La ecología se toma las telas
"El verde es el nuevo negro". Con este acertado título, la periodista inglesa Tamsin Blanchard –especializada en moda y colaboradora de revistas como Vogue o Marie Claire– bautizó un libro en el que describe un fenómeno en alza: el castigo de los consumidores de moda a las empresas que producen ropa con procesos contaminantes.
Como es de esperar, no se trata de la única iniciativa mediática que registra el mismo fenómeno. En su libro Eco Chic: Una Sabrosa Guía para Compradores de Moda Ética, su colega y compatriota, Matilda Lee, se refiere a los excesos que cometen algunas empresas mundiales en contra el medioambiente. Cientos de blogs y páginas web, como el sitio treehugger.com (creado por un diseñador canadiense) y el español mandacaru.es, se suman a esta preocupación, entregando constantemente información con sello verde.
Mientras tanto, en París, el Ethical Fashion Show se levanta como el escenario perfecto para que los diseñadores que se adscriben a esta corriente –Moly Kulte, de Canadá; Izzy Lane, de Inglaterra; y Aoi, de Japón– muestren sus propuestas al mundo.
El evento viene haciéndose desde el año 2006 y tendrá su próxima edición a comienzos de octubre en el Tapis Rouge, una elegante sala de convenciones ubicada en la rue du Faubourg Saint-Martin. En cuatro días, 40 diseñadores de diferentes países se encargarán de dejar claro que hacer moda ecológica es mucho más que fabricar poleras de algodón orgánico.
Está claro: a un segmento de personas, preocupadas por el cuidado del medio ambiente, ya no sólo les importa verse bien. Para ellos, la moda ya no sólo tiene que ver con la preferencia por ciertas siluetas, cortes o telas. El impacto medioambiental es un factor cada vez más preponderante en las decisiones de compra, sobre todo en los países desarrollados, donde la población tiene un mayor poder adquisitivo. Según estudios europeos, los jóvenes del primer mundo están dispuestos a pagar entre un 10% y 15% más si las prendas escogidas se relacionan con la responsabilidad ambiental. Y tanto los diseñadores como la industria están trabajando para responder de la mejor manera posible a esta creciente demanda que se ha dado en llamar Eco-Chic, Moda Ética o Moda Verde y se concentra, principalmente, entre los menores de 40 años.
¿De dónde viene tanta preocupación por este ítem? Según la ingeniero civil catalana Rosario Vidal Nadal, académica de la Universitat Jaume I y conferencista internacional sobre ecodiseño, la raíz de este cambio en la mentalidad de los consumidores está en el crecimiento de la población, así como también en la fabricación de textiles: aumentó en más de 10 millones de toneladas anuales entre 1999 y 2005 a nivel mundial.
En una conferencia sobre el pensamiento ecológico aplicado a la moda, que Rosario realizó en Medellín en el contexto de la feria Colombiamoda, explicó por qué todo esto tiene una relación fuerte con la industria del vestuario. "El ciclo de la ropa tiene muchas etapas, y en todas ellas existe polución. Por eso, cada vez más personas están optando por productos que contaminan menos, mientras se avanza en diseño sustentable", explica.
NO TODO LO NATURAL ES BUENO
Flota en el inconsciente colectivo la creencia de que lo natural es bueno y lo sintético es malo, ecológicamente hablando. Pero no. Las fibras sintéticas tienen una poco merecida mala fama. La ropa de acrílico puede ser mucho mejor para el medio ambiente que la lana o el algodón.
La razón es simple. "La crianza industrial de ovejas para la extracción de lana suele usar una gran cantidad de pesticidas y obliga a abrir terreno para crear zonas de pastoreo aptas para los animales. Para producir algodón –que se cultiva principalmente en China (30% de la producción mundial) y Estados Unidos (20%)–, se necesita usar muchísima agua y también grandes cantidades de pesticidas", asegura Rosario.
Esto explica el auge que desde el año 2000 está experimentando el algodón orgánico, que se produce sin fertilizantes o pesticidas y es, por lo mismo, mucho más caro. Lo utilizan marcas dirigidas al target más juvenil, como Adidas Grün –que se lanzó el año pasado en Chile- y Kuyichi, famosa en todo el mundo por su denim orgánico. También es el preferido de muchas empresas de ropa infantil, como la chilena Pure Cotton, el colectivo Ropa Ecológica de Argentina y algunos grandes del retail, entre los que destaca la sueca H&M.
Para garantizar que se están usando materiales eco-sustentables, la mayoría de estas empresas busca la certificación de compañías externas u ONGs que verifican la rigurosidad con que la ropa se ajusta a los conceptos ecológicos. En moda se les conoce como "etiquetas verdes" y existen cerca de 50, entregadas principalmente en los países desarrollados. Entre ellas, la Bluesign Standard, Wildlife Friendly, la Eco-Institut, la Enviromental Choice.
