Peter Brown, historiador: “Lo que temo del revisionismo es un mundo en el que se espera que todos piensen como todos los demás”
Brown, descrito por el diario El País de España como el mayor historiador vivo de lengua inglesa, plantea en esta entrevista con La Tercera que ante la cultura de la cancelación, los profesionales de su área “tienen una ventaja, que es la determinación absoluta de que nada de lo ocurrido en el pasado debe ser cancelado. Esa es la blasfemia máxima”. Además, respecto de la pandemia, sostiene que el momento actual que atraviesa el mundo “nos ha hecho conscientes de la fragilidad de nuestras instituciones”.
Es una leyenda de la historia. De hecho, muchos lo han calificado como el mayor historiador vivo en lengua inglesa, como sentenció el diario El País. Pero a sus 85 años, voz calma y actitud serena y afable, Peter Brown prende la cámara de Zoom con la humildad de los grandes. Desde su hogar en Nueva Jersey, cerca de la Universidad de Princeton y de la casa donde vivió Albert Einstein mientras enseñó allí, conversa con La Tercera una tarde de su otoño, sin apuro ni aires de estrellato. Parece interesado por saber de Chile, de Latinoamérica y de la pandemia, mientras su mujer lo ayuda en la conexión.
Profesor de Oxford, Berkeley y Princeton (donde es profesor emérito), ha dedicado su vida al estudio de la antigüedad tardía (200 a 700 d.C.), periodo del colapso de Roma. Con apenas 36 años publicó El mundo de la antigüedad tardía, revolucionando la cátedra sobre aquella época. No solo había decadencia y sombras, sino también luces y continuidad, nunca antes vistas de ese modo. Entre los múltiples reconocimientos que ha recibido, figuran el premio Heineken de historia, de la Academia de Artes y Ciencias de Noruega, y el premio Kluge por su trayectoria en la historia de la humanidad, otorgado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, y el premio Balzan para las humanidades, entre muchos otros. Hoy estudia etíope, pues quiere comprender el cristianismo desde un punto de vista completamente diferente.
¿Cómo cree que los historiadores del futuro verán el momento actual que atraviesa el mundo? ¿Como una encrucijada, como un punto de inflexión que cambió a la humanidad de manera muy relevante?
Creo que quizás dentro de 50 años miraremos hacia atrás y diremos que esto fue una crisis de confianza. Que vivíamos en una sociedad tecnológicamente muy avanzada, con estructuras administrativas muy avanzadas, lo que los franceses llamarían gouvernementalité. Se pensaba que esta era justa y fuerte, pero hemos aprendido que hay limitaciones. Uno puede declarar que hay una vacuna para el Covid, por ejemplo. Recuerdo esto muy vívidamente: estábamos pensando en que llegaría en un mes, dos meses, y las obstrucciones realmente terribles y alarmantes en lo que siempre habíamos imaginado sería un proceso fácil, es algo que creo que nos ha hecho mucho más conscientes. Conscientes de la fragilidad de nuestras instituciones, y conscientes de, cómo decirlo, los “mitos reconfortantes”. Y estos no son necesariamente mitos falsos, sino mitos que hacen que una sociedad funcione y que pueden ser fácilmente derrumbados por estos eventos repentinos. Ahora, creo que cualquier ciudadano del Imperio Romano habría sentido lo mismo. Los desafíos repentinos a una ideología básicamente optimista causan mucha más angustia, mucho más dolor, que a las sociedades que quizás se habían acostumbrado más a los desastres recurrentes.
Con su trabajo, usted ha sacado de las sombras a la antigüedad tardía y, en ese sentido, ganamos cierto respeto por la continuidad humana, dijo a La Nación de Argentina. ¿Por qué es eso tan importante?
Creo que siempre existe la tendencia, especialmente en las sociedades complejas y seguras, de querer congelar el tiempo. Quieren que el tiempo no cambie. Reaccionan a los síntomas del cambio con diversos grados de alarma e indignación. Incluso, cosas que parecen aparentemente inocentes, apolíticas, como un nuevo estilo en la pintura, o un nuevo estilo en la vestimenta, pueden provocar reacciones negativas bastante desproporcionadas respecto del desafío que realmente plantean. Cuando era un joven estudiante en Londres, en la década de 1950, recuerdo la primera gran exposición de Pablo Picasso que llegó allí. Y recuerdo cómo una dama y un caballero agitaban sus paraguas con rabia ante las pinturas. Ahora, esa es una reacción que creo que un historiador debería poder persuadir a la gente de que no la tenga.
“Las élites son infinitamente capaces de alarmarse. Viven alarmados, son los primeros en denunciar nuevos fenómenos, ya sea agitando un paraguas a Picasso o persiguiendo a los cristianos en la época del emperador Diocleciano (284-305)”.
Peter Brown, historiador irlandés
¿Cómo así?
