Josep Colomer: “Las democracias nacionales están en crisis”

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A juicio de este reconocido politólogo y economista, la globalización perjudica la democracia, porque muchos temas públicos han cambiado de escala y los gobiernos ya no pueden controlarlos. A esto se suma la ira y la frustración que provocan las desigualdades y el empobrecimiento de la población. Respecto de Chile, sostiene que “era el ejemplo de los últimos 30 años en América Latina”, junto a Uruguay y Costa Rica.


Más allá de las particularidades de cada país o región, para el politólogo y economista Josep M. Colomer hay un factor que tiene que ver con algo externo y que nos rodea por todas partes, como el aire que se respira: la globalización. Justamente ese es el punto de partida de su nuevo libro, Democracia y globalización. Ira, miedo y esperanza, en coautoría con Ashley L. Beale. Seleccionado como uno de los libros del año por el Financial Times, este ensayo se hace cargo de preguntas esenciales para identificar los peligros que acechan a las democracias y cuáles son las mejores estrategias para superarlos. Además, intenta explicar por qué y cómo la globalización limita la capacidad de maniobrar las crisis de cada nación y cada gobernante, pues la escala de los problemas es mucho mayor. Esa incapacidad relativa de hacerse cargo de los problemas de las y los ciudadanos va llevando a un deterioro en la calidad de vida que, incluso entre quienes aún tienen buenos niveles de bienestar, se percibe como una pérdida significativa, que desata miedo, ira y conflictos por todas partes. “La globalización política es insuficiente para la globalización económica, de comunicación y humana del mundo actual”, dice.

Autor de 18 libros y editor de muchos más, en el Oxford Handbook of Political Science es reconocido como uno de los “líderes de subdisciplina” (el 1% de los autores más citados ) en el campo de las instituciones políticas. Desde España y vía Zoom conversa con La Tercera sobre el futuro de la democracia.

Usted habla del miedo y la ira como combustibles que socavan las democracias. ¿Son emociones movilizadas por quiénes?

Bueno, son manipulables. La ira es más bien una pasión movilizada por la oposición, cuando el rendimiento de los gobiernos no responde a las expectativas previas. Incluso, cuando la oposición llega al gobierno, suele cambiar e intentar activar el miedo para calmar las protestas y generar menos demandas que cumplir. Es una cuestión de expectativas: es muy importante este concepto, nos hemos dado cuenta estudiando esto.

¿Cómo exactamente?

La gente está satisfecha o insatisfecha con el modo en que funciona la democracia, no tanto por los resultados objetivos, sino a partir de las expectativas que tenían de cómo iban a ser los resultados. Y cuando los resultados son peores de lo esperado, o no lo que habían sido antes, es decir, si estábamos acostumbrados a que nuestros hijos vivieran mejor que nosotros y nuestros nietos, mejor que nuestros hijos, y esto no se cumple, eso es lo que provoca la ira. En cambio, encuestas internacionales que preguntan cuán satisfecho está usted con el modo de cómo funciona la democracia en su país, en países como India, la gente dice que está muy satisfecha, y es un país pobre y con muchos problemas, enorme, complejo y difícil de gobernar. Pero, durante muchos años, no había ninguna expectativa de que podría funcionar bien, había cero crecimiento económico y cuando en los últimos 30 años hubo una explosión económica y de prosperidad general, porque son menos pobres etc., pues la gente (se declara) satisfecha.

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Usted expone la correlación que hay entre crecimiento económico y satisfacción con la democracia, justamente por el caso de India, ¿no?

Bueno, India es el caso de mayor crecimiento económico, de un 7% anual durante 30 años. Solo se puede comparar con China, pero China es una dictadura, no hay encuestas en China, no hay opinión pública por definición, pero podemos sospechar que la gente también está “acomodada”. O sea, el crecimiento económico refuerza al gobierno, al régimen existente, tanto si es democracia o dictadura. El problema es la expectativa de que ese crecimiento va a continuar… Las expectativas siempre se basan en nuestra experiencia reciente. La proyectamos hacia el futuro y pensamos que va a seguir siempre así, ¿no? Y si no (sucede) es cuando se provoca la decepción, la ira, las protestas y la crisis política.

