Comentario de TV: Los 80, terapia colectiva
No hay modo de borrar los recuerdos. Jim Carrey lo intentaba una y otra vez en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos pero, al final, repetía calcadamente sus errores. Los sicoanalistas llenan sus consultas de gente que quiere aprender a lidiar con su pasado.
La terapia suele tener el mismo método: enfrentar los traumas, revivirlos, y sacar lo mejor justo donde parece que no hay nada que rescatar.
Hasta antes del debut de la serie Los 80, el revival de esa década tenía exceso de laca, pantalones amasados y música ligera. Pero, en rigor, la era ochentera tuvo poco de fiesta y harto de pesadilla. De toque de queda, miedo y premura económica.
Y, cuando llegaron los 90, nos dijeron que era mejor olvidar para seguir adelante. Casi 20 años después, la producción de Canal 13 se hace cargo, en una suerte de terapia colectiva, de lo que escondimos bajo la alfombra.
Su éxito, evidentemente, no es un asunto de nostalgia. Nadie puede echar de menos esos años. El fenómeno tiene más de catarsis, de revivir cicatrices, pero con la mirada que dan los años. Con cariño. Con una familia entrañable, de clase media, que puede identificar a cualquiera -el segmento ABC1 fue el que más siguió la primera temporada-, porque, a fin de cuentas, los Herrera son la familia que a todos nos gustaría tener.
Como creemos haber sido en esos años, aunque sólo sea a ojos nuestros.
Los 80 entrega justo lo que los chilenos queremos ver en pantalla: nadie quiere reflejarse en una familia disfuncional, porque para eso nos basta con la que tenemos. Que los de 25 a 49 años sean los que más siguen la serie y que un estudio del canal católico diga que "identificación" y "de consumo grupal" son las dos razones por la que siguen la serie es la evidencia.
A semanas de que parta la segunda temporada, ya se habla de un tercer ciclo, con la confianza de que la gente la sintonizará. Ojalá. Porque una terapia, dicen los sicoanalistas, no es cosa de meses.
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