Ucrania: Voces desde el campo de batalla
Una residente y dos periodistas en Kiev, una estudiante en Odesa, una diseñadora en Lviv y una funcionaria de una ONG en el Donbas, narran a La Tercera sus dificultades y miedos en medio de la ofensiva rusa. Las vidas de todos estos ciudadanos ucranianos se han visto modificadas a la fuerza.
Lo primero que hace Nadiia al despertar, es revisar el chat familiar y verificar que todos los miembros su familia en Ucrania hayan enviado un signo “+”. Esta ha sido la manera que ha encontrado esta ucraniana radicada en Chile para saber si sus seres queridos están a salvo en Ucrania. La preocupación de Nadiia es evidente desde que Rusia invadió su país el jueves 24 de febrero. “Avisaron sobre un posible espionaje a través de los chats y acordamos con la familia no hablar mucho de los detalles. Ahora no duermo hasta las dos o tres de la madrugada esperando ver los primeros signos +”, explica.
Lo mismo le pasa a Alicia, pero en Odesa, la tercera mayor ciudad ucraniana, ubicada en el Mar Negro y que en las últimas horas ha estado en la mira de las fuerzas rusas. “Al comienzo de la semana no hubo mucha hostilidad, pero el miércoles sonaron tres veces las sirenas. Y el jueves unos barcos se acercaron al puerto, aunque no habían desembarcado por las condiciones meteorológicas. Mi papá no pasará la noche en casa hoy (jueves), porque fue a patrullar las calles”, relata Alicia, de 19 años y estudiante de biotecnología en la Universidad Nacional II Mechnikov Odesa.
“Seguimos confundidos, lo hemos perdido todo y no sabemos si podremos recuperar nuestra vida. ¿Volveremos a casa o al trabajo? ¿Veremos pronto a nuestros familiares?”
Anastasia, desde Lviv.
Desde que comenzó la invasión rusa, Alicia se ha mantenido en su casa, ya que la universidad en la que estudia decretó un receso indefinido. Pero al igual que otros miles de civiles ucranianos, su padre se ha mantenido activo para colaborar con su Ejército. “La mayoría de las veces él ayuda a tejer redes, a buscar algunos medicamentos o materiales para bombas molotov”, cuenta esta joven ucraniana. El padre de Alicia no ha hecho más que acudir al desesperado llamado del gobierno encabezado por el Presidente Volodimyr Zalensky, que el sábado convocó a sus ciudadanos “a que nos informen del movimiento de las tropas, que fabriquen molotovs y neutralicen al enemigo”.
En 10 días de ofensiva, Rusia ha estrechado el cerco contra las principales ciudades del país (Kiev y Kharkiv), además de controlar el Donbas, la región donde se ubica Donetsk y Luhansk. Según los reportes de las agencias internacionales, los ucranianos han logrado repeler el ataque inicial, aunque en los últimos días los bombardeos rusos se han concentrado en zonas civiles. Hasta ayer se contabilizaban más de 500 bajas por el lado ruso, más de 2.000 civiles ucranianos y 1,2 millones de refugiados.
Desconexión total
María, de 41 años, es una periodista ucraniana, madre de dos niños pequeños y residente en Kiev, la capital. En los últimos días ha debido lidiar con la desesperación que le ha provocado la ofensiva rusa y reconoce que “deseo hacer todo lo posible para acabar cuanto antes esta terrible pesadilla”. Parte importante del bombardeo ordenado por Vladimir Putin se ha concentrado en esta ciudad -de casi dos millones de habitantes-, por lo que muchos de sus ciudadanos han debido recurrir a refugios subterráneos, incluidas las estaciones de metro.
Desde hace varios días María cuenta que no ha tenido rastros de uno de sus amigos más cercanos que vive en Mariúpol, puerto clave del Mar de Azov, que desemboca en el Mar Negro. El jueves las tropas rusas avanzaban desde Crimea -península anexada por Moscú en 2014- hacia esta ciudad.