Es lo que ha pasado en Chile, estamos a dos años de un estallido social…

Chile era el ejemplo de los últimos 30 años en América Latina. El primer país de rendimiento político y económico era Chile, Uruguay también, y Costa Rica, que son países más pequeños todavía. Y, claro, esa fue la sorpresa, que de repente el chileno se topó con unas expectativas… Eso no quiere decir que en Chile la gente viva peor que en India o que haya menos servicios públicos eficientes, etc. Es una cuestión que había sido recientemente y que se esperaba que continuara, ¿no? Y eso es lo extraño, esa es la sorpresa negativa que provoca dónde están.

Lo que hemos estado debatiendo después del estallido social tiene que ver con la redistribución y combatir la desigualdad, pero no tanto con el crecimiento económico.

La desigualdad es un problema que se puede medir de muchas maneras, el 10% más alto, cada 10%, cada 5%, el 1%, la mitad superior y la mitad inferior. O sea, hay muchas medidas de la desigualdad y el Índice de Gini es la más aceptada. Cuando una persona va a votar, no piensa si el Índice Gini de ahora es mayor o menor que hace cuatro, cinco años. El problema no es que haya más ricos, es que hay más pobres: eso es lo que cambia la perspectiva y hace que la gente esté airada, enfadada y descontenta con los rendimientos de la democracia.

Globalización y democracia

En su libro explica la paradoja de que hoy existen más democracias, pero menos gobernanza. ¿Cómo podría explicarlo?

Por eso decimos que la globalización perjudica la democracia, y por eso es que habría que globalizar la democracia. Hay muchos temas públicos que han cambiado de escala y los gobiernos nacionales e internacionales ya no controlan, ya no pueden manejarlos como estaban acostumbrados. La comunicación en primer lugar. Por su puesto, el comercio internacional, que en Chile ha sido muy abierto: las inversiones extranjeras y las migraciones que antes eran básicamente del campo a la ciudad, ahora son transcontinentales. Y una plaga local se convierte en una epidemia y es una pandemia global. Las vacunas, por su puesto, no se pueden administrar en cada país, hay que hacer acuerdos globales como se está intentando hacer ahora. Ni digamos el cambio climático, porque por definición es global. O sea, todos esos temas van más allá de la capacidad de cada gobierno nacional de gestionarlos, y eso hace que el rendimiento de los gobiernos sea peor y, sobre todo, peor de lo esperado. Porque el problema es que los Estados nacionales no están adaptados al mundo en el que estamos viviendo y cada vez más eso es lo que provoca la frustración, el desengaño, la ira.

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Ustedes establecen la enorme importancia de la crisis económica y financiera del 2008 en el debilitamiento de la democracia. ¿Cómo podríamos dimensionar ese impacto?

Bueno, lo que ha pasado desde el 2008 en la gran mayoría de las democracias es que los partidos tradicionales pierden elecciones más que nunca. Los gobiernos pierden elecciones y no son reelegidos. Surgen nuevos partidos, hay más fragmentación, es más difícil formar una mayoría política. O sea, lo que básicamente hay es inestabilidad. Esa es la observación más obvia de los últimos 13 o 14 años. Entonces, si todo sigue igual, yo creo que la única predicción que podemos hacer es que va a continuar la inestabilidad, que las cosas son impredecibles y puede ocurrir cualquier cambio, en cualquier momento.

Usted afirma que la dispersión de la clase media explica, en parte, la vulnerabilidad política de los regímenes democráticos de hoy. En Chile estamos analizando mucho ese punto.

Sí, ese es un gran punto. Por supuesto, la democracia es para todos, pero lo que ha ocurrido en distintos modos, en muchos países, es que la clase media tradicional se ha roto. Hay algunos sectores de la clase media -creo que en Chile también-, que son minoritarios pero importantes, que viven mejor que hace 15 años: clase media alta, digamos. Pero, probablemente, más de la mitad de los que eran la clase media de antes vive peor, se convirtió en clase media baja o, incluso, clase trabajadora, con poco dinero y casi pobres. Eso es brutal, las consecuencias fueron brutales, porque rompen una sociedad por el medio: eso era el centro de la balanza. Si se rompe ese centro, la balanza se rompe y se polariza la sociedad. Y eso se ha estudiado bastante. También es una de las fuentes de esta polarización política, que ha roto los equilibrios en los partidos tradicionales y en los equilibrios políticos.

Prevenir populismos

En una entrevista usted dijo: “Los gobiernos populistas se dice que generan enfermedades terminales pero asintomáticas, a diferencia de los gobiernos liberales, que van por el buen rumbo, pero a costa de mucho sufrimiento en el presente”. ¿Qué previene a un país de terminar con Bolsonaros?

