Bajo el volcán
El volcán Puyehue-Caulle hizo erupción a principios de junio. Nunca ha dejado de estar en alerta roja. ¿Qué ha pasado en estos cinco meses con las personas que viven en las zonas afectadas? Simple: todo sigue alterado, bajo un manto de cenizas. Eso vimos después de recorrer Lago Ranco, Futrono y Puyehue, en el sur chileno. Y, sobre todo, en el lado argentino: la zona cero de esta tragedia está en Villa La Angostura.
Ismael Vidal ve la fumarola desde el predio de su casa. La ve nítida, a cuatro, cinco kilómetros de distancia, desde una explanada que domina un valle, entre ríos y cerros cubiertos de bosque nativo. No es fácil ver lo que Ismael ve: para observar el origen de la fumarola del volcán Puyehue-Caulle hay que internarse cordillera adentro por un camino de ripio que no aparece en los mapas ruteros, un camino accidentado, de pendiente pronunciada, que recorre un sector llamado Los Venados y conduce hasta lo alto de un cerro donde está la casa de Ismael. La única en varios kilómetros a la redonda. Es probable que nadie viva tan cerca como vive él del volcán. Lo tiene de vecino, lo ve a diario, y si no lo ve, lo siente.
A cinco meses de entrar en erupción, el volcán sigue tronando. A razón de siete veces por hora, según el informe de comienzos de esta semana del Servicio Nacional de Geología y Minería, que mantiene la alerta roja ante los riesgos de que incremente su actividad. El informe puede decir que la actividad sísmica es de "baja intensidad", que tiene "eventos explosivos menores", pero los pobladores más cercanos a la fumarola, y también los que no viven tan cerca, tienen una percepción diferente.
-Viera cómo sonó anoche, casi todas las noches suena: es un trueno que se escucha venir de lejos y remece la tierra- dice Marta, más abajo de la casa de Ismael, al comienzo de Los Venados-. Yo vivo acá y le puedo decir que este volcán sigue vivo.
Lo dicen en Los Venados y también en otras localidades cordilleranas de las comunas de Lago Ranco, Futrono y Puyehue. Las dos primeras están del lado norte del cordón Cau- lle. La otra, del lado sur. En esas tres comunas se distribuye, por el lado chileno, la zona afectada por un volcán que sigue causando estragos no sólo en aeropuertos.
-Desde que volvimos del albergue, cuando comenzó esta cosa, no ha parado- dice Norma, la esposa de Ismael-. Mire usted cómo está esto.
Esto -la tierra, los árboles, el techo- es una capa de ceniza volcánica color grisáceo claro, de uno o dos centímetros de espesor, que en estos días de principios de noviembre cubre vastas extensiones de la precordillera de la Región de Los Ríos y parte de la de Los Lagos. No se compara con lo que ocurre al otro lado de la cordillera, en Argentina, adonde suele desplazarse la nube de cenizas y la situación es catastrófica, especialmente para la ganadería y el turismo, quizás también para la salud pública. Pero lo que ocurre en Chile es mucho más que una molestia. Los pobladores acusan afecciones respiratorias, a la vista, a la piel. Y tal como en Argentina, los animales han comenzado a morir producto de las cenizas que inundan los pastos.
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Como muchos, advertido de la tragedia, Ismael vendió "por tres chauchas" gran parte de su ganado. Quedó con los bueyes. Uno murió, y un segundo, flaco y desganado, además de falto de pelaje en el lomo, está en las cuerdas.
-En cualquier momento este buey se me echa como se me echó el otro- dice Ismael, 66 años, pelo cano, manos callosas, que sabe que la ingesta de cenizas que cubren los pastos ha resultado mortal para los rumiantes. El que se le murió tenía alojada en el estómago una piedra sólida de cenizas, esférica, del tamaño de una pelota de fútbol.
