La "Guerra de don Ladislao"

<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif" size="3"><span style="font-size: 12px;">Se ve un manejo errático de nuestras relaciones exteriores, propio de principiantes y con total incomprensión de los intereses del Estado.</span></font>




A MEDIADOS de 1920 se movilizó hacia el norte de nuestro país un importante contingente del Ejército, bajo el supuesto de que existían antecedentes secretos sobre un posible conflicto bélico con el Perú. El ministro de Defensa de la época, Ladislao Errázuriz, fue tan exitoso en la justificación pública de esta gesta, que el mismo Alberto Hurtado habría concurrido para enrolarse voluntariamente. Meses después, el país se enteró de que la inminente guerra era una farsa, y más bien respondía a una burda maniobra política para alejar de Santiago a una guarnición militar mayoritariamente proclive al candidato opositor Arturo Alessandri.

Traigo a colación este episodio, porque no pude dejar de notar una mayor belicosidad de nuestros medios de comunicación, encabezados por la prensa escrita, la que en varias portadas, durante días sucesivos, destacó con grandes titulares cómo la detención de varios militares bolivianos en nuestro territorio, y los hechos que después le sucedieron, se constituían en la evidencia más flagrante de un escalamiento en el conflicto. Pero más allá de las suspicacias, hay cosas que no se entienden.

La primera, es por qué el gobierno de Chile, a través de su subsecretario del Interior, hace un gesto mediático al felicitar públicamente a los carabineros que detuvieron a los soldados bolivianos, en condiciones de que este tipo de incidentes se repiten en forma cotidiana, la mayoría de las veces sin conocimiento de la opinión pública, para lo cual existe un protocolo previamente establecido. En efecto, han sido innumerables las veces, por ejemplo, que barcos con bandera peruana son retenidos por traspasar nuestras aguas territoriales, cursándose las infracciones de rigor y posteriormente devueltos a su país sin mayores aspavientos.

Lo segundo es por qué nos escandalizamos tanto con el anuncio boliviano de judicializar su aspiración por una salida al mar, cuando la señal que públicamente hemos dado este año con el Perú, es que resulta posible mantener espléndidas relaciones con nuestros vecinos pese a que éstos nos demanden en sede internacional. La famosa tesis de las "cuerdas separadas" o el encapsulamiento del diferendo -brindis con pisco sour mediante- fue una notificación de que al gobierno chileno no le resultaba tan gravoso que un país fronterizo pusiera en cuestión los tratados que desde hace varias décadas fijaron nuestro territorio.

Puestas así las cosas, todavía sería posible excusar esta contradicción echando mano a dos peligrosos argumentos. Uno es reconocer que nuestra mayor condescendencia con Perú se explica por las millonarias inversiones que Chile mantiene en dicho país. El otro consiste en tácitamente admitir la mayor legitimidad que se le reconoce a una de estas reivindicaciones en desmedro de la otra.

En ambos casos, se trata de razones que sólo darían cuenta de un manejo errático de nuestras relaciones exteriores, propio de principiantes y con total incomprensión de los intereses del Estado. Sin embargo, lo que sería realmente delirante es que alguien pudiera pensar que una forma de recuperar la lealtad y confianza ciudadana, es exacerbando el conflicto con alguno de nuestros vecinos.

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