Las vidas perdidas en Texas: Las familias de Uvalde comparten las historias de las víctimas
Diplomas de honor, asados, fútbol y paletas de hielo; “Me cuesta decirles esto, pero su hermano no va a volver”.
Rojelio Torres se levanta todos los días a las 5:30 de la mañana dispuesto a ir a la escuela con sus hermanos en este pueblo normalmente tranquilo a una hora de la frontera con México. El martes, el niño de 10 años al que le encantaba jugar fútbol y fútbol americano no pudo volver a casa.
Rojelio fue uno de los 19 niños asesinados esta semana en la escuela primaria Robb en el tiroteo escolar más letal de la última década. Su tía, Eoudulia Orta, dijo el miércoles desde su casa familiar de color rosado que sabía que, a medida que pasaban las horas el martes, tendría que explicar a sus hermanos y primos -dos de los cuales asistían a la misma escuela- lo que había ocurrido.
“Me cuesta decirles esto, pero su hermano no va a volver”, dijo Orta. “Él está con sus bisabuelos”. Rojelio era el segundo de una familia de cuatro hijos, y el más pequeño de los hermanos parece no entender todavía que se haya ido, dijo Orta.
Cuando un hombre armado abrió fuego el martes en un salón de clases de dos habitaciones, utilizando un arma semiautomática, matando a 19 niños y dos maestros, provocó que la tragedia se extendiera por esta muy unida comunidad. Muchos grupos de hermanos y primos asistían a la escuela primaria Robb, que impartía segundo, tercero y cuarto grado, lo que en algunos casos causó múltiples tragedias en las familias.
Polly Flores perdió a dos sobrinas en el tiroteo, Jackie Cazares y Annabell Rodríguez. “Mis hermosos ángeles. Al menos están juntas. Pero nuestros corazones están rotos en miles de pedazos”, escribió Flores en su página de Facebook. Contactada el miércoles, dijo que ella y su familia no querían hablar más.
El novio de la madre de Annabell dijo el miércoles que la niña de 10 años había estado ilusionada de ir a la escuela el martes debido a una ceremonia de premios de fin de año y una fiesta para los estudiantes.
A ella le encantaba ir a la escuela, dijo, y siempre esperaba con ansias el comienzo de una nueva semana. A veces iba a un taller cercano donde arreglaban la carrocería de los vehículos y apoyaba la barbilla en el mostrador, esperando a que el dueño, Héctor Valdez, le diera un caramelo o una paleta de hielo. “La niña más dulce”, dijo Valdez.
El martes, el novio dijo que estaba hablando por teléfono con la madre de Annabell cuando oyó disparos, que supuso que estaban relacionados con la delincuencia del barrio. Cuando se enteraron de la noticia del tiroteo, se dirigieron al Centro Cívico SSGT Willie de Leon, ubicado cerca de la escuela primaria Robb, lugar que se convirtió en un punto de encuentro para las familias.
La familia de Makenna Elrod, de 10 años, también esperó durante horas en el centro cívico, dijo su pariente Linda Kramer. Al anochecer, la policía le pidió a los padres que tomaran una muestra de su nariz para realizar una prueba de ADN; unas horas más tarde, el resultado confirmó que Makenna había muerto, dijo Kramer.
Makenna era una niña muy femenina a la que le encantaba ponerse joyas y maquillarse, dijo Kramer. Quedó fascinada la primera vez que su abuela le enseñó a pintarse los labios sin mirarse al espejo.El miércoles, la numerosa familia de Alithia Ramírez, una estudiante que murió en el tiroteo, se reunió en su casa de tablillas color canela. Primos, tías y tíos se quedaron fuera para fumar y hablar. El candidato a gobernador, Beto O’Rourke, se detuvo para presentar sus condolencias. El tema del control de armas fue discutido.
La tía de Alithia, Dakota Campos, permaneció en silencio a varios metros de distancia y contuvo el enojo. Estaba furiosa con el tirador, dijo. “No sé por qué este hombre decidió tomar el destino de Alithia y lo de todos estos niños”, dijo. “No le correspondía a él decidirlo”.
Campos describió a su sobrina como una ávida artista a la que le encantaba dibujar y pintar así como el estilo de animación japonés.
Este verano, la madre de Alithia iba a llevar a su hija a trabajar con ella en un centro de detención donde se recluye a los migrantes que entraron irregularmente en el país, dijo Yvonne Gonzales, un miembro de la familia.
“Anoche recibí una llamada y sólo quería golpear algo”, dijo. “He estado llorando desde entonces”.
Kimberly Rubio perdió a su hija de 10 años, Alexandria Aniyah Rubio. El miércoles, Rubio la recordó como una excelente estudiante con una personalidad competitiva que disfrutaba jugando al sóftbol y al baloncesto. Conocida como Lexi, aspiraba a ser abogada y esperaba poder empezar a jugar al voleibol una vez llegara a la escuela secundaria.
“Ella era mi dulce bebé”, dijo Rubio a través de un mensaje de texto. “Le encantaba la pasta Alfredo y pedía un helado después de cada comida”. Lexi había sido premiada con un diploma de honor en la mañana del tiroteo, sonriendo en una foto ante un fondo dorado con su certificado y sus padres. Dejó atrás a tres hermanos y dos hermanas.
Las experimentadas profesoras, Eva Mireles e Irma García, dirigían de forma conjunta la clase de cuarto grado en la que entró el tirador. Ambas fueron asesinadas el martes.
García, de 48 años, murió protegiendo a los niños de su clase, según su tía, Olivia Vella.
Vella, una jubilada que vive en San Antonio, dijo que García era una madre y educadora devota que amaba a los niños. Cuando no trabajaba en la escuela, le gustaba pasar tiempo con sus dos hijas y dos hijos, dijo Vella.
“Era la mejor madre y una hermosa persona”, dijo Vella. “Una amiga, una hermana, una prima. Ojalá pudiera hacer más”.
García había enseñado durante 23 años, todos ellos en la escuela Robb, mientras que Mireles llevaba 17 años como profesora, según sus biografías en la página web de la escuela. Habían dirigido su clase de forma conjunta durante cinco años. Cada una compartió sus pasiones en las biografías; para Mireles, era correr, hacer senderismo y montar en bicicleta. García escribió que disfrutaba haciendo barbacoas y escuchando música con su marido, Joe.
Ambas profesoras dejan familias e hijos.
Orta dijo que la familia de Rojelio, tejanos de quinta generación, quiere darle sepultura pero aún no saben dónde está el cuerpo de Rojelio ni cuándo podrán enterrarlo. La mujer describe a su sobrino como un chico divertido que pretendía ser carpintero y constructor, siguiendo los pasos de su abuelo, quien construyó la casa familiar. Sus corazones, dice, están rotos.
Habían planeado sorprender a los niños con un viaje a la playa durante el verano a Corpus Christi, Texas, en el Golfo de México. Ahora, dice Orta, tienen que esperar y ver.
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