Cuando hablo de continuidad, me refiero a la tolerancia al cambio, a una fe básica en los humanos al moverse o pasar de una situación a otra. Entonces, en realidad, no se trata de continuidad, sino de la capacidad de resiliencia y, en particular, de la capacidad de recuperación de la persona promedio. Uno de los grandes peligros para comprender la antigüedad tardía es que en esa sociedad muy estratificada, de grandes divisiones de riqueza y poder, solo escuchamos a la élite privilegiada la mayor parte del tiempo. Y, como sabemos, las élites son infinitamente capaces de alarmarse. Viven alarmados, son los primeros en denunciar nuevos fenómenos, ya sea agitando un paraguas a Picasso o persiguiendo a los cristianos en la época del emperador Diocleciano (284-305). Y creo que un historiador puede asegurar que, a menudo, hay mucho más crecimiento, un crecimiento más positivo, en áreas a las que no nos animaron a mirar.
¿Conocer el pasado debería calmar esas ansiedades frente al cambio de las élites?
Eso espero. No hay que sobreestimar el papel del conocimiento histórico, en comparación con, digamos, las ciencias, que al menos han pretendido ofrecer formas de manejar la condición humana. Pero creo que la gran ventaja para el historiador es que, en primer lugar, se trata de seres humanos. Y se trata de seres humanos que podemos comprender a partir de nuestra propia experiencia. Y creo que un sentido de parentesco con el pasado es algo que un historiador puede fomentar, siempre que no sea un aplanamiento de la distinción entre pasado y presente. Una de las cosas que te da el estudio del pasado son los universos alternativos.
¿En qué sentido?
Te da una forma de ver... que la vida no siempre fue como nuestra vida moderna, ha sido muy diferente. Y a menudo es (hoy) muy diferente en otras sociedades, en otras partes del mundo. No debemos dejarnos engañar por la acelerada globalización que se vive hoy en día, que parece borrar diferencias. De hecho, si estudias Europa hoy en día o el este de Asia, siguen siendo las diferencias entre sociedades, entre culturas, las que a menudo son una fuente de enriquecimiento. En ese sentido, un historiador está ahí para ayudar al individuo a salir de sí mismo.
Los peligros de la “cancelación”
Usted ha dicho que asumir incluso las partes vergonzosas de la historia es una señal de madurez. ¿Qué piensa de tendencias al revisionismo histórico, a la eliminación de estatuas o monumentos?
Lo lamento mucho, porque creo que se basa en una psicología falsa. Se basa en el supuesto de que cualquier sociedad, en un momento dado, puede dar mensajes unificados. Que va a poner de inmediato sus propios valores en la esfera pública, sin oposición. Ese, por supuesto, es el sueño de las sociedades totalitarias. Y por eso me preocupa especialmente.
¿Qué hacer con las partes vergonzosas de nuestra historia?
A ver. Lamentamos mucho que haya habido esclavitud en los Estados Unidos, es absurdo pensar que no lo hacemos. Pero lo que tenemos que preguntarnos es cuál es la mejor forma de absorber esa vergüenza. Y mi propio sentimiento es extraño, habiendo crecido en Irlanda, un país pequeño, con una historia muy larga y muy triste, en realidad es importante que haya recordatorios de un pasado más amplio que lo está resumido en nuestro propio sistema de valores actual. Soy un gran partidario de que, por ejemplo, las personas deben respetar los sitios históricos, deben venir a visitarlos, deben traer a sus hijos. Significó mucho para mí cuando fui a la escuela, el pasar por ciertos monumentos que no eran necesariamente de los héroes de nuestra época, sino de una época pasada. Lo que significaba que tenía que decir: ‘Bueno, ¿cuál es la diferencia entre mi época y la de ellos?’. Y, a la larga, es el mismo proceso que permite llevarse bien con otras personas. Lo que realmente temo de este revisionismo es un mundo en el que se espera que todos piensen como todos los demás. Y esa parece ser una fórmula para 1984 de George Orwell, más que para alguna utopía liberal.
¿Qué piensa de la llamada cultura de cancelación?
No lo olvides, soy historiador: yo sé del pasado, solo adivino el presente... Creo que lo que hace un historiador es enseñarte a tener paciencia en la observación de la propia sociedad, en parte porque el oficio de un historiador -que al fin y al cabo es descubrir la verdad-, es lento y exigente, y debería llevar tiempo. Y yo diría en situaciones modernas que lo que el historiador debería poder decir es ‘tómatelo con calma. Espera. No te muevas. No saques conclusiones precipitadas, son más complejas’. Pero eso es solo ser un ser humano inteligente, no es ser tampoco un historiador... Pero, ciertamente, creo que si los historiadores tienen alguna ventaja, es la determinación absoluta de que nada de lo ocurrido en el pasado debe ser cancelado. Esa es la blasfemia máxima.
“Las personas deben respetar los sitios históricos, deben venir a visitarlos, deben traer a sus hijos. Significó mucho para mí cuando fui a la escuela, el pasar por ciertos monumentos que no eran necesariamente de los héroes de nuestra época, sino de una época pasada”.
Peter Brown
¿Cuál es el mayor riesgo de “cancelar” partes del pasado?
