Así es el sueño Stereo del Cirque Du Soleil
Este jueves 9 partió en Argentina el esperado show Séptimo día, dedicado a la obra de Soda Stereo. Un montaje que parece concierto, cruzado por la historia del trío y que llega en julio a Chile.
Todo este festín de acróbatas, disfraces y colores desbordantes empezó en algo tan matemático como un Excel. Cuando en 2013 los ex representantes de Soda Stereo, con ese atrevimiento tan propio de la personalidad rioplatense, partieron a Canadá para ofrecerles en su propias narices a los jefes del Cirque Du Soleil el proyecto de montar un espectáculo dedicado al conjunto -total ya lo habían hecho con The Beatles y Elvis, no se perdía nada con preguntar-, el siguiente paso fue impulsar un focus group.
El estudio se hizo en las tres capitales históricas de la Sodamanía -Buenos Aires, Ciudad de México y Santiago- y arrojó el diagnóstico lógico: el conjunto aún disfrutaba de plena vigencia y un público todavía dispuesto a reverenciar su obra, sensibilizado además por la dura agonía de Gustavo Cerati que culminó en el desenlace ya sabido.
Casi cuatro años después, la noche del jueves 9 de marzo, lo que partió como una quijotada, corría su telón definitivo: el show Séptimo día, el primer montaje de la compañía dedicado a una banda fuera de la escena anglo y pensado casi exclusivamente para Latinoamérica, se estrenó en el Luna Park bonaerense, inaugurando una maratón de 70 fechas en la ciudad de la furia (32 ya agotadas) y que en julio aterrizarán en Santiago (ver recuadro).
Pero si el origen fue algo tan desapasionado como un sondeo de mercado, el inicio del espectáculo también se reduce a una figura de espíritu aritmético: un triángulo. "Los tres integrantes de Soda siempre formaron un triángulo sobre el escenario en el que nadie jamás se interpuso. Por primera vez, van a dejar que alguien entre", es la voz en off que abre la cita, como una suerte de introducción a lo que viene, mientras el público se agolpa en la cancha, salta, vitorea y hasta llora, en una secuencia propia de una comunión rockera más que de una función teatral. Parece un recital, pero no lo es. Parece que Soda ha vuelto a la vida, pero tampoco es así.
Ahí late otra cualidad. Es primera vez que Cirque Du Soleil arma un show donde el público está en plena cancha y se mezcla con los artistas, como un protagonista más de todo el ritual. De hecho, todo empieza con las voces de los tres músicos saludándose (¨¡Hola Gus!, ¡hola Zeta!, ¡hola Charly!¨), mientras el personaje principal de la obra, el joven L'Assoiffé, aparece encerrado en una jaula entre los asistentes, tratando de zafar de su existencia sombría.
¿Una metáfora de la vida de Cerati, Bosio y Alberti en plena dictadura argentina de principios de los 80, antes del estrellato? Absolutamente, ya que, a la par con ese cuadro, tres ruedas circenses se mueven sobre el piso exhibiendo en sus superficies imágenes de la infancia y la juventud de los artistas. Para alcanzar la libertad, el protagonista se calza unos audífonos, suenan Nada personal y En el séptimo día, y ya está, las celdas son parte del pasado.
Ahí la acción se traslada al escenario principal, un cuerpo esférico que semeja un planeta y donde se desenvolverá gran parte de la trama. Es el planeta Soda Stereo, el que simboliza el encuentro final con la libertad, el hallazgo de la música como destino definitivo. La imagen es también una alusión al amor por la ciencia ficción que los miembros del trío profesaron desde su juventud.
Para reforzarlo aún más, suena Cae el sol y de modo paulatino la escenografía se llena de hombres con aspecto de hongos y árboles, los que encarnan la vegetación de ese universo Stereo y que "sólo se alimenta de vibraciones sonoras", según aclara el programa de la cita. Desde ese minuto, se dispara el estallido propio del Cirque, con acróbatas que saltan a alta velocidad en cuerdas (con Mi novia tiene bíceps) y otros montados sobre revólveres fluorescentes (Prófugos).
Con ya varios minutos de show, Séptimo día sigue una ruta muy similar a Love, el espectáculo de la firma consagrado a The Beatles. Aunque las performances siguen siendo fascinantes, quizás no resulten tan asombrosas como otras obras del colectivo, porque aquí el relato y la emoción también se concentran en la música y en los guiños a Soda Stereo. Incluso los oídos más inquietos detectarán que las canciones están transfiguradas, con voces y arreglos distintos a los originales, gracias al trabajo de cirugía que Bosio y Alberti hicieron en estudio con cintas de época y tomas alternativas nunca antes mostradas.
En la segunda parte, aparecen los tres mejores pasajes de la velada. Un personaje llamado Corazón roto, mueve su rostro paranoico sobre unas pantallas gigantes y al ritmo de Sobredosis de T.V.; una artista crea un dibujo con arena en tiempo real sobre una mesa proyectada en todo el recinto, mientras suena Un millón de años luz; y Hombre al agua muestra a un guitarrista y una sirena teatralizando el tema al interior de una pecera gigantesca.
Sobre el cierre, siete guitarristas se cuelan entre los espectadores para interpretar en plan fogata Té para tres -un homenaje a los que ya se han ido-, mientras en De música ligera vuelve la voz de Cerati: "En esta que viene sería un lindo momento para que ustedes iluminen el estadio". Sus órdenes siguen siendo ley y todos prenden los celulares. Las menciones al fallecido cantante siempre son sutiles, jamás inoportunas ni repetitivas.
Su imagen junto a las de sus dos compañeros amplificadas en los telones asoman al final, como los patronos de todo lo que ha sucedido, como los responsables de que el público se exprese estremecido por la magia de una banda que no estará más. Sí, parece un show de Soda, pero no lo es. Aunque por 90 minutos todos quisieron creer lo contrario.
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