La anónima historia de la artesana que inspiró relato que ganó concurso literario
El martes, una clienta le avisó a Clara Sepúlveda (60) -una mujer que hace figuras con crin- que el cuento que ganó el certamen Santiago en 100 Palabras se basaba en ella.
El martes se le acercó una clienta para decirle que "doña Clara" que aparecía en un relato literario publicado en el diario era ella. No podía ser de otra forma. Era ella "la desordenada" a la que se le volaban los animalitos fabricados con crin en una céntrica esquina de Santiago.
Era esta mujer de 62 años la que no ponía alfileres a sus creaciones, como sin importar que el viento las correteara, tal como la describía el cuento ganador del concurso Santiago en 100 Palabras 2009.
Pero eso a Clara Sepúlveda Guzmán la tiene sin cuidado. Por más que su amiga que atiende un quiosco vecino insista en que "debieron pedirle permiso para escribir sobre ella" y que su historia pronto será leída por más de dos millones de usuarios del Metro en estaciones y vagones, no siente nada especial y sólo cree que "así puede venir más gente a comprarme".
Ella sigue su anónima rutina en la misma esquina de la Catedral Metropolitana, donde vende y fabrica sus pequeños animales tejidos en hebras de cola de caballo desde hace cinco años. Son los mismos que empezó a hacer cuando tenía nueve años en su natal Rari, un pueblito de una calle larga al interior de Linares, donde el crin lo tejen hombres y mujeres hace más de 200 años, el mismo donde "mi abuelita y mi mamá me enseñaron", cuenta.
DE RARI A SANTIAGO
Clara tejía con toda su familia, con sus tres hermanos mayores y su hermana menor. Hacían marcadores de libros "en una pieza grande con un brasero, tejíamos en la noche. Teníamos en el campo una casa grande". Hace más de tres décadas emigró a Santiago, "porque falleció mi mamá y quedé muy sola allá. Mis hermanos ya se habían casado, quedó la casa muy sola, dejé todo y me vine".
En la capital empezó haciendo artesanía para Cema Chile y tuvo un puesto en la gruta de Lourdes, en Quinta Normal, donde por 25 años vendió artículos religiosos. A Plaza de Armas llegó ofreciendo ramilletes para Domingo de Ramos, pero a la gente le llamó más la atención los angelitos, brujas, mariposas, matapiojos, pajaritos, rosas, sombreros y lagartijas de crin que traía consigo, los mismos que vendía con su abuela en las Termas de Panimávida hace 50 años.
"Había mucha facilidad, no como ahora. Para mí ha sido triste trabajar aquí en la calle", señala.
Ahora no tiene permiso municipal ni tampoco otros ingresos extras a los $ 15 mil diarios que afirma ganar con su artesanía. Es por eso que "me quedo hasta las dos de la mañana tejiendo y trabajo de lunes a domingo", además de hacer clases a algunas clientas interesadas en el oficio.
Esta semana Clara dejará de ser "la desordenada" del cuento: decidió afirmar sus animalitos de crin con alfileres de gancho en el paño, porque el lunes nuevamente volaron con el viento. "Primero fueron las brujas y los pajaritos. Todo volaba y los angelitos con mayor razón se querían ir al cielo", explica.
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