El manifiesto de Sergio Nakasone, el cerebro detrás de los realities de Canal 13
El argentino habló con <b>Reportajes de La Tercera</b> de su infancia, su relación con Japón y qué significa el "rating".
Cuando era chico, en Argentina, en el jardín, claramente uno es japonés y todo el resto son occidentales. Sólo el que es distinto sabe lo que significa sentirse distinto. En ese momento lo sufría, pero me fortaleció. En el colegio yo era el chino, el japonés, el distinto. Cuando uno es adolescente tiene esa necesidad de pertenecer y siempre lo hice sin renegar de lo que era. Estaba orgulloso de ser japonés, de tener los ojos rasgados por más que me hicieran burla. Siempre lo defendí.
Estoy orgulloso de ser trabajólico. A veces a la gente del equipo le pregunto quién es capaz de seguirme el tren, a mí y a Verónica, mi pareja, porque nosotros somos los primeros que llegamos y los últimos que nos vamos. Primero, porque no tenemos una familia a la que responder, somos nosotros dos y nuestro plan es no tener hijos. El ser trabajólico no es una virtud, creo que igual es un defecto. Pretender que todos sean como uno es malísimo, terminaría destruyendo a todos los que trabajan con nosotros. Yo soy feliz en esta oficina, puedo pasar horas y horas.
Creo que cada 10 años Argentina sube, toca piso, sube, toca piso. En general, el argentino es muy capaz, pero hemos tenido siempre gobiernos muy corruptos, deformadores y creo que éste, lamentablemente, es el peor de todos los que me ha tocado ver. De una impunidad total. Es cíclico. A mí todo lo que ha hecho el gobierno me da vergüenza.
Tengo amigos defensores del gobierno de los Kirchner
y me critican porque yo veo las cosas desde afuera. Cuando me toca ir veo cómo Argentina se va transformando en un país cada vez peor, donde la inseguridad crece, la educación y la salud siguen perdiendo terreno.
El rating es un mal necesario. La primera palabra que se me viene es veneno. Es veneno, porque del veneno sale la cura. El rating es contraproducente para la televisión, para los contenidos, porque uno empieza a pensar más en un negocio que en conectar con el público. Creo que eso al final le hace mal a la televisión. Lamentablemente, todos los que hacemos televisión dependemos del rating.
Me avergüenzo de mí mismo. Cuando llegué acá tenía 32 años, trabajaba con gente que me doblaba en edad y yo les pateaba la puerta, era un animal. El tiempo me fue moderando. Se grababa Protagonistas un piso más abajo, y yo bajaba corriendo y era toda gente de 45-50 años y yo les gritaba. No sé lo que pensaría en ese momento esa gente. A los 30 años era terrible y no me importaba.
El 2003 nosotros no podíamos traer a los realities participantes gays, ni tocar el tema de la homosexualidad. En el 2010, no hace tanto, tener un participante gay era noticia. Hoy no es tema, pero hace cuatro años, sí. Claramente, el reality permite abrir temas de conversación y acelerar ciertos procesos de asimilación, de adaptación y de apertura. Hace que todo sea más abierto. Los realities son un reflejo de lo que está pasando.
Me considero un neófito de la política chilena. Critican a Michelle Bachelet, y no sé por qué. No entiendo la política, pero tampoco me informo. Los problemas de los que hablan no me tocan personalmente, porque vivo trabajando. Comparo con Argentina, que es un desastre, y acá se quejan de cosas que para mí son normales.
Tengo 45 años y sigo sintiendo que tengo 20. Hay cosas de chico que las sigo haciendo, como el tema de los juguetes. En cada Mundial junto las figuritas peor que un chico, estoy pendiente de juntar el álbum de figuritas, igual que cuando tenía ocho años y era fanático. A las reuniones de comité acá en el canal todos van formales, y yo soy el único que va de remera, zapatillas y jeans. Nadie me dice nada. Es como parte del personaje ahora. Pero ojo: hoy obviamente el personaje está instalado, pero cuando no era nadie, iba así igual.
Me compré una casa en Chile después de 10 años. Quizás los próximos 10 años los pase acá. Desde lo romántico yo volvería a Argentina todo el tiempo, pero en la práctica es imposible. Las condiciones laborales son complejísimas. Debo reconocer que Buenos Aires es mucho más divertido que Santiago. Para mí, Buenos Aires es una de las mejores ciudades del mundo, donde es imposible que la pases mal. Eso se mancha cuando tenés miedo de frenar en un semáforo porque te pueden asaltar.
Para mí la intimidad es algo súper valioso. Me considero una persona tímida, que no me gusta exponerme, que si voy a la playa ando con remera. Me costaría mucho estar en un reality. Yo siempre digo que ser participante de realities requiere una gran valentía. Valentía de exponerse en las cosas que uno dice. Exponerse físicamente en las cosas que uno hace, que te estén grabando todo el tiempo. Me genera pudor estar en esa situación, con cámaras.
Recién al año pasado fui a Japón. Fui a los 45 años por primera vez y lo que me pasó fue súper fuerte. Llegué y de golpe decía: "Uh, esto se llama así, esto asá" y me empecé a acordar de olores de mi infancia. Sólo de sentir el olor a comida hizo que se me activaran recuerdos. Después ver japoneses y reconocerme a mí mismo era fuerte. Uno dice: "La herencia es más cultural que genética", pero encontré muchas cosas que me hacen japonés, aunque haya nacido en Argentina. El fanatismo por coleccionar, el fanatismo por los stickers, el fanatismo por ciertas metodologías, por cómo trabajo.
Soy terco, cerrado. Mi defecto es no escuchar mucho. Cuando estoy abierto, soy abierto y escucho, pero cuando estoy convencido de algo, no hay forma. Con el equipo, como soy el jefe, me siguen y yo por eso valoro a la gente que me hace la contrafuerza, porque, en general, todos me tienen miedo y dicen que sí. Por eso valoro cuando me dicen que no, y esa es una de las grandes virtudes de Verónica. Es la persona que me hace la contrafuerza.
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