Edmundo Jarquín, excandidato a la Presidencia de Nicaragua: "La estabilidad autoritaria del régimen de Ortega se acabó"

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En entrevista con La Tercera, Jarquín dice "no ser pesimista" en cuanto a evitar una "nueva transición catastrófica" en su país. Para ello, sin embargo, apela a la ayuda extranjera. "Ojalá la OEA, América Latina y la Comunidad Internacional no lleguen tarde a Nicaragua, como en cierto modo lo hicieron con Venezuela", advierte.


Excandidato a la Presidencia de Nicaragua (2006) por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), y a la Vicepresidencia (2011) por la Alianza PLI, el abogado y economista Edmundo Jarquín formó parte del gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (1979-1990), del cual fue ministro, embajador y diputado. Sin embargo, a mediados de los 90 se distanció del FSLN para convertirse en uno de los fundadores del MRS junto con el exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez. De visita en Chile, Jarquín conversó con La Tercera sobre la crisis sociopolítica y económica que enfrenta Nicaragua.

Las protestas en Nicaragua comenzaron en rechazo a la reforma al sistema del seguro social, pero rápidamente crecieron a nivel nacional. Y la consigna pasó a ser la salida del Presidente Daniel Ortega del poder. ¿Cómo se explica este giro tan abrupto? ¿En realidad había una rebelión en ciernes?

La reforma a la seguridad social fue solamente la chispa que incendió la pradera. La rebelión iniciada por los estudiantes se encadenó con respaldo masivo de sectores medios y pobladores pobres, porque se juntaron todos los agravios de Ortega y su esposa contra la sociedad: control mafioso en las universidades de la progubernamental Unión de Estudiantes, carnetización obligatoria en el partido de gobierno para recibir beneficios sociales, fraudes electorales, etc. La represión por las turbas armadas orteguistas y por la policía, agregaron combustible a la hoguera. En sentido estricto no hubo rebelión en términos de conspiración, sino de conjunción de múltiples agravios del orteguismo contra la sociedad, incluyendo la exclusión de amplios sectores del sandinismo por la lógica de la privatización orteguista del FSLN.

En un reciente análisis The New York Times usó el título "Nicaragua cambió". ¿Comparte ese diagnóstico? ¿En qué momento el gobierno de Ortega dejó de interpretar a la sociedad nicaragüense?

Definitivamente hay una Nicaragua antes de las últimas dos semanas, y una Nicaragua después. La estabilidad autoritaria del régimen de Ortega se acabó, y con ella el sueño de sectores empresariales premodernos que han tenido la ilusión de separar la actividad económica de la democracia. Ortega no podrá más asegurar estabilidad en Nicaragua. El gobierno de Ortega nunca interpretó bien a la sociedad nicaragüense.

Jaime Wheelock, uno de los nueve comandantes sandinistas originales, ha reconocido que Ortega "ha cometido unos errores muy serios". ¿Considera que el principal error fue darle demasiado poder a su esposa, Rosario Murillo?

No, definitivamente no. Los dos, como las caras de una moneda, han tratado de construir una despótica dinastía familiar. Hay que evitar el peligro de considerarla a ella mala, porque él sería el bueno. Ella es la ejecutora de la voluntad de él.

Usted se ha preguntado si los nicaragüenses "están condenados a repetir el pasado" y si "es inevitable otra transición catastrófica". A la luz de los últimos acontecimientos, ¿usted es más bien pesimista?

No soy pesimista en cuanto a evitar una nueva transición catastrófica en Nicaragua, por dos razones: el reclamo generalizado de toda la sociedad pidiendo que Ortega y su esposa se vayan, a través de elecciones anticipadas en las cuales no podrían ser candidatos, y la manifestación pública, sutil pero firme del Ejército, que no reprimirá. Parte del reclamo generalizado es una Comisión de la Verdad con participación internacional. En la necesidad de evitar otra transición catastrófica, no cabe el orteguismo en cuanto una cultura política que implicó una degeneración del sandinismo, pero el sandinismo es parte inevitable de la solución.

¿Se parece la situación de Nicaragua a la de Venezuela?

Sí y no. Sí, en cuanto a que en ninguno de los dos países hay ahora oportunidades electorales creíblemente democráticas. Sí, en cuanto a que ambos regímenes reprimen despiadadamente. Sí, en cuanto a que ambos países están en el radar de la atención internacional. No, respecto a que la situación no es semejante ni en cuanto a políticas económicas, ni en cuanto a la relación con EE.UU. No, en cuanto a que el Ejército venezolano luce muy ideologizado y comprometido políticamente con el chavismo, y en Nicaragua conserva grados razonables de institucionalidad y profesionalismo.

¿La crisis en Nicaragua es un tema legítimo que debe empezar a ser objeto de debate y de resoluciones en la OEA?

Sí, sobre todo porque el gobierno de Ortega firmó con la Secretaría General de la OEA un Convenio para una Misión de Cooperación, que ayude a mejorar el sistema electoral de cara a las elecciones generales de 2021. Obviamente, el 2021 está demasiado lejos para la urgencia de la crisis nicaragüense. Ojalá la OEA, América Latina y la Comunidad Internacional, no lleguen tarde a Nicaragua, como en cierto modo lo hicieron con Venezuela.

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