Cambia, todo cambia




¿Quién hubiera adivinado que en el lapso de un año la selección nacional iba a disputar dos finales de la Copa América? Solo había ocurrido en los torneos de Santiago 1955 y Montevideo 1956.

Uno de los aspectos del salto de calidad que dio el fútbol chileno con los técnicos argentinos Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli es la cantidad de jugadores que llega al área adversaria. Eso sucedía con la "selección olvidada" que obtuvo dos vicecampeonatos sudamericanos seguidos y con la que conquistó el tercer lugar en el Mundial 1962.

En Santiago 1955, se reunieron astros como Enrique Hormazábal, René Meléndez, Jorge Robledo, Manuel Muñoz y Jaime Ramírez. En Montevideo 1956, Ramírez, Hormazábal, Meléndez, Muñoz y Leonel Sánchez. Y en la fiesta universal del 62, se repitieron Ramírez y Sánchez, pero no anduvieron los delanteros del eje de ataque: Honorino Landa, Alberto Fouillioux, Armando Tobar y Carlos Campos. Sí destacaron quienes venían desde atrás: Jorge Toro y Eladio Rojas.

Muchas cosas han cambiado desde entonces, dentro y fuera de la cancha.

Antes, los seleccionados chilenos escuchaban el himno nacional en posición de firme, con los brazos pegados a los costados, tal como hacían los alumnos en las escuelas el lunes. Llevar la mano al corazón era característico de los peruanos y se empezó a popularizar con Iván Zamorano. Tal vez más adelante otro capitán copie de los mexicanos poner el brazo horizontal en el pecho…

Sin cámaras de televisión, era un fútbol más violento en el que se pegaba y se recibía sin dar cuartel. No existían los jugadores que luego de un golpe se daban vueltas sobre sí mismo y un instante después se reincorporaban sin novedad. Y mucho menos estaban pendientes de acusar al rival para que el árbitro mostrara una tarjeta. No había el narcisismo de quitarse la camiseta o arremangarse el pantalón para ostentar los músculos marcados en el torso o en el muslo.

Que los arqueros no atraparan la pelota era mal visto en el pasado, incluso entre los mismos colegas. Ni pensar en rechazar como en el vóleibol o en hacer paredes con los adversarios. Tampoco se les ocurría la tontería de moda de tirarse dentro del arco ni les anotaban tantos goles de túnel como en la actualidad. Los comentaristas eran más exigentes y no competían en utilizar adjetivos como "portentoso" frente a un remate al cuerpo y jamás de los jamases elogiaban a un guardameta por desviar un disparo que iba afuera… Al contrario, era motivo de crítica porque significaba que estaba mal ubicado o, peor aún, que se le había perdido el arco.

Después de una derrota, los entrenadores no vivían ofreciendo disculpas a los hinchas. Y no se les pasaba por la cabeza que los jugadores se fueran a sentir, entonces no apelaban al argumento de que se iban "satisfecho por la respuesta de los muchachos".

Las selecciones vestían su camiseta tradicional. El uniforme de Chile era camiseta roja, pantalón azul y medias blancas. En la Copa Centenario vimos a uruguayos, mexicanos y colombianos, de blanco; a argentinos, de azul; a peruanos, de rojo.

En el presente, el abuso de ciertos conceptos termina por confundir y más de uno se pregunta si acaso dan tres puntos por la posesión, por la intensidad o porque el arquero juega con los pies.

¿En qué momento se prohibió en la televisión pronunciar la letra "e" y reemplazarla por la "i"? Ahora se habla de campión, goliada, ária, tiatro…

Y no hay enviado especial que, al pararse delante de un estadio o edificio gigantesco con el nombre a la vista, no diga en su despacho: "A mis espaldas tal lugar…" No vaya a ser cosa que el televidente crea que se trata de un grifo o de un buzón…

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