Cuatro meses y medio han transcurrido desde que el sacerdote jesuita Felipe Berríos (65) se alejó de La Chimba, de la vida pública y del ejercicio de su labor sacerdotal. Tuvo que trasladarse a Santiago, luego de que el 1 de mayo el provincial de la Compañía de Jesús, Gabriel Roblero, le comunicara que habían recibido una denuncia en su contra por hechos de connotación sexual y que, por lo mismo, habían decidido abrir una investigación previa canónica.
Está viviendo en la casa de un familiar, algo que aún le parece extraño, ya que en sus 45 años en la congregación nunca alojó en la residencia de un pariente, ni tuvo un contacto tan intenso con ellos, pues su vida religiosa se volcó a la calle. Alejado de la mediagua en que habita en Antofagasta, su refugio ha estado en un taller que hay en la misma casa, donde pasa la mayor parte del día realizando sus trabajos de carpintería. Combina esa pasión con la lectura de una serie de libros, entre los que menciona una biografía de Bernardo O’Higgins, otra de Alexander von Humboldt y sobre la historia de la Patagonia.
Hasta ahora había permanecido en silencio, pero luego de tres semanas en que ha reflexionado sobre el informe que estableció la “verosimilitud” de las denuncias, y envió los antecedentes al Vaticano, accedió a hablar con La Tercera y profundizar en su versión de todo lo ocurrido.
¿Cómo fue enterarse de la primera denuncia en su contra?
Mi reacción fue la de cualquier persona a la que acusan de algo que no ha hecho: incredulidad, desazón, rabia. Me gustaría decirle otra cosa, pero no le puedo mentir. Me he acordado de tantas personas que he conocido en mi vida sacerdotal y a las que he tratado de apoyar producto de las situaciones de injusticia que les ha tocado vivir. Ha sido duro.
¿Sintió que alguien en particular le dio la espalda?
No, me refería a gente que a mí me tocó apoyar. La gente que me conoce y confía en mí ha estado muy presente durante todo este tiempo.
Es distinto acompañar a vivir en carne propia lo que usted cataloga como injusticia. ¿Cómo ha sido esa situación?
Ha sido complejo, sobre todo en lo referente a la posibilidad de defenderme, porque en el caso de una acusación canónica, yo prefiero la justicia abierta de todos los chilenos donde poder defenderme. Esa sensación de injusticia, de tener una jurisprudencia distinta a la de todos los chilenos es lo que más duele.
¿Conocía a la denunciante o qué recuerdos tenía de ella y su familia?
Conozco solo a una de las cuatro denunciantes. Hace unos 25 años conocí y acompañé a padres y madres que perdieron a sus hijos en un terrible accidente. Entre ellos estaban los abuelos de una denunciante. Las veces que teníamos misas y aniversarios se juntaban muchos familiares y siempre había un grupo de niños dando vueltas. Entre ellos estaba la denunciante, que entonces tendría unos siete años.
¿Reconoce haberla recibido en su oficina a petición de su madre, como ella cuenta en su testimonio?
Ante la abogada investigadora declaré que conocía a su familia, claro. Recuerdo muy bien ese momento, pues fue algo excepcional, ya que mi trabajo pastoral en Infocap no era con adolescentes, sino que con adultos y universitarios. Pero esa vez la mamá me pidió que conversara con su hija, que para entonces tenía 14 años, porque la niña estaba muy angustiada por un problema personal que no voy a revelar. Conversé con ella mientras su mamá y mi secretaria estaban a pasos de donde conversábamos. Fue algo breve, solicitado por su madre, y luego ambas se fueron agradecidas. Y eso fue todo.
¿Y qué pensó cuando en La Segunda y Chilevisión la Fundación para la Confianza habla de la existencia de varias denunciantes que testificaban en su contra?
Mire, más allá de lo publicado en uno u otro medio, lo indesmentible es que acá se montó una estrategia comunicacional. Le recuerdo que la propia abogada investigadora contratada por la Compañía de Jesús salió a desmentir varias de esas publicaciones.
¿A qué se refiere con lo de estrategia comunicacional?
A eso iba, al tema de fondo. Acá hay un modus operandi muy claro de la Fundación para la Confianza, que se presta para un show mediático a través de su abogado, el señor (Juan Pablo) Hermosilla. Mire los hechos: antes de que se conociera el resultado preliminar de la investigación previa e incluso antes de que haya una resolución del Vaticano -camino que ellos eligieron para denunciar-, la fundación filtra información a la prensa y protagoniza reportajes incluso en televisión. Y acá quiero ser muy claro: la Fundación para la Confianza lleva adelante una causa loable y necesaria para contribuir a que no haya abuso infantil en Chile, causa que comparto en un mil por ciento. Sin embargo, es evidente que en el último tiempo sus prácticas y estándares no han sido los adecuados.
¿Por qué cree que surgieron en este momento las denuncias? ¿Qué explicación les da?
