El hombre que fue demasiado lejos: Cuando Martin Amis entrevistó a Polanski
<p>Cuando se arrancó a París, en 1978, Polanski aceptó conversar con el novelista británico Martin Amis. Este es un extracto de la crónica que Amis publicó de ese encuentro y que incluiría en su libro Visitando a Mrs. Nabokov.</p>
A pesar de su reputación de urdidor, de persona eufórica, de insensible matón, Polanski ha sido, en muchos aspectos, un juguete del destino. Cuando habla de forma entusiasta y en un tono, tal vez, un poco sentimental acerca de las promesas y esperanzas, el estilo y la libertad de los años 60, le parece a uno que no existe víctima más obvia y patente de las extremas ironías de aquel decenio.
Para Roman, los 60 fueron años llenos de energía y logros, que terminaron (como, en cierto sentido, terminaron para todos los demás) el 9 de agosto de 1969 con el sangriento asesinato de su esposa embarazada, Sharon Tate. Su período de recuperación se vio entonces jalonado de artículos constantes y odiosamente insultantes en la prensa, en los que se daba cuenta de cómo el señor y la señora Polanski habían abierto la puerta a su propio castigo y perdición (experimentación con drogas, degradación, extraños rituales...). No fue su primera experiencia de desmedidos padecimientos y humillaciones. Ahora está metido en una clase de lío completamente distinto.
Primero me dirigí a su piso, estilo Hockney, una verdadera monada, entre los Campos Elíseos y el Sena. Pocos edificios de pisos habrá en París más elegantes: Marlene Dietrich solía ocupar allí un piso, como también algún digno miembro (o de otro tipo) de la dinastía Pahlevi. Esperé unos minutos en la sala de estar, carente de libros, mientras el ágil mayordomo de Polanski me preguntó si prefería mi vaso de cerveza coronado de espuma o no. Opté por la espuma y no hube de arrepentirme. Polanski salió puntualmente de su dormitorio; vestía tejanos hechos a medida y camisa azul con iniciales. Andaba con paso y gesto vivos y parecía tener unos 16 años, impresión que no se desvaneció tras varias horas en su compañía. Pensé que su éxito considerable y comprobado con las mujeres tenía mucho que ver con tal circunstancia. Contemplando al pequeño Roman, las mujeres no sentirían el deseo de verse maltratadas por un priápico y problemático director de cine; tan sólo querían llevarse al pobre niño abandonado escaleras arriba y dejar que se durmiera sollozando en sus brazos.
Aparentar 16 años, claro, no te da derecho a irte a la cama con adolescentes. A pesar de lo que dice Polanski contra Polanski, no todo el mundo quiere acostarse con chicas jóvenes. Y uno no puede ocultarse tras una falsa universalidad: no puede esconderse entre la multitud; además, la mayoría de la gente que quiere acostarse con chicas jóvenes no se acuesta con las chicas jóvenes. No acostarse con chicas jóvenes aparentemente deseosas de ello es claramente un notable desafío. Pero incluso Humbert Humbert (protagonista y narrador de Lolita, de Nabokov) cayó en la cuenta de que las chicas jóvenes no saben realmente si quieren o no. El pederasta roba infancias. Uno tiene la sensación de que Polanski nunca ha tratado siquiera de entenderlo.
Según las informaciones de prensa, Polanski se encontró con una fría recepción en París tras su huida de Estados Unidos a principios de 1978 ("No le he llamado, y no pienso hacerlo", dijo Joseph Losey. "Es la huida de un cobarde. La gente cierra filas contra él", dijo Robert Stack). Plenamente consciente de su condición proclive a la catástrofe, nota que París es un buen sitio para mantenerse a salvo. "Aquí la gente es muy madura y adulta", dice; y añade, en uno de sus estallidos de elocuencia balbuciente que sobresalen de vez en cuando de su inglés oxidado, entrecortado, siempre entrañable. "Estoy intentando atenuar esos contrastes en mi carácter que motivan que destaque como gallina en corral ajeno en donde estoy". Está decidido a volver a Estados Unidos a pesar de la remota posibilidad de una sentencia de cárcel de 50 años por drogar y violar presuntamente a una chica de 13 años. "Pero me siento muy bien acogido en París -precisa- y me quedaré durante algún tiempo. A menos que haya alguna novedad".
CALAMIDADES
Al fin y al cabo, nació aquí, en París, en 1933.Los primeros años de su vida estuvieron relativamente exentos de desastres. En 1936 su familia volvió a Cracovia. De niño, Polanski vio las barricadas levantadas al final de su calle: los nazis estaban bloqueando el gueto. En 1941 sus dos progenitores fueron llevados a campos de concentración. Justo antes de que el gueto fuera finalmente asaltado, Polanski escapó a través de un agujero en la alambrada. "Un día, fuera del gueto, vi gente marchando en columna, vigilados por alemanes. Mi padre estaba entre ella. Anduve a su lado durante un rato pero él me hizo un gesto para que huyera. Sobrevivió cuatro años en un campo. Esa fue la última vez que lo vi". Su madre murió en Auschwitz.
