La mujer que fue testigo de 300 ejecuciones en Estados Unidos

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Michelly Lyons escribía en su diario los detalles que más la impactaban de las ejecuciones.

Texas ha ejecutado a muchas más personas que cualquier otro estado de Estados Unidos, y Michelly Lyons, una antigua empleada del estado, fue testigo de cientos de ellas. Lyons le contó a Ben Dirs, de la BBC, sobre el profundo efecto que esto tuvo sobre ella.


Ya han pasado 18 años desde que Lyons presenció la muerte de Ricky McGinn. Aún así, cada vez que la recuerda se larga a llorar.

Cuando menos se lo espera, se le aparece en su cabeza la madre de McGinn, vestida de domingo, con sus manos apoyadas contra el panel de vidrio de la cámara de la muerte para ver la ejecución de su hijo.

Durante 12 años —primero como reportera de un periódico y luego como portavoz del Departamento de Justicia Criminal de Texas, (TDCJ, por sus siglas en inglés)— parte de su trabajo consistía en asistir a cada ejecución llevada a cabo por el estado.

Entre 2000 y 2012, Lyons fue testigo de cerca de 300 hombres y mujeres morir en la camilla.

Su primera ejecuciónla vio cuando tenía 22 años. Después de ver morir a Javier Cruz, escribió en su diario: "Me sentí completamente bien con ello. ¿Se supone que debería sentirme mal?"

Lyons pensaba que era mejor guardar sus sentimientos de solidaridad para causas que valiesen más la pena, como por ejemplo para los dos ancianos que Cruz había matado a golpes con un martillo.

"Ser testigo de las ejecuciones era, sencillamente, parte de mi trabajo", dice Lyons, quien acaba de publicar recientemente sus catárticas memorias "Corredor de la muerte: los minutos finales".

"Yo estaba en favor de la pena de muerte, pensaba que era el castigo más apropiado para cierto tipo de crímenes. Y como era joven y audaz, todo para mí era blanco o negro".

"Si hubiese empezado a explorar cómo las ejecuciones me hacían sentir cuando las veía, si hubiera reflexionado sobre las emociones en juego, ¿cómo hubiese podido regresar a esa habitación, cada mes, cada año?".

Ciudad ordenada y afable

Desde 1924, cada ejecución en el estado se lleva a cabo en la pequeña ciudad de Huntsville. Allí hay siete prisiones, incluida la Unidad Walls, un imponente edificio victoriano que alberga la cámara de la muerte.

En 1972, la Corte Suprema suspendió la pena de muerte con el argumento de que era un castigo inusual y cruel. Pero, a los pocos meses, varios estados comenzaron a reescribir sus estatutos para reinstaurarla.

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En este edificio de ladrillos rojos se llevan a cabo las ejecuciones en Huntsville. Foto: GETTY IMAGES[/caption]

exas la reinstauró menos de dos años después y enseguida adoptó la inyección letal como su nuevo método de ejecución.

En 1982, Charlie Brooks fue el primer criminal ejecutado de esta forma.

Con los años, Huntsville se ganó la reputación de ser el "centro de la pena capital del mundo".

Varios periodistas, por lo general europeos, han escrito sobre la sensación de muerte que inunda la ciudad. Pero claramente, detrás de esta idea se esconde una agenda.

Hunstville es una ciudad pequeña y ordenada, ubicada en medio de un hermoso bosque, en una zona que se conoce como el "Cinturón bíblico", un término que hace referencia a la extensa región de EE.UU. donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social.

Hay iglesias por todos lados, la gente es amable, y puedes pasar días allí sin enterarte nunca de que la ciudad tiene una cámara de ejecuciones.

Los pequeños detalles

No sé cómo te imaginas que es un testigo de una ejecución. Como sea, Lyons es diferente. Puede hablar de cualquier tema. Es inteligente, culta, irónica, ingeniosa.