Lo desconozco y no tengo teorías al respecto. Sólo le puedo decir que me llamó la atención que en una de las ocasiones en que declaré voluntariamente ante la abogada investigadora, ella me preguntó mucho por mis razones para irme en misión humanitaria a África en 2010, qué hice allá, por qué regresé, etc. Recuerdo que cuando me fui se especuló mucho y se afirmaron cuestiones inverosímiles que con el tiempo todas resultaron ser falsas. En esa época y por meses muchos buscaron hasta debajo de las piedras y no encontraron lo que esperaban.
¿A qué especulaciones se refiere?
Yo me enteré cuando volví que se rumoreaba que me había robado plata, que me habían expulsado, que había dejado embarazada a una chiquilla, que había tenido un hijo. Todo eso fue desmentido con el tiempo, eran puras invenciones.
Usted descarta haber incurrido en delitos. ¿Cree que pudo haber cometido actos impropios por ser considerado un cura cercano y que hoy esas situaciones se resignifiquen?
Nunca me he aprovechado de mi condición de sacerdote y, como ya dije, tras conocer los relatos puedo afirmar que no he cometido los actos de supuesta significación sexual que se describieron ante la investigadora y que la Compañía de Jesús describió como “tocaciones y diversos traspasos de límites” en mi ejercicio como sacerdote. Y más aún, ese mismo comunicado declaró inverosímil la parte del relato de una denunciante, que hoy tiene 32 años, en que ella aludió a una supuesta imagen en la que habría recordado una relación sexual que me involucraría. Pero eso quedó totalmente desacreditado.
Críticas a la congregación
¿Qué es lo que más le ha afectado en todo este proceso?
Como toda persona, he pasado por diferentes sentimientos y emociones. Pero sabe qué, lo que más me afecta es el trato desigual, trato desigual que también se refleja en que la Iglesia tenga una justicia paralela a la justicia de todos los chilenos, que prescinde de la justicia ordinaria. Un mundo inquisidor, secreto y en el que no puedo defenderme.
“¿Con qué se queda la gente? Con la parte del comunicado en la que se habla de “verosimilitud”, de “actos de significación sexual” y de “siete” denunciantes. Esas tres afirmaciones sepultaron la presunción de inocencia”.
¿Se refiere a cómo ha llevado el tema su congregación..., está dolido?
Le respondo analizando el comunicado de prensa en que la Compañía de Jesús informó el fin de la investigación previa, porque eso fue, una investigación previa, no final. En ese comunicado la Compañía no habla de “víctimas” ni de “compensaciones”, como sí lo hizo en otros casos. Pero, claro, nadie se ha molestado en reparar en eso ni ninguna autoridad jesuita lo ha destacado, porque acá todo es silencio, secreto, tomar distancia. ¿Con qué se queda la gente? Con la parte del comunicado en la que se habla de “verosimilitud” de los hechos, de “actos de significación sexual” y de las “siete” denunciantes. Con esas tres afirmaciones sepultaron cualquier presunción de inocencia, lo que no es aceptable. ¿Por qué la Compañía no explicó claramente que un hecho sea verosímil no significa que eso haya ocurrido? Necesitaríamos cientos de cárceles para poder meter a gente presa por cuestiones creíbles. Tampoco entiendo por qué la Compañía no explicó qué entienden por lo que ellos denominan “actos de significación sexual”, cuando, durante la investigación, se nos dijo en cambio que se trataba de “actos impropios”.
¿Se refiere a los testimonios allegados a la investigación previa, por los cuales declaró?
En efecto, los testimonios entregados hablan de conductas inadecuadas, de lenguaje inapropiado, de supuestas tocaciones de muslos y glúteos, abrazos, pero nunca de relaciones sexuales, ni consentidas ni no consentidas; tampoco se refieren a tocaciones de genitales. Y luego, ¿por qué el comunicado habla de siete denunciantes? Durante la investigación se me indicó que hubo cuatro denuncias y que entre las más de 40 personas que prestaron testimonio, había otras tres que testificaban en mi contra, pero que no eran denunciantes. Y varios de esos 40 testigos declararon que nunca observaron conductas inadecuadas de mi parte. Pero una vez más, eso no lo dice nadie, tampoco el comunicado.
¿Qué esperaba de este proceso?
Hubiera esperado mayor ecuanimidad. Los jesuitas, como toda la Iglesia, se sienten con “tejado de vidrio” por los delitos cometidos por sacerdotes y religiosos y sus ocultamientos, que hacen que hoy actúen aterrados de que se les acuse de encubridores. Las injusticias no se enfrentan doliéndose de ellas, sino que desenmascarándolas, aunque esto tome tiempo.
¿Cómo fue su contacto con la abogada María Elena Santibáñez y qué le pareció la forma en que llevó la indagación?