“Estoy realmente asustada porque no he sabido nada de mi amigo en Mariúpol. También tengo una colega que vive en los suburbios de Kiev, donde se han dado combates feroces todos los días y no han abandonado el sótano durante varios días. Lo último que supe es que iban a huir con los padres de su esposo, pero necesitan cruzar la línea de fuego”, cuenta. María agrega que su madre vive en un extremo de Kiev y tampoco ha podido contactarse con ella.
“El lunes logramos reponer un poco las provisiones, pero las tiendas están casi vacías porque no hay abastecimiento, quedan pocas cosas”, narra. En el caso de las farmacias la situación es aún peor: “Casi ninguna funciona y hay colas enormes durante varias horas para conseguir lo que se requiere”. El mayor problema que enfrenta María es que tiene una enfermedad autoinmune, por lo que debe tomar medicamentos todos los días y solamente tenía reserva para una o dos semanas. “Hasta ahora no me he atrevido a hacer fila en la farmacia”, reconoce.
“Lo perdimos todo”
“Estoy en Lviv, en un departamento que mis amigos me prestaron como refugio temporal, porque me vi obligada a abandonar mi hogar junto a mi esposo y nuestros dos hijos”. Esto es lo que cuenta Anastasia, diseñadora gráfica de 34 años, quien hasta antes de la guerra residía en Kiev. Desde Lviv, a 70 kilómetros de la frontera con Polonia, miles de ucranianos han emprendido un dramático viaje en tren, en busca de un lugar seguro. Atrás han debido dejar a los hombres, ya que todos quienes tengan entre 18 y 60 años deben quedarse en el país.
El día en que comenzó la ofensiva rusa una llamada telefónica despertó de madrugada a Anastasia y su familia. Producto del sueño, en un primer momento pensó que lo que escuchó al otro lado del teléfono era un mensaje para “desmoralizar a los ucranianos”. Pero al rato recibió varios llamados más que la alertaron sobre lo que realmente estaba pasando: Ucrania estaba bajo ataque ruso.
“Me siento impotente porque hoy no puedo ayudar a nadie. Es irónico trabajar en una organización humanitaria y ser yo hoy la persona que necesitará ayuda”
Katerina, desde un tren camino a Lviv.
“Unos minutos más tarde, mi suegra llamó y nos dijo que se escuchaban explosiones cerca de su vivienda. Rápidamente reunimos los documentos, a los niños, a nuestro gato y nos subimos al auto para ir a su casa, en Irpin”. Esa localidad se encuentra en los suburbios de Kiev, cerca del aeropuerto de Hostomel, el cual las tropas rusas intentaron capturar en los primeros días del conflicto. Fue en esa zona donde la artillería rusa destruyó al Antonov ucraniano, el avión más grande del mundo.
“Al día siguiente, alrededor del mediodía, escuché una bomba muy cerca de la casa en Irpin. Miré por la ventana y vi que un avión militar sobrevolaba la vivienda donde nos encontrábamos. Les grité a todos rápidamente que se escondieran en el sótano y esa noche dormimos ahí. Así estuvimos dos días más en los que casi no salimos. Por las noticias nos enteramos que los combates continuaban en nuestra ciudad y pueblos aledaños. Incluso, vimos que una casa fue destruida cerca de donde estábamos”, relata Anastasia.
“Mi papá no pasará la noche en casa hoy (jueves), porque fue a patrullar las calles”
Alicia, desde Odesa.
Aprovechando un momento de silencio en la zona, esta ucraniana salió de Irpin junto a su familia. “Conducimos durante mucho tiempo en medio de grandes atochamientos de autos hasta Jmelnitsky (entre Kiev y Lviv). En esa ciudad unas personas que no conocíamos nos dieron refugio y nos quedamos en su casa. Al día siguiente partimos rumbo al oeste, aunque no sabíamos hacia dónde exactamente”, cuenta.
“Finalmente fuimos recibidos en Lviv y nos unimos a una iglesia, donde ayudamos a otros refugiados, para quienes la evacuación de sus hogares fue mucho más difícil que para nosotros. Seguimos confundidos, lo hemos perdido todo y no sabemos si podremos recuperar nuestra vida. ¿Volveremos a casa o al trabajo? ¿Veremos pronto a nuestros familiares?”, se pregunta Anastasia.
