Columna de Fernando Villegas: Abráceme usted compadre
Tal vez el país creía, en política, haberlo visto todo, pero ha sido gratamente sorprendido por la creatividad de Alejandro Guillier. Es verdad que su rating se ha ido desinflando, pero aun así y solo este año y apenas como candidato ha inaugurado no uno sino varios paradigmas para enriquecer el desempeño del oficio.
Tal vez el país creía, en política, haberlo visto todo, pero ha sido gratamente sorprendido por la creatividad de Alejandro Guillier. Es verdad que su rating se ha ido desinflando, pero aun así y solo este año y apenas como candidato -quién sabe cuánto más podría brindar si instalara sus amplias posaderas en el sillón presidencial- ha inaugurado no uno sino varios paradigmas para enriquecer el desempeño del oficio. El primero fue hacer coincidir una candidatura proclamada como independiente y novedosa con cuatro proclamaciones oficiales por parte de otras tantas y añejas colectividades, hazaña de coexistencia pacífica de las antinomias que no logró ni siquiera Salvador Allende en sus numerosas postulaciones; a esa independencia dialéctica se suman los encuentros con Teillier, uno o dos caupolicanazos y un comando sin generalísimo porque eso es del siglo XX, pero en subsidio con una vocera como Karol Cariola, que es del XXI. La segunda sorpresa fue su borrador de programa, el que además de la participación de este nuevo y cotizado actor, la "calle", cuenta con artículos de quita-y-pon que se cuelan o se salen del texto con un sentido de la oportunidad que habla bien de sus talentos acomodaticios; el tercero es una retórica basada en los silencios cuando debiera hablar y en las ingeniosidades socarronas a lo huaso ladino cuando debiera callar, alardes de picardía que suelta en el momento menos pensado; el cuarto aporte son precoces "autocríticas" desde su propio sector, esperpento democrático que la izquierda inauguró durante las purgas estalinistas de los años 30. Fueron puestas en escena por Osvaldo Andrade pidiendo un poquitín más de ideas y en especial por Girardi, ilustre y acreditado miembro del progresismo, quien tildó a Guillier como el castigo doloroso que la izquierda se ha infligido a sí misma como penitencia por sus pecados capitales. El quinto obsequio de Alejandro al por lo demás ya abundante arsenal de cantinfladas de las campañas presidenciales han sido los abrazos. A ellos nos vamos a referir en esta columna, esto es, a su amplitud, a su significado y a sus implicaciones.
Las variedades
Los abrazos tienen distintos significados según quienes los practiquen y de acuerdo a la ocasión. Hay abrazos de condolencia en un funeral, los rutinarios de Año Nuevo, los de bienvenida a viejos amigos regresando de lejanas tierras, de felicitaciones para reemplazar de un modo cívico la puñalada por la espalda que se desea dar a quien nos ha ganado, de apasionado amor en las películas, de agónica despedida cuando el tren ya parte, de ritual cuando se entrega y/o recibe un premio, de falsa camaradería entre quienes se odian cordialmente, etc. Y están los de Alejandro.
No es el primer político que se deshace en abrazos ante cada doña Juanita que se le pone por delante, pero los suyos tienen una más significativa y misteriosa cualidad: no son un acogimiento al militante pródigo ni uno de reconocimiento al leal ni tampoco sugieren una promesa ni sellan un pacto, sino operan como un cálido sustituto de todo eso, pero, aunque conociéndose qué sustituyen, no se conoce la naturaleza del sustituto. Con su cálido gesto Alejandro ofrece, pero no se sabe qué y ni siquiera se sabe si dicho qué existe. ¿Cuál es el significado, por ejemplo, de los dados a Teillier en la versión comunista de la cena de Pan y Vino a base de caldillo de congrio? ¿Qué entraña el protagonizado con Ossandón? ¿Cuál es la hermenéutica del abrazo virtual ofrecido a Carolina Goic?