Eso hace a las personas muy parecidas entre sí, y eso implica que no pueden obtener beneficios los unos de los otros. Beneficios de aquello que nos separa de las otras personas, tanto como de aquello que tenemos en común con ellas.
¿Cómo deberían los pensadores de hoy, elevarse por sobre las tensiones del presente y dejar un legado, como usted afirma que hicieron los pensadores de la antigüedad tardía?
Creo que fue Paul Klee, el artista, quien dijo que ‘cuando quiero pintar un paisaje, le doy la espalda’. Y creo que esto es absolutamente correcto. Uno solo puede ser útil para la propia sociedad si, de alguna manera, se desapega de ella. Cualquier disciplina intelectual adecuada tiene un elemento de descentramiento, de colocarse uno mismo no en el centro del cuadro, sino como si estuviera fuera de él. Esto podría exagerarse, por supuesto, pero es un requisito básico. De alguna manera debemos permitir que nuestro propio juicio sea independiente de nuestras circunstancias inmediatas, para que pueda llegar más lejos, para que pueda recrear con más viveza. El pintor que da la espalda a un paisaje se ve impulsado a evocarlo, a comprenderlo más a fondo, porque no está constantemente mirándolo. Eso recomendaría.
¿Se siente optimista frente a lo que va a pasar después de la pandemia?
Como ciudadano, espero lo mejor... Creo que es lo único que puede decir un historiador. Sería muy poco sabio comprometerse con escenarios demasiado melodramáticos. Y evitar el melodrama no es evadir la realidad, es evadir la manipulación de la realidad. Es muy fácil usar el miedo, el prejuicio, el disgusto, el horror... El mundo está lleno de esas cosas que nos disgustan, que nos horrorizan, que nos provocan un miedo muy grande, muchas de las cuales están verdaderamente fuera de nuestro control. Nadie le ha preguntado al Covid si mutará o no y, si preguntamos, no nos daría respuesta, esto está fuera de nuestro campo. Por otro lado, hay muchos otros dilemas humanos en los que es un deber buscar salidas, no ceder al pánico inmediato. Tan a menudo las dictaduras, las formas modernas de control totalitario del pensamiento, se basan o parecen estar basadas en el falso miedo. Aquí es donde entra el historiador, pues su principal enemigo es, en realidad, la falsedad.
Por último, haciendo ficción, ¿qué cree que nos dirían los romanos, que usted ha estudiado tanto, acerca de cómo vivir en momentos de cambio e incertidumbre?
Lo que creo que es importante sobre el mundo romano, en comparación con el nuestro, es que las noticias viajaban muy lentamente. Estas eran sociedades verdaderamente lentas, y esto le daba a la gente tiempo para adaptarse. Los desastres ahora caen sobre las sociedades modernas mucho más rápidamente. Así que lo que a un romano le choquearía es que ocurriera algún desastre, digamos, en el Rhin, y lo supieran de inmediato en el norte de África. El Imperio Romano siempre fue un imperio salvado por su propio tamaño, porque tenía una capacidad de resiliencia basada simplemente en el hecho de que las guerras ocurrían en un lugar pero no en otros. El Imperio Romano se parece mucho más al mundo del siglo XIX, con ciertos grados de interconectividad y, en otras áreas, dichosa ignorancia. Ahora, no podemos recuperar eso. Pero creo que a los romanos les habría sorprendido tener una sensación de crisis tan instantánea. Entonces esa sería una de mis respuestas.
¿Y la otra?
Creo que lo otro sería lo que en la filosofía antigua era fuerte: el cultivo individual. Una conciencia aguda -que se ve de Sócrates en adelante, e incluso antes-, de que lo único que los seres humanos pueden controlar es a ellos mismos. Y ahí es donde está la verdadera obra del sabio. Recomiendo mucho el trabajo de mi difunto colega y amigo Pierre Hadot, Exercices Spirituels et Philosophie Antique, que enfatizó una y otra vez el extremo rigor y rectitud con que los romanos de las clases educadas y más allá enfrentaron las dificultades de su propia época. Y eso pienso que se mantiene. Creo que un romano habría encontrado esto mucho más convincente que el estudio de las instituciones. Es una visión más personal, tiene sus grandes limitaciones por esa razón, pero era una visión muy fuerte.
Usted está escribiendo sus memorias. Mirando su pasado, ¿qué le gustaría haber sabido antes?
(Piensa un poco). ¿Sabes? Una de las cosas que más me llamaron la atención es que debido al sistema educativo muy rígido en Gran Bretaña e Irlanda y en el continente europeo, no combiné la educación científica con la humanista. Eso es algo que considero una gran decepción. Quiero decir, es un ideal muy interesante. Yo era un observador de estrellas muy entusiasta y estudié astronomía con mucha atención, hasta que entré en una escuela de varones alrededor de los 14 años, y hubiera deseado haber continuado con este interés. Así que no es tanto lo que desearía haber sabido, sino lo que desearía haber podido hacer. Y creo que en realidad eso es más interesante, porque mi propia experiencia es que uno sabe muy poco sobre su propio futuro. No se puede pedir más futuro que el que se te ha presentado.
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