Elección de Ratzinger: Un cónclave breve que desafió los vaticinios
Aquel 19 de abril de 2005, el cielo romano estaba cubierto de nubes que presaguiaban nuevas lluvias, pero que dejaban, de vez en cuando, que un rayo de sol las atravesara e iluminara la cúpúla de la Basílica de San Pedro.
Era el segundo día de cónclave y en la sala de prensa vaticana todos preveían una elección compleja, que se extendería por varios días. Además, la polémica estaba centrada en el color del humo que salía de la chimenea de la Capilla Sixtina y que era de un gris claro que hacía difícil entender si era “blanco” o “negro”. Por eso, el Vaticano anunció que cuando fuera elegido el nuevo Papa junto con el humo blanco comenzarían a sonar las campanas de la Basilica de San Pedro, para que a todos les quedara claro.
Por eso, cuando cerca de las cinco de la tarde, hora de Roma, comenzó a emerger un humo extrañamente claro desde la chimenea sin sonido de campanas se instaló inicialmente cierta confusión. Era la cuarta votación, muy pocas para una elección que debía ser difícil. Sin embargo, muy luego quedó claro que sí se había elegido al sucesor de Juan Pablo II. Joseph Ratzinger emergería del balcón de la Basílica de San Pedro dos horas después.
Lo sucedido al interior de la Capilla Sixtina ese 18 y 19 de abril debía ser un secreto, con amenaza de excomunión. Pero como siempre sucede, varios libros de vaticanistas italianos y estadounidenses entregaron luego muchos de esos “secretos”. Según la versión de John Allen, que coincide con la del italiano Andrea Tornielli, en las primeras votaciones despuntaron dos candidatos fuertes, el propio Ratzinger y el ex arzobispo de Milán y representante progresista, Carlo María Martini. El cardenal italiano, sin embargo, ya muy débil de salud dejó claro que daría un paso al costado y fue entonces que surgió la figura de Jorge Mario Bergoglio, también jesuita como Martini. La votación decisiva se dio entre Bergoglio y Ratzinger quien fue finalmente elegido con 84 votos frente a 26 del cardenal argentino de los 115 purpurados presentes. A Bergoglio le llegaría su turno ocho años después.
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