente a la dureza de estos datos, algunas de las posibles líneas de acción que me permitiría sugerir son: mejorar la capacidad del gobierno para disminuir la incertidumbre y dar resultados a los problemas reales de la gente; poner en marcha una reforma política dirigida a fortalecer la gobernabilidad y la gobernanza, evitar la excesiva fragmentación, recuperar la confianza en la política, relegitimar sus principales instituciones y reforzar la cultura política; reconectar con una ciudadanía que está más empoderada y exigente de sus derechos, abriendo nuevos canales que permitan escuchar mejor sus demandas e incrementar su participación -sobre todo de jóvenes, mujeres y minorías- en los procesos de decisión y elaboración de políticas publicas; recuperar el diálogo y la capacidad de lograr acuerdos; reducir los niveles de polarización y de desinformación tóxica sin afectar la libertad de expresión; luchar frontalmente contra la corrupción; renegociar el contrato social y adoptar un nuevo texto constitucional que sintonice con la ciudadanía y permita actualizar la democracia a los nuevos tiempos.
¿La democracia representativa está en crisis? ¿Qué factores cree que influyen?
El mal desempeño económico y social de los gobiernos y la falta de resultados, los altos niveles de corrupción, las promesas incumplidas, las constantes peleas entre los políticos por temas ajenos al interés de la ciudadanía, agravados por la herencia maldita de la pandemia y la guerra en Ucrania. Todo eso ha aumentado el malestar social que ya estaba presente en las sociedades latinoamericanas y que hizo eclosión con fuerza, a partir del 2019. Desde entonces, en las 14 elecciones presidenciales que se celebraron con estándares de integridad electoral, perdió el gobierno. La única elección fuera de esta tendencia fue la farsa electoral nicaragüense de noviembre de 2021. Esta combinación de “calles calientes” y “urnas irritadas” ha venido provocando, en varios países de la región mayor inestabilidad, volatilidad e incertidumbre, un acelerado desgaste de la mayoría de los nuevos mandatarios (ya no hay luna de miel), y una gobernabilidad crecientemente compleja.
Usted participó en la elaboración del Informe Riesgo Político América Latina 2023 que acaba de publicar el CEI-UC. ¿Cómo ven a la región y qué riesgos enfrenta?
Se anticipa otro año complejo y desafiante para una América Latina que deberá enfrentar un contexto internacional de “policrisis” con alta incertidumbre y volatilidad, una desaceleración económica significativa tanto a nivel global como regional -en el caso de Chile una recesión-, condiciones financieras más restrictivas y una inflación que si bien irá disminuyendo se mantendrá aún en niveles altos. En nuestra lista de 10 riesgos políticos 2023, el top 5 lo integran: el crimen organizado, retroceso democrático, gobernabilidad compleja, nuevos estallidos de malestar social y crisis migratorias, en ese orden. Pero nuestro Informe, evita caer en un pesimismo paralizante y, para ello, hace una doble propuesta. Por un lado, aconseja identificar y aprovechar las nuevas oportunidades que se le abren a la región en materia de crecimiento, en especial en agricultura, minería y energía. Y, por el otro, recomienda que los gobiernos y las empresas mejoren su capacidad de navegar en aguas turbulentas, hacer un manejo eficaz de la incertidumbre y las expectativas, e implementar reformas que respondan a las demandas ciudadanas con responsabilidad fiscal para no afectar el clima de negocios y de inversión.
¿Cómo cree que se puede fortalecer la democracia y sus instrumentos?
En primer lugar, se debe mantener y fortalecer la resiliencia electoral para garantizar la legitimidad de origen. Es crucial blindar la autonomía de los organismos electorales. Además, como ya lo señalé para el caso de Chile, hay que recuperar la confianza ciudadana en las élites y las instituciones, y abrir nuevos canales de escucha, diálogo y participación ciudadana. Se debe también poner atención al impacto de las tecnologías y de las redes sociales en la política, las elecciones y la democracia. Este tema es de la mayor importancia. A su vez hay que garantizar niveles óptimos de gobernabilidad y de gobernanza, temas que en mi opinión deben estar en el centro de la agenda política regional. Es importante también acompañar a la democracia de un buen gobierno, unido a un Estado moderno, robusto y estratégico e impulsar la renovación democrática mediante la adopción de contratos sociales más equitativos y sostenibles.
Por su parte, a nivel regional es necesario poner al día y reforzar los mecanismos de protección de la democracia. La prioridad debe estar puesta en la actualización de la Carta Democrática Interamericana y en generar un nuevo consenso regional a favor de la defensa de la democracia. La falta de este consenso y la ideologización de estas cuestiones ha impedido actuar con determinación en las dictaduras de Venezuela y Nicaragua, en la creciente deriva autoritaria en El Salvador, o para condenar de manera explícita el reciente autogolpe fallido del expresidente Pedro Castillo en Perú.
Pareciera que el actual modelo de democracia no está dando el ancho y necesita ser actualizado, ¿está de acuerdo?
Coincido. Además de cuidar, proteger y fortalecer a la democracia debemos repensarla y reinventarla. Hay que reformar las instituciones políticas existentes para relegitimarlas y volverlas más eficaces. Debemos avanzar hacia una democracia de nueva generación. Esta es la agenda que América Latina necesita poner en marcha con urgencia. No hay tiempo que perder.
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