Noticias “emotivas y sensibles”
Desde que se inició el ataque ruso, Volodymyr Runets, de 40 años, transformó el estudio de televisión de ICTV, donde trabaja en Kiev, en su oficina y refugio. “Mi rutina es seguir las noticias sobre muerte y destrucción. Mis días se han convertido en escuchar los bombardeos constantemente. Ha sido un trabajo de 24 horas con muy poco descanso”, cuenta.
Runets relata que su tiempo se divide entre su trabajo en el centro de Kiev y la preocupación por sus familiares. “Mi madre vive en Odesa y permanentemente oye las sirenas de alarma. Ella me cuenta que apenas las escucha se esconde en el sótano de un viejo edificio en el casco histórico de la ciudad. Pero es un sótano que con el impacto de un proyectil se destruiría en un chasquido. Además, mi hermano y su mujer huyeron a una zona más segura, donde puedan seguir trabajando. Ambos son artistas y al igual que muchos, nunca imaginaron lo que está ocurriendo”, apunta.
Una situación similar vive Maksym Panchenko, periodista de 27 años de Ukraine World, que cuenta que “entre los colegas no hemos tenido descanso y nos comunicamos 24/7, sin exagerar”. “La cobertura de las noticias ha sido muy emotiva y sensible, pero esto funciona así y necesitamos mantener al mundo actualizado sobre lo que está ocurriendo. Todos los días me duermo después de las dos de la madrugada”, dice.
Panchenko también relata que tuvo que abandonar Kiev tras los ataques rusos a los edificios residenciales. Así, decidió volver a su pueblo natal, que se ubica al noroeste del país. Dice que además de todo lo haa pasado, “seguimos estando amenazados porque tenemos una frontera común con Bielorrusia, que es cómplice de Rusia”. Precisamente a través de la frontera bielorrusia, Moscú ha movilizado sus tropas y blindados hacia Kiev.
Déjà vu de 2014
Katerina, de 31 años, trabaja para una ONG polaca que ayuda a los segmentos más vulnerables de la población en Donbas, donde desde el conflicto de 2014 ha tenido lugar una guerra entre ucranianos y prorusos que le ha costado la vida a más de 14 mil personas.
Desde el inicio de la actual ofensiva, el Donbas está completamente ocupado por las fuerzas rusas. Incluso en los últimos días las tropas de Rusia lograron conquistar un corredor que va desde esa región hasta la península de Crimea.
Por su trabajo, Katerina se encontraba en el Donbas la semana pasada. Sin embargo, este martes logró abandonar la zona con destino a Lviv. Katerina emprendió ese viaje junto a su hija de dos años y medio. Su esposo, no obstante, decidió quedarse para “combatir al invasor”.
“Logramos reunir un poco de comida antes de subir al tren. Leí en internet que debíamos tener alimentos por lo menos para 24 horas, pero el conductor nos dijo que el viaje tardaría unas 40 horas en el mejor de los casos”, relata Katerina.
“Mi rutina es seguir las noticias sobre muerte y destrucción. Mis días se ha convertido en escuchar los bombardeos constantemente. Ha sido un trabajo de 24 horas con poco descanso”
Volodymyr Runets, desde Kiev.
Para ella, la ofensiva rusa es una suerte de ‘déjà vu’: “Hace ocho años mi pueblo (en Donbas) fue invadido y las calles estaban ocupadas por tanques con banderas rusas. Esa situación me obligó entonces a dejar mi ciudad y buscar mejores horizontes fuera del área de control rusa. Hoy nuevamente me veo obligada a dejar mi casa y mi familia”.
Una vez que llegue a Lviv no sabe dónde dormirá junto a su hija y tampoco lo que sucederá con su esposo: “Me siento impotente porque hoy no puedo ayudar a nadie. Es irónico trabajar en una organización humanitaria y ser yo hoy la persona que necesitará ayuda”.
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