Juan Villoro y los rugidos de la tierra: "Las palabras tienen un rol de sanación"
El periodista y autor mexicano, quien pasó el terremoto del 27/F en Chile y publicó 8.8: el miedo en el espejo, habla desde el DF del sismo que azotó a su país el 19 de septiembre pasado, y del que ya se han registrado más de 360 muertos.
"IBA por mi hija a la escuela. El coche se meció, como si hubiera caído en un bache, y vi una camioneta que se bamboleaba en forma extraña. Entonces oí la alarma sísmica", recuerda el periodista y escritor mexicano Juan Villoro (1956), como si recién hoy, a tres semanas del terremoto 7.1 que azotó al país azteca el 19 de septiembre pasado, la secuencia de imágenes que pasó ante sus ojos dejara al fin a la vista sus primeras grietas: "La gente bajó de sus autos y los empleados de las oficinas salieron de inmediato a las aceras. Los rostros revelaban que había sido un temblor grave".
El reloj casi anunciaba las 13.15 horas ese día, cuando la tierra comenzó a sacudirse con violencia. El epicentro fue situado a 12 kilómetros del sureste de Axochiapán, pero la furia del movimiento fue tal que los daños se ramificaron hacia otros puntos del país, donde solo 12 días antes otro sismo aún más fuerte, de 8.2, había descargado su energía sobre Chiapas y Oaxaca, dejando más de 110 mil inmuebles dañados, además de 98 muertos.
Aunque más leve, el segundo remezón arrojó un saldo de 366 muertos entre las toneladas de escombros, y además echó a correr por todo el mundo las dantescas imágenes de los derrumbes que hicieron que todo pareciera una costosa película de ciencia ficción. "Tengo a una familia amiga viviendo en casa porque fueron desalojados, y una obra de teatro mía, La desobediencia de Marte -que tuvo su preestreno en Chile este año, en el Festival Puerto de Ideas Antofagasta-, estaba en cartelera en el Teatro Helénico y tuvimos que suspender funciones durante esos días", dice Villoro.
Con un promedio de 40 sismos diarios, México es una de las zonas de más actividad sísmica del planeta. Bien lo sabe el autor de El testigo: "He pasado por otros temblores, pero no tan fuertes", cuenta. "Para el del 7 de septiembre pasado ni siquiera me desperté. Pero este fue distinto. Cuando pasa algo grave, la realidad se impone a la necesidad de representarla. En mi libro Tiempo transcurrido (publicado en 1986, a un año del terremoto en el que murieron 20 mil personas), escribí: 'Desconfío de los que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo', y lo reafirmo con fuerza".
A solo tres días del terremoto, sin embargo, Villoro publicó una columna titulada El puño en alto en el periódico mexicano Reforma. "Escribí esa letanía como un compromiso periodístico", explica: "Debía entregar mi columna semanal y sentí el deber moral de reaccionar al terremoto, pero no podía hacer un análisis sesudo ni aportar datos distintos a los que estábamos viviendo. Decidí juntar las imágenes que me iban saliendo, articuladas en torno al gesto más determinante del momento: el puño en alto de los rescatistas, para pedir silencio y oír si alguien estaba con vida. No sé a qué género literario pertenece, y acaso solo pertenezca a uno sismológico: una 'réplica'".
Ecos de una tragedia
Fue brigadista tras la catástrofe del 85, y para el 27/F se encontraba en Chile, como invitado del Congreso Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil. "El aeropuerto estaba dañado y algunos países mandaron aviones a la base militar para rescatar a sus connacionales", recuerda. "Nuestro gobierno no respondió, pero durante una semana larga nos unimos para superar el estrés. En esta ocasión lo más importante era mandar víveres a las zonas más alejadas, dar refugio a los que habían perdido su vivienda, hacer donativos, etc. Pero también las palabras tienen un rol de sanación".
Apenas regresó a México tras el terremoto en la zona centro-sur de nuestro país en 2010, un colega le preguntó en el aeropuerto si escribiría sobre la catástrofe. "'Cuando me dejen de temblar las manos', le dije en broma. Dos semanas después me seguían temblando y entendí que la única forma de calmarse era escribir del tema", dice. En octubre de ese año, Villoro publicó 8.8: El miedo en el espejo, su propio testimonio sobre la tragedia chilena. "Los sismos son inspectores de la honestidad arquitectónica; hacen la auditoría que jamás hará el gobierno", anotó en su libro. "Una vez más -dice hoy- en México han aparecido tramas de corrupción. Lo más grave es que involucran a las más de 10 mil escuelas dañadas, y no es posible que los niños pasen por esos riesgos", agrega.
Con el curso de los días su obra volvió a cartelera, cuenta, pero sus amigos siguen viviendo en su casa ubicada en Coyoacán, al sur del DF: "Mucha gente lo perdió todo en la colonia Condesa, uno de los barrios más agradables y solicitados de la ciudad, pero está en la zona más precaria desde el punto de vista sismológico. La Ciudad de México fue construida sobre un lago y la ruta de los daños sigue la memoria del agua: hubo destrozos en Xochimilco, donde aún quedan canales, y la onda dañina se desplazó por los antiguos ríos hasta llegar a las distintas riberas de lo que era el lago", comenta.
La reciente inundación de Houston, así como el paso del huracán María en Puerto Rico, han despertado viejos fantasmas, reconoce Villoro: "La naturaleza es un límite infranqueable para todos los países. Chilenos y mexicanos, por ejemplo, estamos condenados a vivir y a sobrevivir entre terremotos. Pero ustedes están mejor preparados que nosotros", opina. "Siempre me había sorprendido que Pablo Neruda dedicara una de sus odas elementales al edificio. Entendía que lo entusiasmaran el aire, el cobre o el caldillo de congrio, pero ¿el edificio? El tema me parecía un poco anodino. Después del terremoto de 2010 entendí que la arquitectura chilena es una forma del milagro. Con la sacudida, supe que mi suerte sería la del edificio. A esa resistente materia le debo mi supervivencia".b
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