Pero cuando la conversación toca el tema de las cosas que vio en la cámara de la muerte, se torna vulnerable y se puede detectar el impacto que esto tuvo sobre ella.

En 2000, Texas llevó a cabo 40 ejecuciones, una cifra récord para un estado (casi tantas como la suma del resto de los estados).

Como reportera de prisiones para The Huntsville Item presenció 38.

Pero su aparente indiferencia, plasmada en las entradas de su diario, era nada nada más que un mecanismo a corto plazo para lidiar con lo que sentía.

"Cuando miro mis notas sobre las ejecuciones, puedo ver las cosas que me molestaban. Pero cualquier duda que hubiera tenido, la guardaba en una valija en mi cabeza y la empujaba a un rincón. Era la insensibilidad lo que me permitía continuar".

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En esta camilla se sujeta a los condenados para aplicarles la inyección letal. Foto: GETTY IMAGES[/caption]

Cuando lees sus notas, son los detalles los que te llaman la atención: los anteojos que Carl Heizelbetz Jr. —un hombre que mató a una madre y a su hija— tenía todavía puestos en la camilla.

Betty Lou Beets, quien enterraba a sus maridos en su jardín como si fueran sus mascotas muertas, tenía pies diminutos. Thomas Mason, quien mató a la madre y abuela de su esposa, se parecía a su propio abuelo.

"Observar los momentos finales de la vida de alguien y cómo su alma deja su cuerpo nunca se transforma en una experiencia normal o mundana. Pero Texas ejecutaba a delincuentes con tanta frecuencia que había perfeccionado su estilo y había eliminado toda teatralidad".

Esto no quiere decir que Lyons no le diera importancia a su trabajo. Y cuando se sumó a la oficina de información pública del TDCJ en 2001, sus obligaciones se volvieron aún más onerosas.

Ya no le contaba la historia de lo que ocurría en la cámara de a muerte a los ciudadanos de Huntsville, ahora lo hacía para el resto del país y el mundo.

Los últimos suspiros

Lyons describió el procedimiento como cuando ves a una persona quedarse dormida, lo cual resultó una gran desilusión para algunos de los familiares de las víctimas, que pensaban que la silla eléctrica —en la que murieron 361 delincuentes entre 1924 y 1964— brindaba un mejor espectáculo que el método menos teatral de la inyección.

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Las ejecuciones con inyecciones letales producen un efecto mucho menos teatral que con el antiguo método de la silla eléctrica. Foto: AFP[/caption]

Pero Lyons también tenía que reportar sobre los ruegos desesperados de los condenados que clamaban perdón, ofrecían disculpas y se declaraban inocentes, o que leían pasajes de la Biblia, citaban canciones de rock e incluso hacían bromas.

Muy rara vez Lyons escuchó una expresión de furia y solo una vez escuchó a un preso llorando.

Sí notaba los últimos sonidos de la respiración del ejecutado —una tos, un suspiro, una carraspera— a medida que las drogas hacían su trabajo y los pulmones colapsaban, empujando las últimas gotas de aire en una serie de oleadas.

Y tras la muerte, veía como sus cuerpos se iban tornando de un color violáceo.

Posibles amigos

La joven recibió cartas e emails de todo el mundo de gente que la condenaba por participar en "asesinatos respaldados por el estado".

Ella a veces les respondía con furia, conminándolos a meterse en sus propios asuntos.

"Casi todo el mundo fuera de EE.UU. pensaba que era raro que siguiésemos condenando a la gente con la pena de muerte. Los periodistas europeos usaban por lo general la palabra 'matar' en vez de 'ejecutar'. Pensaban que estábamos asesinando gente".

A veces, los últimos momentos de un delincuente era atestiguados únicamente por unos pocos miembros del personal de la cárcel y un solo periodista.

Las drogas comenzaban a hacer efecto pero no había ningún familiar presente, ni del condenado ni de las víctimas.