La experiencia del desengaño, de que las expectativas no se cumplen, puede ser positiva si la tomamos como una lección para entender mejor la realidad. Eso también sería una buena consecuencia de esta crisis, (tener) expectativas razonables, expectativas realistas que, con los medios que tenemos disponibles se puedan realizar. Eso sería una cura de esas enfermedades que decía, corresponde a una respuesta razonable de las crisis. Y agregaría dos cosas. Uno, entender mejor el mundo, que es un ente interdependiente globalizado, adaptar las expectativas a eso, no pensar ya nunca más que la soberanía nacional es el bien supremo, porque la soberanía nacional real ya no existe y entonces (hay que) adaptar las instituciones a esas realidades, especialmente a nivel global.

Pero, por lo menos en Chile, en los discursos más moderados, la gente no está prestando mucha atención.

Por eso estoy diciendo que las democracias nacionales están en crisis. Especialmente porque los gobiernos elegidos de partidos políticos normalmente no rinden muchas cuentas cuando acaban su gestión. Cuando un gobierno se presenta a la reelección, suele hablar menos de lo que ya ha pasado, y de lo que no ha salido bien ya ni se habla, inventan nuevas promesas, nuevas ideas a futuro para que la gente vote sobre eso, otra vez. Hay muy poco control de resultados, muy poco rendimiento de cuentas. Entonces, la vía habitual es hacer promesas nuevas, excitar la imaginación para así poder seguir saliendo (electos). Pero yo creo que los gobiernos nacionales están sobredimensionados, o sea, tenemos demasiadas expectativas en ellos… Entonces, esa excitación de expectativas no es buena, porque no corresponde a la realidad. Deberíamos canalizar más hacia todos los ámbitos: local, nacional, continental también. América Latina es otra unidad política que está ahí, intentando integrarse, pero que todavía es débil a nivel global.

¿Qué rol ha tenido, en este sentido, la pandemia?

Nos damos cuenta de que las instituciones globales no están a la altura. La Organización Mundial de la Salud debería haber sido mucho más fuerte, mucho más eficaz al administrar las vacunas de lo que ha sido. Ahora mismo tenemos el Grupo de los Siete (G7) que sí está avanzando en esa dirección, en la distribución de vacunas. El Grupo de los 20 (G20), que es un poco el segundo círculo, está aplicando esas decisiones de distribución de vacunas, incluso, de apoyo económico, de ayudas y créditos a varios países por las consecuencias económicas de la pandemia. O sea, yo creo que sí avanzamos en esa dirección, pero todavía estamos lejos de lo que sería una eficacia comparable a la que habían sido los Estados nacionales hace 50 o 60 años.

¿Cree que estamos más cerca de un mundo que realmente pueda gobernarse globalmente, de hacerse cargo de esta necesidad de gobernar la globalización?

Hay algunas medidas recientes que permiten eso aquí mismo. En junio pasado, el G7 aprobó -y ahora el G20 lo ha confirmado- impuestos a las grandes multinacionales tecnológicas. Este ha sido un debate de años que parecía imposible, o sea, Microsoft, Google, Apple, Amazon y Netflix, etc., salen en todas partes, no están en ninguna y no pagan impuestos. Ahora se aprobó que sí van a pagar. Eso es un paso adelante muy bueno, porque es un tema nuevo a nivel global y hay otras medidas de este tipo. Por ejemplo, en Europa se ha aprobado que, por primera vez, la Unión Europea emite deuda pública y multiplica su presupuesto por dos, que es todavía pequeño comparativamente, pero multiplica por dos y van a dar créditos y ayudas sin deuda a gran parte de los Estados que están en crisis: España, Italia, etc.

O sea, está optimista...

Si me permites esto, con la Unión Europea yo soy más optimista, porque está en manos de tres mujeres. Con la presidenta que ahora se reitera, que ha sido la presidenta de turno del consejo por los últimos seis meses, la presidenta de la comisión europea, Ursula von der Leyen, y la del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. Y es que cuando a las mujeres las dejan, lo hacen muy bien. Entonces yo creo que sí, que hay indicios de que los políticos, en algunos escenarios, se están dando cuenta de que el mundo actual requiere más acción global, más acción pública, más gobernanza global y podemos avanzar en este tema.

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