El día que Nueva York vivió en shock

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Desde la medianoche de ayer hasta pasado el mediodía, las calles de la Gran Manzana reflejaron la sorpresa por el triunfo de Donald Trump. Mientras contados simpatizantes del magnate celebraron –e incluso desataron peleas-, la desazón entre los seguidores de Hillary Clinton llegó, literalmente, hasta las lágrimas.




Estaba muy lejos de ser lo que pensaron, lo que planearon y lo que esperaban incluso en sus peores escenarios. Todo tenía que salir muy mal para que la escena que estaba ocurriendo ayer cerca del mediodía en el hotel New Yorker de Manhattan pasara en realidad: Hillary Clinton, la emblemática política demócrata, ex primera dama, senadora y secretaria de Estado, subía al podio para conceder su derrota y consagrar al magnate Donald Trump, con ese reconocimiento, como el presidente electo de Estados Unidos.

El evento en sí era una muestra del shock en que quedó una campaña conocida por calcular hasta el más mínimo detalle. Con cientos de voluntarios afuera y muchos medios de prensa en la calle esperando a la candidata, los bares y restaurantes del hotel se transformaron en un inesperado lugar donde los seguidores y quienes habían trabajado por la campaña se juntaban en silencio, intentando retener las lágrimas hasta que fuera posible.

Cuando Hillary Clinton llegó al momento del discurso en que pidió a quienes votaron por ella, y en especial a las mujeres, que "no dejaran de creer", el llanto de las jóvenes miembros del equipo se hizo incontenible. Algunas se abrazaban, los más enteros consolaban a los otros, y muchos vivían en soledad, sentados, un instante que sin duda quedará entre los momentos imborrables de su vida.

Hasta el clima parecía acompañar esa tristeza, con una leve pero persistente llovizna que acompañaba las declaraciones que marcaban el final de la campaña. Un clima totalmente distinto al que, apenas unas horas antes, se había vivido a menos de quince cuadras de distancia, en la sede de la campaña de Donald Trump.

Pocos, pero entusiastas

Son las tres de la mañana en Nueva York y se les reconoce por sus sonrisas y sus sombreros. No son muchos y ni siquiera tienen un lugar donde estén juntos: lo más cercano a ello es la sede de la cadena Fox News, a casi cuatro cuadras del lugar donde Donald Trump daría su discurso, un espacio donde se juntaban los pocos pero intensos seguidores del magnate en su estado natal.

Apenas unos minutos antes, a las 2:30, la cadena Associated Press había lanzado la alerta que los medios estaban esperando para anunciar lo que ya se veía matemáticamente como un hecho: la ventaja de Trump en delegados era irremontable y lo convertía en el sucesor electo de Barack Obama. Un anuncio que en Times Square no se vio en las pantallas gigantes, sino que circulaba de boca en boca entre las cientos de personas que se habían agolpado para monitorear el minuto a minuto de la elección.

Tal vez el resultado no se mostró para evitar más incidentes como los que ocurrían a esa hora debajo de las pantallas. En plena Séptima Avenida, ante cámaras y curiosos, simpatizantes de Trump y Hillary se insultaban y amenazaban con llegar a las manos. Con el pasar de los minutos, el clima se relajó y ya era posible ver pasar a neoyorquinos con una larga sonrisa y el emblemático gorro rojo de la campaña del magnate, con las letras blancas que invitaban a "hacer Estados Unidos grande de nuevo".

Afuera del hotel Hilton, a escasas cuadras de la torre que lleva el nombre de Trump y que lo hizo famoso, había apenas un puñado de seguidores, un hombre que vendía souvenirs y muchos medios de prensa. El único grupo organizado que se divisaba era uno de menos de cien personas que, extrañamente, protestaba contra Trump y contra Hillary con reivindicaciones como el cambio profundo en la política estadounidense y decisiones como elegir al presidente por voto directo de las personas y no por electores, algo que habría cambiado el resultado de la elección.

Pero la tónica, la misma que se vería durante el día en una sorprendida Nueva York, ya quedaba marcada: la división entre partidarios de uno u otro que incluso presentaba anécdotas como las que se veían poco antes de las cuatro de la mañana en una casi vacía Times Square. En una cuadra, un policía dejaba que seguidores de Trump se fotografiaran junto a él. Y en la siguiente, en voz baja, uno de sus colegas le comentaba a una oficial, tratando que no se notara mucho: "¿Qué diablos ha pasado acá?".

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