Una de las etiquetas de certificación orgánica más exigente es la de la Comunidad Europea. Se conoce como EU Flower, porque se simboliza con una flor en la que los pétalos representan a países que integran esta comunidad. Esta certificación evalúa tres estándares básicos: que no se emita más de una cantidad específica de residuos tóxicos al momento de elaborar las fibras; que durante la producción de las telas o la ropa no se supere una cuota de contaminación del aire, y que el agua no se ensucie más allá de un límite claramente establecido.
Pero hasta la ropa más "limpia" se ensucia y cada lavado ocupa muchísima agua y detergentes. Además, llevarla a las tiendas para que pueda ser vendida –o en su defecto, al domicilio, si se compra por Internet– también contamina, porque se traslada en camiones por cuyos tubos de escape emanan gases tóxicos.
¿Será que es inevitable contaminar? ¿Qué hacer entonces?
LAS 4 R
Reducción, reutilización, reciclado y recuperación. Esos son los cuatro principios que, según Rosario Vidal, entran en juego cuando se busca moda que se califique como ecológica, y que ella llama "El Principio de las Cuatro R". ¿De qué se trata? De reducir emisiones contaminantes en la elaboración de materias primas y productos terminados; reutilizar la ropa vieja en el mercado de segunda mano, reciclar los materiales en nuevos productos y recuperar lo que podría ir a parar a un basural, como cuando se aprovecha una blusa vieja y rota para trapear.
"Todos los productos contaminan. La idea es que sean viables desde el punto de vista económico, y que a la vez produzcan menos impacto ambiental en comparación con otros de su misma categoría. Pero no sólo por los materiales empleados. Los productos deben tener también una vida útil larga, un buen potencial para ser reciclado y una fácil degradabilidad", acota la profesional.
Esta precisión que hace Rosario es importante, porque existe en el mercado mucha ropa que se "marketea" como ecológica al cumplir con lo necesario para serlo en una parte de su ciclo, lo que está muy bien, pero no en todas, como es deseable. Un zapato hecho con diferentes tipos de materiales orgánicos, por ejemplo, puede ser más difícil de reciclar que uno enteramente fabricado con plástico. Porque para reciclar materiales, hay que separar el caucho, el plástico, el cuero y todos los demás ingredientes en diferentes contenedores. Cosa muy lenta y también muy cara.
Aunque el reciclaje es un hábito cada vez más anclado en la sociedad –por ejemplo, con la instalación de puntos verdes–, hasta ahora la preocupación al respecto está más ligada con el papel y los desperdicios "de supermercado", como las botellas de vidrio o plástico o los envases de cartón. En nuestras latitudes, esta práctica todavía está en pañales, con excepción de los mercados informales de ropa vintage, donde la segunda mano es ley.
En Europa, en cambio, se han gestado varias iniciativas bien encaminadas. En muchos países, existen depósitos especiales para ropa vieja, la que luego es enviada a los lugares más pobres de África. Y en Francia, se aprobó en noviembre del año 2006 la "tasa Emmaüs", un impuesto aplicado sobre las ventas (como una especie de IVA) cuya recaudación financia la utilización de textiles usados.
Mientras los gobiernos trabajan en este tipo de proyectos, el mundo del diseño se suma a esta corriente desde su trinchera. Para los creativos de la moda, el desafío está en crear piezas con materiales de deshecho que puedan ser fácilmente reaprovechados o que incluyan la menor cantidad de elementos innecesarios en su embalaje. ¿Ejemplos? El HangerPak de Steve Haslip: una caja en la que se venden poleras, que se transforma en un gancho para colgar. O el modelo Wabi de Camper, un zapato que no tiene plantilla, lo que evita el problema de separar materiales al reciclar.
Pero el diseño sustentable no tiene que ver sólo con la naturaleza. A los consumidores que se pliegan con los postulados pro-ecología también les interesa que los productos que compran hayan sido fabricados con respeto por las personas y los derechos humanos. Saben que para mantener precios competitivos, muchas veces se somete a los trabajadores a condiciones que no son aceptables para una persona que está preocupada por el desarrollo del mundo.
El diseñador Ronaldo Fraga, quien acaba de presentar su colección Disneylandia en el Sao Paulo Fashion Week y en Colombiamoda, es uno de ellos. Conocido como "el poeta de la moda", precisa: "Yo trabajo mucho con el concepto de reciclaje y uso algodón hecho con principios éticos. Pero cuando me preguntan sobre sustentabilidad, las personas son mucho más importantes para mí. Estoy enfocado en recuperar procesos artesanales, porque me interesa que no se pierdan, me preocupa la humanización de los procesos de la moda. Humanizar es la tendencia macro para los nuevos tiempos. Hay que preocuparse de la naturaleza, pero en función de las personas, porque, al final, la ropa es para la gente".
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