Tal vez se considere que a falta de significado hay al menos novedad en esta política de palmotear a moros y cristianos casi al mismo tiempo, pero en realidad los acogedores y ecuménicos brazos de Guillier no hacen sino resucitar el estilo de sus correligionarios de antaño, todos ellos expertos en el arte de iniciar y terminar campañas con la ideología del asado a la parrilla, la doctrina de la alegre quinta de recreo y el satisfactorio postre del cucharón radical. En cuanto a lo que tienen de futuro, los abrazos transversales de Alejando anuncian la instalación definitiva de una técnica política que desdeña las ideas y celebra los histrionismos con entusiasmo. Desde los 90 a la fecha ya hemos visto los prolegómenos de esta gloriosa etapa; se ha insinuado en la forma de una proliferación cancerosa de sonrientes gigantografías, tourneés por La Vega y el Mercado Central y de vez en cuando, en saludo nostálgico al pasado, los ilustres puños en alto. Guillier remata y corona ese proceso en virtud del cual las astracanadas mediáticas han ido sustituyendo a ritmo acelerado el mediocre pero sensato hablar de los tribunos de los años 40, 50 y 60. Lo exige la calle, hoy analfabeta por desuso.
Abrazo corporativo
Sería injusto no incluir en el repertorio de los tiempos el abrazo corporativo y defensivo, variedad diariamente necesaria cuando un régimen se derrumba bajo el peso de su estulticia, corrupción y ahora también descarado cinismo. Es ejemplo el dado por el gobierno y la NM a doña Javiera Blanco para protegerla de la injusta acusación de ser negligente por el solo hecho de no haber emprendido nada para detener la fenomenal y criminal inoperancia del Sename.
Dicho sea al margen, las críticas de la ciudadanía a este abrazo colectivo son injustas. ¿Puede pedirse a políticos endurecidos en el oficio de mantenerse en el poder que voluntariamente se disparen en la cabeza? ¿Podía resistir, el acribillado navío del progresismo, el torpedo en la línea de flotación que entrañaba la caída en el más total descrédito de una señora protegida y mimada por Su Excelencia? Para estas ocasiones desafortunadas el mundillo político tenía antes una expresión que oímos innumerables veces, esa de "mejor enrojecer una vez" a prolongar la vergüenza y descrédito del estropicio, pero hoy se prefiere la postura combativa, desafiante, incluso acusadora. Además la vergüenza pasó a retiro en las filas de los honorables. El rubor, cuya sola existencia señala que aún resta un gramo de decencia moral, ha sido reemplazada o por esa sonrisita desdeñosa que adorna la faz del cínico cuando se lo enrostra con sus desafueros, o, en otras ocasiones, por la comedia de la indignación y el contraataque a base de la vieja tonada, salida aun de labios de Jackson, teóricamente un político "nuevo", de que los críticos "están haciendo aprovechamiento político". No hay confesión de culpas ni siquiera con mucha demora, porque la decencia es rasgo pequeño-burgués del todo innecesario cuando se promueve una revolución. Un solo sentimiento les resta, el del "kaput", esa mezcla de desafío y desesperación nacida cuando un proyecto se desploma.
Y en fin, el GRAN significado
Y en fin, ¿qué significa y/o entraña en el fondo de todos los fondos esta nueva política de abrazos transversales inaugurada o resucitada por Guillier? Tal vez revele el deseo de manifestar lo que al mismo tiempo es expresable e inexpresable; expresable en el abrazo es el sentimiento de que "todos somos chilenos" y podemos ponernos de acuerdo, pero inexpresable es el gravoso hecho de no haber en realidad nada que el abrazador ofrezca para lograr eso. En otras palabras, el abrazo le comunica a la ciudadanía que "hemos oído la calle y ahora avanzaremos con más acuerdos como grandes amigos que todos somos, amén", pero también dice el no tenerse la más mínima idea de cómo conseguir esa concordia y adónde ir con ella. Es así, como síntesis de esa invencible contradicción, que emerge un gesto cuya naturaleza misma consiste en ser sustituto de las palabras y mudo reemplazo de las ideas. Cuando tan abrumadora es la situación que no tenemos nada que decir o no podemos decirnos nada, entonces nos abrazamos. Nos abrazamos en el dolor, nos abrazamos en la alegría, nos abrazamos en el disimulo, nos abrazamos en el pánico y no nos decimos ni una palabra. Es lo que le sucede a Guillier. Con el rostro del prójimo aplastado en su pecho es como le impide ver que no hay nada por ver. Abráceme usted compadre a gritar un Viva Chile.
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