Josmarghy Castillo Cuberos (31) estaba preocupada. Su esposo, Ronald Ojeda Moreno (32), se paseaba por su departamento ubicado en calle El Molino 1755 -en Independencia- de un lado a otro. Lucía intranquilo.
Eran los inicios de diciembre de 2023 y Ojeda estaba realizando una videollamada con un excompañero de armas que vivía en Miami, el excapitán del Ejército venezolano Angello Heredia. Ambos habían sido militares y a la vez eran desertores y opositores del régimen de Nicolás Maduro. Pese a que habían logrado huir y refugiarse en otros países, se consideraban activistas y tenían un plan en común: volver a Caracas y liderar la subversión de las milicias que -supuestamente- estaban descontentas con el gobierno.
Ojeda y parte de su familia habían arribado a Chile cinco años antes, en noviembre de 2018. Tuvieron un breve paso por Perú, pero decidieron que su destino sería el cono sur.
Apenas pisaron suelo chileno, según cercanos, pidieron asilo político. Un año antes de cruzar la frontera el exteniente se había fugado de la cárcel de Ramo Verde cuando era trasladado desde un tribunal militar. Alcanzó a estar nueve meses preso tras ser acusado de “traición a la patria” y sindicado como miembro de la conspiración “Espada de Dios”, disidencia del gobierno venezolano que no reconocía en la figura de Maduro la comandancia en jefe de las Fuerzas Armadas bolivarianas. A pesar de que durante años tramitó su calidad de refugiado en Chile, dicha protección solo la consiguió en noviembre de 2023.
Es bajo este contexto que Josmarghy Castillo estaba preocupada. Pese a que ya estaban lejos de Caracas, y supuestamente a salvo, su esposo seguía siendo un activo opositor al gobierno de su país de origen y dichos llamados telefónicos tenían un propósito: un plan para volver a Venezuela, liderar una insurrección y así derrocar al régimen.
Un mal presentimiento rondó esos primeros días de diciembre del año pasado en ese departamento del piso 14 de la torre 1 en Independencia.
Los Ojeda
Ronald Leandro Ojeda Moreno nació el 2 de septiembre de 1991 en Maracay, Venezuela. Tenía siete hermanos. Una de ellas escapó también a Chile y fue una de las primeras personas en llegar al departamento del exmilitar cuando Castillo alertó que había sido secuestrado, ya que también vivía en la comuna de Independencia.
Quienes los conocen comentan que Mayra Ojeda Moreno (34) se vino a Chile con sus dos hijos pequeños poco después de que el exmilitar ingresó al territorio nacional. Ya no podía seguir en Caracas luego que Ronald protagonizara un escape casi de película. Antes de lograr llegar a Chile, como también lo hicieron otros desertores, pasó por Colombia. Ahí, comentan las mismas fuentes, Ojeda se hizo pasar como padre de sus hijos.
Es así como Ronald y Mayra estaban en Chile. Otro de los hermanos, Javier, vive en España, y también figura Germán Alexander Ojeda Moreno. Lo paradójico, dicen quienes conocen la historia, es que este último es un general activo en Venezuela. Por lo mismo, no mantenía una buena relación con Ronald, ya que no compartían los mismos “ideales”.
La situación familiar entre los Ojeda estaba quebrada. Es por eso que no pocos le insistían a Ronald que bajara su perfil, que abandonara el activismo y se restara de la primera línea de quienes protestaban en el mundo contra Maduro. De hecho, asegura un amigo, poco antes de ser secuestrado Josmarghy Castillo, su esposa y madre de su único hijo, le dio un ultimátum: “Debes trabajar y dejar esta vida apegada a Venezuela”. Pero el exteniente tenía una última misión antes de colgar el uniforme.
El viaje
Una vez que Ronald Ojeda cortó la videollamada le contó a su esposa cuáles serían sus próximos pasos. Heredia le había pedido consejos de cómo podrían retornar a Venezuela y montar un plan que les permitiera derrocar a Maduro. Su condición de refugiado tenía una prohibición: no podía salir de Chile. Sin embargo, como se ha logrado establecer en la investigación penal, el 14 de diciembre del año pasado el teniente salió por uno de los tantos pasos no habilitados de Chile. ¿Con qué dinero?