Ismael se queja, como se quejan muchos por estos lados, de un completo abandono de las autoridades. Dicen que la ayuda en forraje llegó en una sola oportunidad, cuando se produjo la emergencia y autoridades y medios de comunicación se desplegaron en masa por la zona. Pero dos semanas después, cuando los evacuados volvieron a sus casas, lo mismo que autoridades de gobierno y periodistas, quedaron abandonados a su suerte.
Atardece en Los Venados, a 46 kilómetros de Osorno. Una liebre cruza a toda velocidad, dejando una estela de polvo. Ismael apenas le presta atención. Ni sus perros se toman la molestia de ladrarle. Atardece y la fumarola se tiñe de intensos tonos naranjos y amarillos. Es un espectáculo formidable, pero ni a Ismael ni a su mujer les causa gracia.
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Más allá de la casa de Ismael, por el camino de Los Venados, se llega a un sendero que conduce a las aguas termales que los lugareños llaman Las Azufreras y Los Baños. El agua ahí emerge a borbotones, tan ardiente que sirve para cocer huevos duros. Hasta el 4 de junio era un paseo obligado para la gente de la zona. Hoy no conviene ni acercarse. En ese preciso lugar ocurrió la erupción volcánica.
En un primer momento, como el río Nilahue nace en sus alrededores, se temió que sus aguas se estancaran producto de sedimentos y luego cediera, generando un aluvión de proporciones. Por eso se hizo necesario evacuar a las personas que vivían en las cercanías de su curso, no necesariamente porque el volcán fuera a desbordar grandes torrentes de lava, al estilo de las películas de catástrofes naturales. Nada de eso ocurrió, pero el río, que descarga en el lago Ranco, aumentó notoriamente su temperatura y caudal y arrastró gran cantidad de sedimentos, principalmente piedra pómez.
Ya no se ven pescados flotando en las orillas de los lagos, como ocurrió en un comienzo, pero la piedra pómez, que tiene el tamaño promedio de una nuez y es casi tan liviana como la plumavit, sigue llegando por toneladas al Ranco y a otros lagos de Chile y Argentina.
-Mire usted cómo estamos- dice Santiago Rosas, alcalde de Lago Ranco, apuntando por la ventana de su oficina con vista al lago.
Es un perfecto día primaveral, fresco, soleado, pero cada superficie de la ciudad está cubierta por una delgada capa de cenizas. A lo lejos, el lago luce grandes manchones café claro. Color caca, dirá derechamente el alcalde.
Esas manchas son concentraciones de piedra pómez que se desplazan con las mareas y terminan en las playas, donde cobran un color gris claro, casi blanco marfil. Están a lo largo de toda la costa del lago, de este y los otros, y de no ser por los perjuicios que podrían acarrear, sería otro gran espectáculo.
La información oficial al respecto ha sido contradictoria. Si bien desde el Servicio de Salud de Valdivia se ha afirmado que las cenizas no son tóxicas, en los primeros días posteriores a la erupción la autoridad sanitaria advirtió a quienes permanecieran en la zona que podrían sufrir afecciones a la piel y las vías respiratorias. A ello se sumó un informe del Instituto de Investigaciones Agropecuarias que advirtió de trastornos en el agua y los pastos para los animales.
El alcalde Rosas, que es bajo de estatura y viste chaleco de alcalde, sin mangas, dice que el volcán puede significar un atractivo turístico. Pero inmediatamente dice que también puede generar un efecto contrario. ¿Quién va a querer pasar sus vacaciones en una zona donde abundan cenizas en el aire y piedras pómez en sus playas?, se pregunta.
El Ranco no es cualquier lago. Es uno de los preferidos de empresarios y políticos. Sebastián Piñera pasó sus últimas vacaciones aquí en su casa. Su amigo y subsecretario de Deportes, Gabriel Ruiz-Tagle, ha comprado 12.500 hectáreas, aunque las suyas, que representan casi un cuarto de la comuna, están hacia la cordillera.