El estado estaba llevando a cabo su último acto burocrático que pasaba completamente desapercibido para la gran mayoría de los habitantes de Huntsville.

Algunos condenados permanecieron en el corredor de la muerte por décadas. Lyons llegó a conocer a algunos muy bien, Algunos habían sido asesinos seriales, asesinos de niños o violadores.

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Algunos prisioneros estuvieron tanto tiempo en el corredor de la muerte que Lyons llegó a conocerlos muy bien. Foto: AFP[/caption]

Pero no todos eran monstruos y a Lyons incluso algunos le caían bien. Ella pensaba que, en otras circunstancias, hasta podrían haber sido amigos.

Después de la ejecución en 2001 de Napoleon Beazley, quien tenía apenas 17 años cuando asesinó al padre de un juez federal, Lyons regresó a su casa llorando.

"No solo tuve la sensación de que Napoleon ya no se hubiese visto más en problemas, sino que también podría haber sido un miembro productivo de la sociedad".

"Yo quería que ganara las apelaciones, pero me sentía culpable por sentirme así. Había cometido un crimen terrible, y si yo hubiese sido familiar de la víctima, hubiera querido que lo ejecutaran. ¿Tenía derecho a sentir solidaridad con Napoleon cuando él no había hecho nada en mi contra?".

Ambivalencia

Pero no fue sino hasta que Lyons quedó embarazada en 2004 que comenzó a sentir la ambivalencia.

"Las ejecuciones dejaron de ser un concepto abstracto y se volvieron profundamente personales. Me empecé a preocupar de que mi bebé pudiese escuchar las últimas palabras de los presos, sus lamentables disculpas, sus desesperados reclamos de inocencia", explica Lyons.

"Cuando tuve a mi hija, las ejecuciones se convirtieron algo que me daba pavor"recuerda Lyons.

"Por lo general, de la habitación de los testigos del condenado escuchas distintas expresiones de emoción, porque su familia ha tenido mucho tiempo para procesar su pérdida", cuenta.

"Yo tenía un bebé en mi casa por el que estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario y estas mujeres estaban viendo a sus bebés morir. Escuchaba a las madres llorar, gritar, golpear el vidrio, patear la pared...".

"Parada en la sala de los testigos pensaba: 'Aquí no hay ganadores, todos están jodidos'. Las ejecuciones son malas por donde las quieras ver y yo tengo que presenciar esta tristeza una y otra vez".

Lyons continuó con su trabajo por otros siete años hasta que después de una batalla legal con el TDCJ le ganó en un juicio por discriminación de género.

Se sintió dolida, perdida al principio, como un prisionero que se escapa de una larga sentencia.

"Pensé que al alejarme del sistema penitenciario me haría pensar menos en lo que había visto, pero fue todo lo contrario. Pienso en ello todo el tiempo".

Olvido

La encuesta más reciente en Texas (2013) reveló que el 74% está de acuerdo con la pena de muerte.

En 2016 y 2017, solo se llevaron a cabo 7 ejecuciones en el estado (en comparación con 40 en 2000).

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Lyons se pregunta a cuántos ejecutados que vio morir ya ha olvidado. Foto: AFP[/caption]

Aunque Lyons cree que aún se hacen demasiadas, sigue defendiendo este castigo, al menos para los peores criminales.

De pie en el cementerio Joe Byrd, en el sector donde se entierran los muertos que nadie reclama, Lyons se pregunta cuántos de ellos ella habrá visto morir.

Pero no son las ejecuciones que recuerda la que le causan más problemas, sino aquellas que ha olvidado.

"No se ven muchas flores en las tumbas de aquí", dice.

"¿Y qué dice sobre mí el hecho de que no puedo recordar algunos de los hombre a los que vi siendo ejecutados? Quizá merezcan estar solos y ser olvidados. O tal vez sea mi trabajo recordarlos".

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