El levantamiento a sus cuentas bancarias indica que hasta ese minuto el exmilitar recibía dinero periódico por parte de Heredia, que tenía residencia en Miami. La suma más alta que le envió, comentan fuentes policiales, fue $1 millón. El destino de ese dinero, comentan cercanos, era para poder mantenerse en Chile. Pero tras la petición de su mujer decidió buscar un empleo más formal, y es ahí donde ingresa a la empresa de seguridad Atalaya Soluciones y Protección. Trabajaba en turnos de 4x4, es decir, cuatro noches vigilando cámaras y cuatro días de descanso. Pero lo que no lo dejaba dormir eran sus ansias de participar de algo grande.
Una de las primeras líneas investigativas que siguió la PDI fue el comportamiento bancario de Ojeda. Junto a las transferencias de Heredia se descubrió que se dedicaba a enviar remesas a su país. Quienes conocen de estas tratativas comentan que recibía depósitos o transferencias bancarias en su cuenta RUT del Banco Estado y también en su cuenta corriente del Banco de Chile. Luego de eso tenía que triangular dichos dineros a un tal “Fefo”, que finalmente concretaba los depósitos a personas en Venezuela.
Muchos de esos montos, según cercanos, se realizaban con criptomonedas. Una actividad que en un inicio lo vinculó con el crimen organizado, pero pasado el tiempo el móvil se despejaría, y así lo indaga hoy el fiscal regional de la zona sur, Héctor Barros: un crimen transnacional con motivaciones políticas.
El fallido “golpe”
Cuando se unió a Heredia en Colombia, Ojeda ya sabía que algo no andaba bien. Le comentó a sus familiares que la operación tenía cabos sueltos y que no había sido bien planificada. Tanto así que a los pocos días, en la frontera con Colombia -y en medio de un control policial- detuvieron a Angello Heredia. El exmilitar vio cómo su amigo era apresado y llevado de vuelta a Caracas. Sin embargo, Ojeda tuvo mejor suerte y logró retornar a Chile por un paso no habilitado. Eso, según se ha establecido, ocurrió pocos días antes de la última Navidad junto a su familia. Entonces le pidió ayuda a su hermano Javier para tramitar una residencia en España, ya que con el frustrado “golpe” su permanencia en la región se hacía casi imposible.
Los primeros días de enero de este año Ojeda recibió otra mala noticia. Heredia había entregado información de todas las personas que participaron en el movimiento que buscaba derrocar a Maduro. Su nombre estaba en la lista. A eso se sumó que pocos días después otro excompañero de armas, el exteniente Eduardo Figueroa, fue secuestrado en Colombia y enviado en un avión privado a Venezuela, donde permaneció oculto durante varias semanas y luego fue visto en una cárcel venezolana.
La crónica de lo que podría ocurrir con Ojeda, dicen sus cercanos, ya estaba anunciada.
El día “D”
El reloj marcaba las 3:10 del 21 de febrero. Ese día la máxima fue de 30° y en la noche el calor no cedió. Era el primer día libre de Ojeda. Las cuatro jornadas anteriores había hecho turno. Reposaba junto a su esposa en su departamento.
De pronto la calma de esa noche fue interrumpida por tres sujetos vestidos de policía civil (PDI) que irrumpieron en el inmueble. Vestido solo con ropa interior oscura, fue sacado de su casa. Descalzo. Los presuntos policías -según declaró la esposa- tenían acento venezolano, aunque uno de ellos, de acuerdo con el relato de uno de los conserjes del edificio, hablaba como chileno. De hecho, este testigo dice que los dejó ingresar al inmueble porque parecían policías y le mostraron una orden de detención y una foto de Ojeda. Le prohibieron llamar o moverse.
En las imágenes captadas de ese momento se ve que el exmilitar no intentó liberarse y en los peritajes a las cámaras del edificio se observa cómo uno de ellos le dice una frase y el exmilitar baja su cabeza. Algunos plantean que fue en ese momento cuando Ojeda supo que su destino sería el mismo que el de Heredia y Figueroa. Aunque lo más probable es que no supiera que sería aun peor. El 1 de marzo, tras nueve días desparecido, su cuerpo sin vida apareció a varios metros bajo tierra, en una maleta al interior de una mediagua en una toma en Maipú. Llevaba los mismos calzoncillos del día de su captura.
Han pasado cuatro meses y solo hay un adolescente venezolano detenido por el crimen y que -según se investiga- habría participado en maniobras de vigilancia. Dos presuntos autores materiales, Maikel Villegas y Walter Rodríguez, escaparon a Venezuela. La Fiscalía y el gobierno chileno han pedido colaboración a las autoridades venezolanas, sin éxito. El crimen del teniente Ojeda sigue sin resolverse.