La juventud de Polanski estuvo varias veces al borde del desastre. Fue criado por campesinos católicos en la remota campiña polaca. Un día, cogiendo moras, fue herido de un tiro fortuito de soldados alemanes que practicaban con él "como si fuera una ardilla o algo parecido". De regreso a la Cracovia liberada en 1945, la onda expansiva de la única bomba que dejó caer uno de los últimos ataques aéreos alemanes reventó la puerta de su lavabo, hiriéndole el brazo.
A pesar de sus éxitos internacionales, la vida de Polanski jamás se ha desembarazado de lo grotesco y calamitoso. A lo largo de los años, al menos media docena de sus amigos íntimos y asociados han topado con muertes violentas, insólitas o extrañas: suicidios, enfermedades raras, un extraño accidente de tren. Ya constituye un tópico decir de Polanski que sus películas, con su énfasis en el terror, el aislamiento y la locura, no parecen más que un comentario endemoniado sobre su vida. Sin embargo, cabe admitir que tal impresión es inevitable a la luz de los atroces acontecimientos ocurridos en la casa Cielo Drive en 1969. Polanski, cabría pensar, ha aguantado suficiente para veinte vidas. "Claro, mi vida ha sido muy extraña, llena de cosas extrañas. Pero a mí no me lo parece, ¿sabes?, desde mi perspectiva. Mi vida es sólo algo que yo vivo, ¿entiendes? Sólo cuando adopto una posición más objetiva veo lo extraña que ha sido".
A cierta distancia irónica, tal es el papel que Polanski interpreta en sus apariciones infrecuentes en sus propias películas. Tiene una escasa consideración hacia los actores ("el actor inteligente es una rareza, casi una paradoja") y pocas pretensiones sobre sus propias capacidades frente a la cámara: "Sólo me utilizo porque soy barato y no doy problemas. Es tan agradable trabajar conmigo, ¿sabes? Siempre hago lo que me digo que haga". De hecho, es un actor de limitado registro, pero un tono perfecto: posee un sentido firme e inequívoco para la comedia y expresa el patetismo de la vulnerabilidad. En sus dos papeles más memorables (el nervioso e inquieto cazador de vampiros en La danza de los vampiros y el administrativo polaco que pasa inadvertido y aparece inerme y asustado en El inquilino) Polanski retrata, con auténtica sensibilidad y cercanía, al hombrecillo a quien le pasan cosas extrañas.
Recordé este personaje varias veces durante la comida, especialmente cuando Polanski describió su reciente estancia en prisión en relación con el caso de la violación en Los Angeles. Al principio a regañadientes, luego embargado de alegría y satisfacción, entre dolorosos gemidos mezclados con gozosos recuerdos, me explicó cómo comenzó su encarcelamiento de seis semanas. "Cuando llegué en plena noche, ¡no podía entrar en la maldita prisión! ¡Había demasiados periodistas y cámaras alrededor! Y todos los presos estaban en el patio porque lo habían oído en las noticias y exclamaban: ¡Eh, cómo te va, Polanski! Sin embargo, era como unas vacaciones, un refugio. ¡Fue increíble! No me importaría volver allí ahora mismo, ahora sé cómo es. Es interesante pasar al otro lado, donde está la gente mala. ¡Lleno de increíbles asesinos! ¡Había alguien que había matado a 16 personas!". Asiente con la cabeza, añadiendo más tranquilo y resignado: "Ese es el problema, nunca sabes cuándo va a apuñalarte la gente, ¿sabes? Ese es el único problema, que pueden matarte en cualquier momento".
Le pregunté cuál de sus películas le gustaba más. "Las películas son como las mujeres" -según había podido saber, para Polanski muchísimas cosas son como las mujeres-. "Siempre amas más a la última hasta que aparece la siguiente". "Pero, claro -continúa-, hay películas por las que sientes una debilidad especial. Algunas de mis películas más elogiadas -El bebé de Rosemary, Repulsión, El inquilino- eran en gran parte realizadas por conveniencia, por cuestiones de tiempo o dinero o para complacer a un productor. Personalmente, no habría decidido rodarlas, ¿sabes? Pero mi cabeza me dice que Callejón sin salida es mi mejor película, es mi película con más entidad propia… Mi corazón me dice que La danza de los vampiros es mi favorita. Cada año me gusta más. Supongo que revivo mi felicidad en el momento de hacerla. Era hacia finales de los 60. Todo el mundo estaba lleno de esperanza y tenía la moral alta. Yo estaba haciendo una comedia con gente que me gustaba y, claro, con Sharon...".
Sería muy temerario sacar una conclusión sobre cómo es Polanski. Es algo fanfarrón, exhibe un discurso salpicado de tópicos del mundo del espectáculo ("Jack Nicholson es un gran profesional") y etiquetas fáciles de citar ("Me gusta la comida, me gustan las mujeres y, sobre todo, las mujeres a quienes les gusta la comida"...). Sin embargo, hay mucho en él de generoso, de natural, incluso de diáfano. Su seguridad y confianza en sí mismo son una realidad, y no la confusión y el desastre sonriente que se hacen pasar por seguridad y confianza en el mundo del cine. Es evidente que a veces ha ido demasiado lejos en lo que se refiere a las gratificaciones que le ofrece su entorno de avance por el carril rápido, como demuestra ampliamente el proceso de California. Pero ha sobrevivido a una vida extraordinaria y aún es él mismo.
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