Algo similar ocurre en el Puyehue, del otro lado del Caulle, donde abundan espléndidas casas al pie del lago. Hasta hace cinco meses era un destino soñado para los aficionados a la pesca con mosca. Hoy, ese destino es incierto.
El Puyehue se alimenta del río Gol-Gol, que en estos días arrastra gran cantidad de piedra pómez que cubren las playas y tiñen las aguas cercanas a la costa de un color turquesa. Cuatro rubias maduras que visitan el refugio en el lago de las Termas de Puyehue se fijan en eso.
-Qué simpático, arenas blancas y aguas celestes, como en el Caribe- comentará una de ellas, quizás en broma, quizás en serio, eso es difícil saberlo.
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La cancha ya no es de tierra, derechamente es de cenizas, y en medio de esa polvareda un grupo de adolescentes juega un partido de fútbol reglamentario. De estoperoles los 22, once por lado. La visibilidad es escasa y el aire está pesado, pero los jugadores corren como si nada, resistiéndose al destino de los últimos meses en Villa La Angostura.
Hasta el 4 de junio, cuando el volcán entró en erupción, Villa La Angostura era un idílico pueblito precordillerano del sur argentino, rodeado de lagos, montañas y bosque nativo. El encanto no ha desaparecido, pero como el pueblo está cercano al volcán, y los vientos soplan preferentemente hacia este lado, el encanto está oculto bajo una permanente nube que irrita ojos, narices y piel.
-Y seca los mocos- grafica uno de los muchachos al término del partido.
-Seca los mocos y deja el pelo tieso y la piel áspera y seca, como lija- dice una muchacha flaca y de piercing en la nariz que acompaña a los jugadores.
Los muchachos viven en Mallín, una población que poco y nada tiene que ver con los paisajes que ven los turistas en Villa La Angostura. Más todavía en estos días. Acá hay cerros de arena acopiados en las esquinas, afuera de las casas, en los techos. Ninguna de sus calles está pavimentada, ninguna es regada por los camiones aljibes que permanentemente recorren el centro, haciendo frente a la emergencia.
Como ocurre este sábado, el 5 de noviembre, al otro lado de la cordillera puede haber un sol radiante, sin una sola nube aparte de la que emerge del volcán. Pero en Villa La Angostura, con escasísimas excepciones, suele estar nublado.
En Villa La Angostura cada día se extraen 650 camionadas de polvo. En total han caído cinco millones de metros cúbicos de cenizas, 90% más que en Bariloche. Allá la situación también es crítica. Se calcula que cerca de cuatro mil personas han dejado la ciudad. Su aeropuerto está cerrado hace meses y la Cámara de Turismo anuncia un panorama desastroso para el verano. Así y todo, Bariloche luce limpia de cenizas y, aunque despoblada de turistas, mantiene una aparente normalidad. Definitivamente, la zona cero está en Villa La Angostura.
La muchacha flaca y de piercing en la nariz dice que ya no se puede vivir en el pueblo. Que no hay trabajo más que de barredor de cenizas, que muchas familias abandonaron o abandonarán pronto Villa La Angostura. La amiga que la acompaña, que luce pestañas largas y empolvadas, asiente. Su padre construye cabañas y su madre las asea, pero como nadie proyectaría vacaciones en un lugar así, a fin de año partirá junto a su familia a la localidad de El Bolsón.
En el centro, desde una hostería, el secretario de turismo de Villa La Angostura dirá que existe una incertidumbre muy grande en el sector, que nadie puede prever cuándo terminará de caer cenizas. Pero dirá también que poco a poco la ciudad empieza a recobrar cierta normalidad. De ejemplo cita la carrera Salomón K42, una competencia de aventura programada para la otra semana. Si el día está como este sábado, realmente será una carrera extrema.
Anochece en Villa La Angostura y el ambiente no mejora, todo lo contrario. Los camiones aljibes siguen regando el centro en un ambiente apocalíptico. En medio de esa desazón surge una caravana de vehículos que celebran a una pareja de novios con bocinas y luces intermitentes, luces que destellan débilmente en la bruma.
