Menos autoridad, más docencia: cómo mutó el liderazgo en el aula
Si antes un maestro era visto como una autoridad a veces inalcanzable dentro de una sala de clases, hoy la realidad dice que esa verticalidad pasó a un trato mucho más horizontal. Distintos hitos sociales de Chile y el mundo, así como la irrupción de la tecnología a las aulas, explican el fenómeno que implica desafíos aún no descifrados del todo.
“Antes el educador era autoridad, pero autoridad por miedo: nadie se acercaba a ellos porque además se creían superiores en todo, asustaban a los padres y aterraban a los niños, pero hoy no, hoy los profesores son cercanos”. La profesora Patricia Lorca, con 30 años de experiencia en salas de clases, no sabe muy bien en qué momento ni qué produjo el quiebre. Sólo sabe que “antes”, en los tiempos en que ella iba al colegio y también en sus inicios como docente, el trabajo y la imagen que proyectaban los profesores era muy distinta a la de la actualidad, así como que la relación entre educadores y estudiantes pasó de una verticalidad casi absoluta a una de horizontalidad que de tanto en tanto provoca casos extremos de irrespeto e incluso, violencia.
Hay quienes creen que ciertos hitos en la historia reciente de Chile -revolución pingüiña y estallido social, entre otras- torcieron la forma en que el profesor debe ejercer su liderazgo. Otros que la entrada de la tecnología a las aulas y la consiguiente conversión de estudiantes en nativos digitales aceleró el proceso, así como están los que advierten que el fenómeno no afecta sólo a nuestro país, sino que está instalado globalmente. Lo cierto es que el ritmo en que la relación ha mutado ha sido vertiginoso.
Pero, ¿qué ha llevado a que el profesor, antes visto hacia arriba, hoy sea una figura más cercana?
María Leonor Conejeros, académica de la Escuela de Pedagogía de la UC de Valparaíso, doctora en Educación e investigadora de Prácticas de Aula y Escuela para la Inclusión del Centro de Investigación para la Educación Inclusiva de la PUCV, remarca ciertos hitos sociales y tecnológicos que han puesto en tensión la relación profesor-estudiante. “No hablaría de quiebre, pues ello implica algo que se rompe y la relación se ha ido transformando, pero no se ha quebrado”, dice. Y detalla que dentro de esas situaciones está la revolución pingüina, que “puso mayor presión sobre la calidad educativa”, y que la masificación de los dispositivos móviles “cambió la interacción” entre docentes y alumnos. Asimismo, cree que la Ley de Inclusión Escolar “ha cambiado la dinámica y conformación de las aulas”, lo que ha planteado grandes desafíos a los profesores, así como que la pandemia es un hito que al menos en la historia reciente no se puede obviar.
Cristina Martínez, profesora de Historia y Ciencias, docente de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (Umce) y secretaria académica del Departamento de Historia y Geografía de dicha institución, concuerda. Señala, de hecho, que la educación ha ido cambiando “acorde ha ido cambiando el contexto político y social del país”. Así lo resume: la creciente incorporación de tecnología en las aulas chilenas desde 2010 “ha llevado a que los profesores entendamos que no somos los únicos que detentamos el conocimiento”; el movimiento estudiantil que llevó a discusiones y hacer visible lo que pensaban y querían los estudiantes, con lo que “dejaron de ser el agente pasivo que solo recepciona información”; la misma Ley de Inclusión que deriva “en un necesario acercamiento en la relación profesor-estudiantes”; el estallido social, que puso sobre la mesa “el cuestionamiento a la falta de liderazgos claros, creíbles y consecuentes” que se traspasó eso a las aulas; y la pandemia, que desafió a mantener la relación y la interacción a pesar de la no presencialidad, lo que hizo “reconsiderar el verdadero sentido de la educación y del rol docente”.
Mientras, Rodrigo Roco, director de Educación de Santiago y doctor en Ciencias de la Educación, cree que efectivamente todo acontecimiento o cambio social va a tener un impacto al interior de la escuela porque un establecimiento es una micro-sociedad, no un espacio neutral. “Todos los hitos y cambios sociales que van ocurriendo en un país necesariamente se van reflejando de algún modo y van teniendo impacto al interior de la escuela”. Esto, asegura, ha traído como principal dificultad la construcción de una nueva autoridad pedagógica. “Las niñeces y juventudes se han constituido desde nuevos lugares, lo que ha hecho que la docencia deba revisar sus prácticas tradicionales, someterlas a juicio crítico y replanteárselas”. En tal sentido, cree que las direcciones de Educación tienen que dar respaldos, generar espacios, tiempos, perspectivas y acompañar estos procesos.
En efecto, hasta hace no muchos años el profesor ejercía como una figura estricta que a veces rayaba en el autoritarismo, lo que hoy habría quedado en el olvido. Atrás quedaron, por ejemplo, los estudiantes que sólo estaban en las salas en calidad de oyentes.
