La sal más rica


Aproveché el fin de semana largo de Fiestas Patrias para conocer un lugar en que se cultiva una antigua tradición salinera tal como se hacía desde tiempos prehispánicos. Se trata de Cáhuil, una pequeña localidad rural ubicada a 15 kilómetros al sur de Pichilemu, VI Región, y cuyo nombre en mapudungún significa “lugar de gaviotas”. De hecho, se ven muchas de ellas en el sector, lo que lo transforma en un área especial para el avistamiento de aves, como cisnes de cuello negro y otras especies.
Los salineros trabajan de la misma forma en que se hacía en la época de la Colonia -y antes también-, tiempos en los que este producto era fundamental para la conservación de alimentos, el tratamiento de curtiembres y la comida, por cierto.
Al llegar a Cáhuil me llamaron la atención los diversos puestos con sacos de sal de todos los tamaños y diferentes precios.
Luis Alberto Moraga es uno de los salineros que aún trabajan en el cultivo de este producto y que forman parte de las cerca de ochenta familias de la zona que se dedican a este oficio. Brevemente me contó acerca del largo proceso de extracción de la sal a partir del agua de mar. Por un lado está el desagüe (de una piscina a otra), luego el desbarre, el trasvasije, el cuaje, la cristalinización y, por último, el envasado. Un proceso de cultivo que, según este salinero, comienza en noviembre para culminar en marzo con la cosecha del producto. “Acá solo usamos herramientas tradicionales como la pala de madera. Es que solo así podemos trabajar bien la sal”, cuenta mientras señala el tradicional instrumento de trabajo.
Puedo dar fe, luego de probarla, de que se trata de la sal más sabrosa y rica que haya degustado jamás. Mejor aun si se mezcla con merquén, romero u otros condimentos que dan valor agregado a este producto tan antiguo y de tan larga tradición.
La ruta de la sal
Cáhuil es parte de una serie de localidades ubicada en la costa de la VI Región y que forma un recorrido de aproximadamente 25 kilómetros en torno a este mineral. Le siguen Barranca, La Villa y Lo Valdivia, lugares en los que es posible ver las salinas durante todo el año, en especial durante el verano, época en la cual se cultiva y cosecha este producto. Son las únicas salinas de mar que hay en Chile. Con el objetivo de resguardar este oficio y transmitir a las nuevas generaciones conocimientos y manifestaciones del Patrimonio Inmaterial de Chile, es que los salineros de estas localidades fueron declarados Tesoros Humanos Vivos a través del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y la Unesco en 2011.
A pesar de que siempre es posible ver las salinas, es recomendable hacer la ruta en los meses de verano para ver cómo se extrae la sal de las pozas rellenas con agua de mar.
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