La ardua trayectoria hasta Cien Años de Soledad

Salió en Buenos Aires en 1967 y fue un éxito inmediato. Vendió millones de copias en el mundo y llevó a Gabriel García Márquez al Premio Nobel. Pero su escritura demoró años y estuvo cruzada de accidentes: esta es la trayectoria de una obra maestra.




El manuscrito tiene 594 páginas. Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes, caminan hasta la oficina de Correos de San Angel, en México. Después de 18 meses de escritura, van a enviar el libro a la Editorial Sudamericana de Buenos Aires. El empleado pone el sobre en la balanza. Son 82 pesos, dice. Mercedes, que se había hecho cargo de la economía familiar, cuenta el dinero: sólo tenemos 53. Habituados a la escasez en esos días, cortan por lo sano: dividen el paquete en dos y envían la mitad de la novela.

Era agosto de 1966. García Márquez tenía cuatro libros publicados, "por los cuales había percibido muy poco más que nada", y un millón de esperanzas puestas en la nueva novela.

Durante un año y medio se había dedicado por completo a ella. A medida que la novela crecía, las deudas de la casa también. Para entonces, habían empeñado el auto, el televisor, el refrigerador y las joyas de Mercedes. Debían ocho meses de arriendo y tenían cuentas impagas hasta en la carnicería del barrio.

"Lo único que falta es que la novela sea mala", le dice ella.

Instalado en México en 1961, con dos hijos, García Márquez escribe guiones para cine y publicidad. "Sin embargo, desde hacía tiempo me atormentaba la idea de una novela desmesurada, no sólo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuanto había leído", recordaría.

Era la novela de su vida. Llevaba años dándole vueltas, sin suerte. En 1965 se siente bloqueado. "Se me están enfriando los mitos", le dice al escritor Luis Harss, quien lo entrevista para un libro sobre los nuevos narradores latinoamericanos. Días después, ocurre un viaje que ya es leyenda: mientras conduce el Opel camino a Acapulco, para pasar unas vacaciones con su familia, algo sucede. "Me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera", relata.

De vuelta al DF se sienta frente a la máquina de escribir Olivetti y redacta: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

La historia comienza muchos años antes, en Colombia. En 1950, García Márquez había dejado sus estudios de Leyes y es el más joven de un grupo de periodistas bohemios en Barranquilla. Entonces recibe una visita inesperada: Luisa Santiaga, su madre, lo va a buscar. Quiere que la acompañe a vender la casa del abuelo, en Aracataca.

Durante sus primeros ocho años, el escritor creció en casa del abuelo, el coronel Nicolás Márquez, y la abuela Tranquilina Cortés. Allí vivió una infancia de magia y de mitos gracias a los cuentos de la abuela y sus tías, así como las leyendas del coronel, por lejos la figura más importante en su vida.

El regreso al pueblo, después de 15 años, remueve su memoria. "Cada calle parecía hacerlo retroceder en el tiempo hacia la casa en que nació", cuenta su biógrafo Gerald Martin. El pueblo se apaga. Los personajes que poblaron su infancia ya no están o parecen fantasmas. "Era como si todos los demás estuvieran muertos y únicamente su madre y él estuvieran vivos. O como si, al igual que sucede en un cuento de hadas, él mismo hubiera estado muerto y sólo ahora hubiera vuelto a la vida", agrega Martin.

García Márquez regresa a Barranquilla emocionado y con una revelación: "Tomé conciencia de que todo lo que me había acontecido en la infancia tenía un valor literario que sólo entonces empezaba a apreciar".

Pero pasan 15 años, viajes por el mundo, cuatro libros, la Revolución Cubana, sus dos hijos, México, hasta ese viaje a Acapulco en que concibió la primera frase.

De regreso en el DF, se concentra en la novela. Al principio mantiene algunas ocupaciones. Pronto se da cuenta de que el proyecto requiere su entrega absoluta. "Poco a poco fui abandonando todo hasta que la realidad insobornable me obligó a escoger sin rodeos entre escribir o morir", contaría.

García Márquez lleva a los niños al colegio por la mañana y se encierra a trabajar en su estudio. Le llama la Cueva de la Mafia y es una pequeña habitación con una estufa, un sillón y una mesa de madera con su máquina Olivetti. La historia de su infancia se transforma en la saga de los Buendía. Aracataca ahora es Macondo.

Mientras la pobreza se instala en la casa, Mercedes consigue créditos por aquí y por allá. "Los mejores amigos se turnaban en grupos para visitarnos cada noche. Aparecían como por azar y, con pretextos de revistas y libros, nos llevaban canastas de mercado que parecían casuales".

La novela avanza. Crece. Muta. El novelista se siente en estado de gracia. Macondo se vuelve una metáfora de Latinoamérica.

El momento más difícil que enfrenta es la muerte de Aureliano Buendía, personaje que fundía la imagen de su abuelo y la suya. A las dos de la madrugada sube al dormitorio, se recuesta junto a Mercedes y llora. Con esa muerte se cierra un ciclo y se abre una puerta en su vida.

En agosto de 1966 termina el manuscrito. Recibe una carta de Paco Porrúa, editor de Sudamericana, interesado en sus libros anteriores. García Márquez le ofrece Cien años de soledad.

Para entonces sus amigos conocían los primeros capítulos: Carlos Fuentes la llama "la Biblia de América". El libro sale en Buenos Aires en junio de 1967. García Márquez salda sus deudas. En dos semanas vende ocho mil copias y en unos años superará los 40 millones de ejemplares en el mundo. En 15 años, la novela llevará a García Márquez a la ceremonia del Premio Nobel. después del naufragio, en el mar o cuando estaban saltando del ferry.

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