“El clima del aula ha variado en la misma relación que la sociedad. En mi proceso educativo era centrado en entregar conocimiento enciclopédicos y el alumno un repetidor. Si bien existía la afectividad, se mantenía la distancia entre profesor y alumno. La relación con la familia estaba centrada en acusar para sancionar. Durante mi ejercicio profesional se comenzaron a producir cambios, los alumnos comenzaron a expresar sus emociones e ideas y hoy las prácticas pedagógicas en el aula están centradas en el estudiante”, plantea María Elena Fernández, directora de la escuela Emilia Lascar de Peñaflor, y quien tiene casi 40 años de aula a su haber.
Patricia Lorca, en tanto, refuerza que antes las relaciones entre profesores y alumnos eran verticales, donde el docente mandaba, daba órdenes y los alumnos sólo obedecían. Y que eso ya no ocurre más. Eso, asegura, fue lo que pasó entre padres e hijos, lo que indefectiblemente se traspasó a las aulas. “Hoy los profesores tienen una relación más horizontal, donde uno debe estar mirando todo lo que rodea a los niños, qué necesita aprender, qué interfiere en el aprendizaje, que es lo que más les gusta saber. Para mí es mejor cómo se enseña hoy”, asegura, aunque añade que esto “es mucho más desgastante”.
Desde la teoría, estas apreciaciones tienen sustento. Así lo explica Conejeros: “Los enfoques pedagógicos constructivistas promueven relaciones y dinámicas más horizontales, pues el profesor no es dueño del saber, es un mediador que acompaña los procesos de aprendizaje y desarrollo”. Sin embargo, advierte, la complejidad del sistema educativo y los ritmos del cambio en educación “hacen que estas relaciones más horizontales o verticales varíen según la cultura educativa, la institución y el nivel educativo”. Si lo horizontal es mejor o peor, resume, “depende de varios factores, nada es blanco o negro, no es absolutamente dicotómico, sino más bien un continuo. Horizontal no es sinónimo de falta de respeto o falta de autoridad, así como vertical tampoco lo es de lejanía”.
Desde la Umce, Martínez sí cree que este cambio es para mejor: la comunicación es más abierta y bidireccional entre ambos; la participación activa de los estudiantes en las clases promueve el debate de ideas y discusiones; que los docentes se involucren en decisiones de sus cursos más allá de lo puramente académico disponen positivamente a los profesores; y el irrumpimiento de la tecnología en las salas ha hecho que los estudiantes también pueden aportar con información. “Encontrar el equilibrio adecuado entre la autoridad del profesor y la participación del estudiante sigue siendo fundamental para mantener un ambiente de respeto, confianza y aprendizaje significativo y afectivo sin que ninguna de estas características sea excluyente. Hoy en día el profesor más respetado no necesariamente es el que sabe más, sino el que a través de su actuar cotidiano respeta formas de ser, pensar y actuar”, señala.
Muy de la mano de este cambio de relación entre adultos y menores, vino también el auge de las nuevas metodologías de enseñanza. Y esto modificó también las formas de hacer clases y cómo un profesor lidera sus aulas. La realidad actual, dicen quienes la viven a diario, pide alumnos siendo parte de sus aprendizajes, trabajando en equipo, incluyendo muchas veces al profesor. Ejemplos hay varios, como aula invertida o llevar el juego a la sala de clases.
“Ha habido un cambio en la forma de relacionarse entre docentes y estudiantes, donde el liderazgo del docente no está dado solo por ser el adulto en la sala, sino por otras características”, dice la académica Martínez. Por ejemplo, agrega, hoy se debería abandonar el concepto de profesor jefe porque “posee una autoridad impuesta, estableciendo órdenes y normas. En cambio, un profesor líder hoy guía, valora e inspira a un grupo curso”. En la actualidad, asegura la experta, las escuelas deben convertirse en facilitadores del aprendizaje en lugar de transmisores de información.
Conejeros, de la PUCV, concuerda en que las técnicas docentes deben ser otras. “Hoy se le demanda al profesor una combinación de habilidades pedagógicas, socioemocionales, tecnológicas y de gestión, además de un desarrollo ético que le permita acompañar y guiar a sus estudiantes”. También hay que considerar en esta evolución del liderazgo a los materiales pedagógicos, entre celulares, tablets y videos. Los libros, si bien no han pasado al olvido, han perdido terreno.
En tal sentido, Martínez reseña que el uso de la tecnología, las redes sociales y la multiplicidad de estímulos digitales “permiten que el proceso de enseñanza cuente con una serie de recursos que hace años no se tenían”, aunque es vital que el profesor tenga en cuenta el rol y el sentido que la tecnología ocupará en las clases para evitar distracciones.
“Ya no es suficiente con dominar el contenido curricular, se debe también saber usar las herramientas digitales que puedan enriquecer las experiencias”, cree Conejeros. Lo ha vivido en carne propia la profesora Lorca, quien asegura que la tecnología ha producido un cambio en las aulas y en la manera de aprender y enseñar: “Los niños pequeños no deberían usar computadores o teléfonos”.
Con todo, Conejeros concluye: el cambio hacia una relación más horizontal entre profesores y alumnos ha llevado a una pedagogía más centrada en el estudiante. “Si bien esto puede haber reducido en cierta medida la distancia jerárquica entre profesores y estudiantes, también ha permitido una enseñanza más enriquecedora que se adapta mejor a las necesidades cambiantes de los estudiantes en la sociedad actual”.
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