Después del partido de fútbol, es la segunda buena señal del día. En Villa La Angostura todavía hay ánimo de celebrar. Animo y consuelo: en Argentina hay lugares donde están incluso peor.
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El bar se llama La Ruta y su regente se sorprende con la llegada de clientes que no son del pueblo. Los primeros afuerinos quizás en cuanto tiempo.
Pilcaniyeu no está muy lejos de Bariloche. A poco más de 60 kilómetros. Sin embargo, es otro mundo. Acá no hay lagos ni bosques. Tampoco turistas. Pilcaniyeu es un pueblo desolado de la estepa argentina. Y como todos los pueblos en torno a la Ruta 23, que no es más que un camino de ripio a mal traer, viven de las grandes estancias ganaderas.
Esta zona estuvo poblada de ovejas y vacunos. Pero la sequía de los últimos años, y especialmente las cenizas del volcán, los diezmaron. Las cenizas. Ese el tema por estos lados.
Para hoy domingo, el pronóstico del tiempo es despejado. Hoy, y la mayoría de los otros días en esta época del año. Sin embargo, hay en el ambiente una permanente nube de polvo de cenizas que vienen desde Chile y se levantan del suelo, arremolinadas por el fuerte viento.
-Y eso que hoy está lindo, despejado- dice el regente del bar-. Viera los otros días, no se puede ni ver.
A la vuelta vive Mario Puente, profesor y encargado del Comité de Emergencia del municipio. Mario calcula que la mitad de los animales han muerto en Pilcaniyeu por efecto de las cenizas. Tienen poco que comer del suelo y ese poco está contaminado, dice. De prueba muestra fotos de bolas de piedras encontradas en el estómago de las ovejas fallecidas. Las mismas bolas de las que hablaba Ismael Valdés en Los Venados, aunque estas son del tamaño de una pelota de tenis.
La mortandad comenzó tres meses después de la erupción del volcán, y el pronóstico de Mario es que si no llega ayuda del gobierno, las cosas podrían ponerse peor a fin de año. Más todavía si persiste la sequía.
La sequía es distinta a lo largo de la Ruta 23, que atraviesa el país horizontalmente. En Pilcaniyeu al menos hay río y algo llovió hace tres meses. Lo verdaderamente grave ocurre poco más allá, en un límite imaginario, donde comienza la estepa pura.
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Comallo está a unos 50 kilómetros de Pilcaniyeu, y aunque tiene casi dos mil habitantes, este domingo parece pueblo fantasma. No porque sea domingo.
-Este pueblo se está muriendo, pero peor estamos en el campo, ¿quiere ir a ver?- propone Hernán Marifil en una esquina.
Hernán tiene cinco mil hectáreas. A comienzos de año tenía cerca de 1.000 vacas y 1.200 ovejas. Ahora tiene menos de la mitad. En su campo, los esqueletos de animales que se ven tendidos en el piso son tantos como los que siguen de pie.
Hernán tiene cerca de 30 años y es nieto de un chileno que explotó una tierra sin dueño. Logró que el gobierno argentina se la cediera y hoy la trabajan tres de sus nietos y la madre de éstos, que no sabe hacer otra cosa que criar animales.
-Yo les digo a mis hijos que no abandonen, que tengan fe, que ya vendrán mejores tiempos. Les digo que dentro de todo hemos tenido suerte, hay varios que bajaron los brazos- dice la madre de Hernán-. Nuestra última esperanza es que llueva, tiene que llover en algún momento, ¿no cree usted?
Al día siguiente, desde mediodía, caerán tímidas gotas en Villa La Angostura. Gotas que serán aguacero al otro lado de la cordillera. Es una buena noticia para la gente de la zona: la lluvia limpia el ambiente, las calles, los ánimos. Lloverá hasta poco antes de Pilcaniyeu incluso. Todo lo que viene después, al este de ese pueblo, ya se sabe, es un mundo aparte.
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