Me pareció una persona seria, profesional, amable. Pero pienso que para cualquier buen abogado penalista debe ser complejo limitarse a constatar sólo la verosimilitud de un relato sin tener la posibilidad de trabajar para comprobar si los hechos descritos realmente ocurrieron.
Tras el informe de Santibáñez, ¿qué pasos piensa dar ahora?
El proceso canónico seguirá su curso en el Vaticano, no sé cuánto dure ni qué vaya a salir de ahí. Pero a mí me interesan más los tribunales de justicia chilenos, por eso me autodenuncié. Que el juicio sea justo, que se conozca de qué se me acusa, que haya transparencia y que, por supuesto, se proteja a quienes me denunciaron, tanto en su identidad como en el trato durante los interrogatorios. Esa es la justicia que busco, de cara a los chilenos.
“Fui emplazado públicamente por una fundación, por un abogado y por muchos usuarios anónimos en redes sociales y medios de comunicación, y ahora resulta que me critican por querer tener una investigación justa y transparente”.
Su autodenuncia ante la Fiscalía generó algunas críticas. ¿Pensó que esto podía afectar a sus denunciantes?
La justicia tiene contemplado el cuidado de los denunciantes y sus identidades. Fui emplazado públicamente por una fundación, por un abogado y por muchos usuarios anónimos en redes sociales y medios de comunicación y ahora resulta que me critican por querer tener una investigación justa y transparente. O sea, hay gente que tiene derecho a acusarme de conductas impropias, a filtrar información falsa a los medios, etc., y resulta que yo no tengo derecho a pedir una investigación. No soy ingenuo y sé que mucha gente detesta a los curas, pero, por favor, tengo derechos y uno de ellos es demostrar que no he cometido los actos de los que se me acusa.
Cautelares como condena
¿Cómo fue para usted que le impusieran como cautelar el dejar su casa en La Chimba?
Muy triste. Dejar de improviso mi trabajo, mi casa, a mi perra, mi gata y especialmente a la gente de La Chimba y que se me impusiera una medida cautelar sin siquiera conocer la acusación, la cual pude leer varios días después, es una vivencia muy triste. Espero que el provincial levante a la brevedad esa cautelar, pues no hay motivo para mantenerla. Colaboré ampliamente en la investigación y ya presté declaración. Tengo un trabajo en La Chimba y muchos pobladores me han manifestado que me necesitan de vuelta, así es que espero volver pronto.
¿No teme recibir eventuales recriminaciones a su retorno?
No. La gente de La Chimba me ha pedido volver, quieren que yo vuelva. Me necesitan allá, he mantenido contacto por Zoom y por teléfono. La presión de ellos, por el contrario, es por qué no vuelvo.
¿Le afecta estar suspendido del ejercicio público del sacerdocio?
No veo el sacerdocio como un espacio para ejercer públicamente el poder para realizar sacramentos. Al contrario, he dado muestras de que mi vida sacerdotal está desvinculada del poder y busca dar testimonio del Evangelio desde y con las personas. Después de tantos años tengo claro que mientras más alejado del poder esté un sacerdote, más testimonio dará del Evangelio.
Tampoco se le permite acercarse a menores de edad...
Se supone que estas investigaciones canónicas preliminares deben ser discretas para cautelar tanto la identidad del denunciante como la presunción de inocencia del denunciado. Pero cuando se divulgan de la manera en que se hizo en este caso, estas cautelares que se aplican pasan a ser una condena.
¿Podrá continuar con su trabajo como sacerdote ante una denuncia que usted siente es injusta?
Una denuncia no es algo injusto, lo injusto ha sido la manera en que se presenta y la no posibilidad de defenderse que uno tiene en una investigación previa. Ahora, mi vida sacerdotal, el jugármela por Jesucristo e identificarme con la gente con la que Él se identificó, va a seguir así. Pero esto es un juicio mediático y mediáticamente estoy marcado.
Por eso, ¿cree que tras la denuncia podrá seguir ejerciendo el sacerdocio?
Eso no depende de mí, estamos todavía en la investigación previa, falta un proceso largo y no es una decisión que dependa de mí.
¿Tiene confianza en que haya decisiones que puedan demostrar la inocencia que defiende?
En el sentido comunicacional, me parece que el daño ya está hecho. Lo otro, prefiero esperar a la justicia civil, a la que estamos expuestos todos los chilenos, porque es transparente, la gente puede saber de qué se me acusa y tengo posibilidad de defenderme.
¿Ha pensado renunciar al sacerdocio?
Mi vocación es jugármela por el Evangelio de Jesús, identificarme con quienes Él se identificó. Es lo que he tratado de hacer toda mi vida y lo que seguiré haciendo.
“Los jesuitas, como toda la Iglesia, se sienten con “tejado de vidrio” por los delitos cometidos por sacerdotes y religiosos y sus ocultamientos, que hacen que hoy actúen aterrados de que se les acuse de encubridores”.