Hola, soy su censista
Ayer dejé mi rol de periodista de La Tercera para convertirme en uno de los miles de encuestadores que participaron en el Censo 2017. Nervios, dudas y cordialidad marcaron mi jornada. Lo curioso es que de los 14 hogares visitados, solo dos eran de chilenos.
Como periodista, una de las cosas que más me costó entender del proceso de capacitación para ser uno de los miles de censistas que ayer recorrieron Chile en busca de 21 respuestas, fue que debía obedecer a mis oídos y no a mis ojos. ¿Cómo? Simple, me dijeron: si el encuestado te responde que es mujer y tú ves al frente a un hombre, debes marcar la opción que te indica la persona. Así con todos los demás ítems.
Con esa clara instrucción en mente salí ayer, a eso de las 9.15 horas, desde el Instituto Nacional, el local censal que me asignaron, junto a otros seis voluntarios. A nuestro cargo se designó a un supervisor, un hombre de unos 40 años y funcionario público. El nos dirigió hasta dos torres de 23 pisos, emplazadas en la calle Arturo Prat.
A esa altura ya reinaba la calma en mi cabeza, tras un inicio marcado por la desinformación. Mi local censal, al igual que muchos otros, partió siendo un caos. Ninguno de los censistas sabía qué hacer ni dónde dirigirse.
"Es que los supervisores aún no tienen listo su material", nos explicaban los encargados del recinto. Al final nos fueron distribuyendo de a poco en las salas, donde nos entregaron los utensilios y recién entonces, después de casi una hora, pudimos iniciar el recorrido.
Dentro del portafolio, que contenía 18 encuestas, un lápiz, un sacapuntas, una goma y un talonario de citaciones para los moradores ausentes, también figuraba un mapa del sector asignado, donde se me indicaba que me haría cargo del sexto piso de la torre A. En total, 14 departamentos.
Apenas salí del ascensor recordé otra de las instrucciones más llamativas de las que recibí: debía comenzar el censo por el lado derecho de la escalera. Mientras estaba en eso, trataba de acomodarme la bolsa plástica gigante que nos dieron para transportar nuestros implementos.
Golpeé la puerta de la primera casa. Golpes fuertes, para asegurarme que me escucharan. Pasaron unos minutos y un hombre me abrió. "Hola, soy su censista", le dije con una sonrisa gigante. El me devolvió el gesto y me hizo pasar al interior. Mi primera tarea era encuestar a cuatro personas. El cuestionario fue rápido. Me demoré cerca de cinco minutos por cada uno. Todo se dio tranquilo y con mucha cordialidad.
En la tercera vivienda debí hacer frente a mi primer inconveniente. Ante la pregunta de ¿cuántas personas alojaron aquí anoche?, la respuesta fue dos, pero una no quería ser encuestada. "No, es que él será censado en su casa", me insistía la mujer que me recibió. Yo le explicaba que todos debían ser registrados, pero no hubo caso. El hombre no quiso salir de su pieza. Nunca lo vi, me enteré de que era hombre porque ella me había dado antes el nombre. Sólo la intervención de mi supervisor permitió dar con una solución: la mujer respondió la encuesta por él.
Otra curiosidad. La mayoría de los encuestados fueron extranjeros. Sólo dos de los 14 hogares visitados eran de chilenos. Incluso, me tocaron unos turistas argentinos. En dos departamentos nadie me abrió la puerta, pasé en tres oportunidades y toqué el timbre, tras lo cual debí dejarles a ambos una notificación para que posteriormente fuesen censados.
Cerca de las 14 horas ya estaba desocupado y mi supervisor me sorprendió con una pequeña colación: un pastel, una barra de cereal, un jugo y una leche con chocolate. No fue el mejor tentempié, de hecho, muchas de las marcas de los productos jamás las había visto, como, por ejemplo, el queque "Benja" o el cereal "Melelli".
Tras esperar al resto de mis compañeros, regresamos al instituto. Mi supervisor revisó que todos los datos estuvieran bien. Solo tras eso me dijeron "misión cumplida". Eran las 16.30 y ya tenía una llamada perdida de mi jefe que me esperaba para escribir este vivencial.
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