El deseo de la última musa de Picasso

Tenían 46 años de diferencia, pero eso no impidió que se enamoraran perdidamente. Tras la muerte de Picasso en 1973, Jaqueline Roque, su última esposa, se ocupó de su legado con dedicación, ganándose el rechazo de los hijos del pintor y de su ex amante, Françoise Gilot. Un libro, escrito por la periodista francesa Pepita Dupont, reivindica su rol como musa y mecenas.




Jacqueline Roque (1927-1986) tenía todo listo para la exposición que inauguraría el 25 de octubre de 1986 en el Museo de Arte Contemporáneo Español (Meac) en Madrid, con 61 obras de su esposo, el fallecido pintor Pablo Picasso. No se trataba de una muestra cualquiera. En ella estaban representadas todas las épocas y pasiones del autor de Las señoritas de Avignon, incluyendo a sus distintas musas: desde Eva desnuda, el retrato de uno de sus grandes amores que murió de cáncer en 1915, pasando por la cabeza de bronce de Fernande Olivier, la escultura de Dora Maar, los retratos a Marie-Thérèse Walter y Françoise Gilot con sus dos hijos, Claude y Paloma, y por supuesto ella misma, Jacqueline. Pero más importante que la curatoría misma era el hecho de que al finalizar la exhibición Picasso en Madrid, las obras no debían regresar más a Notre-Dame-de-Vie, el taller que tenía el pintor en Mougins, Francia, ya que la viuda había decidido donarlas definitivamente a la capital española, cumpliendo uno de los últimos deseos de su esposo.

Sin embargo, 10 días antes de la apertura de la muestra, Jacqueline decidió terminar con su vida, disparándose en la sien. A pesar de la tragedia, la exposición se realizó tal cual se había acordado con el director Aurelio Torrente; sin embargo, al término de la retrospectiva, en enero de 1987, los cuadros fueron reclamados por la única hija de Jacqueline, Catherine Hutin, y regresaron a Francia.

Más de 20 años después la historia es rescatada por la periodista francesa y amiga de Jacqueline, Pepita Dupont, en el libro La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso. La historia hace eco acá en Chile a propósito de la exposición Amor y deseo que reúne, en el Centro de Extensión UC, 52 grabados del artista pertenecientes a la Fundación Picasso de Málaga y donde justamente retrata a dos de sus mujeres: Françoise y Jacqueline.

Según la autora de la biografía, quien además trabajó durante 37 años como reportera del semanario  Paris Match, la viuda del pintor habría dejado un testamento con la voluntad de donar las 61 obras a Madrid, el que habría sido impugnado por su hija. Pese a que esta nunca tuvo buena relación con Jacqueline, de todas formas terminó heredando mil cuadros de Picasso, un centenar de grabados, dibujos, libros ilustrados, esculturas y correspondencia. Además de inmuebles como Notre-Dame-de-Vie, un castillo en Vauvenargues y un departamento en Cannes. “No quiero oír hablar de mi hija nunca más, ni siquiera que se pronuncie su nombre en mi presencia”, le confesaría Jacqueline a dos de sus empleados, un día antes de matarse, según el testimonio que recogió de ellos Pepita Dupont.

La publicación del libro en 2008, en Francia, desató la ira de Hutin, quien demandó a la periodista por difamación por 200 mil euros. Dos años después, la corte dictaminó que Dupont no actuó de mala fe y le obligó sólo a pagar una multa simbólica de 1 euro. Hace un año, la escritora logró que el libro se tradujera al español y se lanzara en Madrid.

“Jacqueline era una persona muy generosa, pero muy discreta, nunca vendió una sola obra de Picasso; al contrario, ella prefería regalarlas a quienes pensaba que iban a cuidarlas bien. Me pareció que era necesario contar su historia, dejar un testimonio de su lucha por preservar el trabajo de su esposo”, dice Pepita Dupont a La Tercera.

La familia rota

Ella tenía 26 años y él 72 cuando se cruzaron por primera vez en Vallauris, la costa francesa, donde Jacqueline Roque trabajaba en un taller de cerámica, al que el artista acudía a hacer sus obras. Picasso la cortejó durante seis meses; ella venía saliendo del divorcio de su primer marido y lo que más le preocupaba era su hija de cuatro años. El había roto también hace poco con Françoise Gilot, quien se había marchado con su amante Luc Simon, con quien terminaría casándose. Sin embargo, la periodista Pepita Dupont afirma que la ex pareja del pintor y madre de sus hijos Claude y Paloma nunca dejó de acosarlo, despechada de que la hubiese reemplazado tan rápido por una nueva mujer.

Según el libro, al principio los tres compartían en reuniones amistosas, incluso las niñas Paloma y Catherine jugaban juntas, pero más tarde la aversión de Françoise se hizo evidente. “Jacqueline me mostró las cartas que ella le enviaba a Picasso pidiéndole que reanudaran su relación. Al final esa familia terminó alejándose del padre”, cuenta Dupont.

En la prensa, Jacqueline se hizo conocida como “la carcelera de Picasso”, acusada de no haber dejado asistir a los hijos al funeral de su padre, a excepción de Paulo el primogénito, fruto de su primer matrimonio con la bailarina Olga Kokhlova. En el libro, Dupont asegura que esto lo habría hecho siguiendo la voluntad del propio artista, quien había perdido el cariño de Claude y Paloma, luego de que ellos creyeran en “las mentiras” que había escrito Françoise en Mi vida con Picasso, sus memorias publicadas en 1964. Tres años antes, el pintor había logrado que todos sus descendientes fuesen inscritos como legítimos, asegurando la herencia de cada uno.

¿Habló con Françoise o con Catherin Hutin para este libro?

No, no me interesa tener relación con ellas, menos con una hija que se dice ser la propietaria de todo. En mi libro denuncié que tanto el castillo de Vauvenargues como la casa de Notre-Dame-de-Vie estaban totalmente abandonados por ella. Lo que hizo a continuación fue vender la casa y decir que el castillo lo abriría como un museo, cuestión que hizo por solo algunos meses. Hoy todo sigue igual, es una pena.

Pero más allá de los dramas familiares, en su libro Pepita Dupont insiste sobre todo en la tenacidad que Jacqueline tuvo para cumplir los deseos del artista. Luchó años por abrir el Museo Picasso en París, que finalmente se inauguró en 1985.  También donó obras a diferentes museos en Italia, Francia, Islandia, EEUU y Canadá, entre otros. Además su figura fue crucial para que el Guernica, que Picasso envió al MoMA de Nueva York en 1939, mientras durara el franquismo, retornara a España en 1981. Lo mismo hizo con la escultura Dama oferente, que también regresó a su país natal.

Es debido a estos ejemplos que la periodista francesa lamenta que el último deseo de Jacqueline no se haya cumplido. “Hay testigos de que ella escribió un testamento, pero han tenido miedo de hablar. Más allá de eso, Jacqueline habló con muchas personas a quienes transmitió también la idea de la donación, como el director del museo Aurelio Torrente, y el mismo ex Presidente español Felipe González. Lo que creo es que esto se transformó en un asunto de Estado, Francia no quiso perder esas obras y España no hizo mucho para tenerlas”, señala Dupont. Finalmente, de las 61 obras, el Presidente François  Miterrand decidió restituir solo una a España, en 1991: Monumento a los españoles muertos por Francia de 1947, que ahora cuelga en el Museo Reina Sofía, pero en ninguna parte se dice que la verdadera donante fue Jacqueline Picasso.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.