Crítica de cine: El luchador

El filme que resucitó a Mickey Rourke es una gris y melancólica mirada al fracaso donde brilla el actor en una composición emotiva y alejada del sentimentalismo.




Hay películas que brillan por la originalidad de su puesta en escena; hay otras donde los actores son tan carismáticos que no importan los lastres del guión; están las que funcionan como reloj y el director parece un ingeniero y, también, las que responden a arrebatos de inspiración con errores gramaticales, pero infinito corazón. Se podría decir que en este lugar cae El luchador, una obra maestra imperfecta si es que existe tal categoría.

No todo lo que brilla es oro en esta cinta del estadounidense Darren Aronofsky, quien no siempre da en el blanco a la hora de resolver algunas situaciones (hacia el desenlace sobre todo) ni gana todos los rounds de un combate sangriento, excesivo y destinado a redimir a su protagonista. Sin embargo, El luchador está destinada a flotar sobre sus imperfecciones y hay un ángel de la guarda que siempre inclinará los afectos ante un protagonista golpeado por su torpeza como padre, su cruel oficio de luchador libre y un doloroso amor casi quimérico por una bailarina de club nocturno.

Se puede decir que el personaje de Mickey Rourke hace de El luchador una gran película, pero sería injusto obviar la sensibilidad del director Aronofsky y su guionista Robert D. Siegel al momento de escoger las locaciones más adecuadas para esta historia que transcurre en tristes e inhóspitos barrios de Nueva Jersey.

Randy The Ram Robinson (Mickey Rourke) es un veterano ex campeón de la lucha libre que pisa el cuadrilátero más bien por honor propio y cuyo estado físico (ataque cardíaco y by-pass incluidos) le avisa que su fecha de vencimiento ya expiró al mismo tiempo que se acabaron los gloriosos años 80. Por cierto, The Ram (que significa El Carnero, nombre de fantasía del luchador) escucha en la radio de su destartalado auto a Cinderella y Gun's Roses, odia el grunge que partió con los 90 y debe ser uno de los escasos personajes del cine reciente que aún habla en una caseta telefónica y no sabe de la existencia de los celulares.

Randy The Ram es un dinosaurio y la imagen de él intentando comunicarse con su hija en un solitario teléfono público es parte del gran y melancólico imaginario visual de la película. En conocimiento de su precaria salud, Randy deja el ring y se emplea como vendedor de abarrotes en un supermercado, entregando algunos de los momentos más emotivos de la película en tan pedestre escenario: su paciente atención a una anciana que no hace más que regatear un pedido de ensalada, su humillante trato con el jefe del local, su ira ante un cliente que descubre al legendario luchador tras el anónimo uniforme blanco.

La quijotesca carrera de The Ram en esta posta de fracasos personales también incluye un par de visitas a la casa de su hija de veintitantos años (con una frase para el bronce: "Soy un viejo y destrozado pedazo de carne... Estoy solo y merezco estar solo"), la atracción por la bailarina confidente (Marisa Tomei) y una triste velada de firmas de autógrafos en un desolado gimnasio al que no llega casi nadie.

La ética de esta película es la del perdedor que trata de esquivar su propio fracaso y busca el triunfo en lo único que sabe hacer bien en la vida: colocarse sus ajustados pantalones verdes con estampados de carnero, dar un gran brillo a su teñida cabellera rubia, tostarse en un solario, golpearse el pecho con las manos y brindar a los únicos que lo quieren -puesto que está claro que el mundo no lo necesita- el mejor espectáculo posible como Randy The Ram.
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Reparto:  Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Mark Margolis.
País y año de producción: Estados Unidos-Francia, 2008.
Director: Darren Aronofsky.
Género: Drama.
Sitio oficial: www.foxsearchlight.com/thewrestler.
Duración: 111 minutos
Calificación: Mayores de 18 años

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