La historia del surfista chileno que vendió empanadas para costear su carrera internacional

Ramón Navarro (30) trabajó en sus inicios de garzón, cortó el césped en California y fabricó empanadas de horno en Hawai.




Miércoles de madrugada en Pichilemu. Un grupo de surfistas criollos trasnocha atento al monito de un computador: ven por internet la final del Quiksilver Memorial de Eddie Aikau, un torneo de surf que se realiza en la bahía de Waimea, Hawai. Siguen a uno de los suyos, que por primera vez sortea las marejadas del célebre campeonato, dejando atrás a los "maestros" de la disciplina y apoderándose del "Monster Drop", la ola "infernal" de más de 10 metros de altura. Los amigos celebran el quinto lugar de "Ramoneta".

Dos días después el nombre de Ramón Alejandro Navarro Rojas (30), el surfista número uno del país, es conocido en todo Chile. Sale en portadas, en las noticias y hasta en los matinales de TV comentan su hazaña. De un día para otro, el primero en entrar al profesionalismo en aguas nacionales, que tiene 25 trofeos en su carrera y cinco campeonatos nacionales, trasciende las páginas deportivas.

Magdalena, su madre, lo recuerda de niño, recogiendo el pelillo, el luche y el cochayuyo que daban sustento a la familia en su natal Pichilemu, en la VI Región. Su padre, Alejandro, es pescador artesanal y con él aprendió a bucear tan bien, que su técnica sería clave para su futura carrera.
Magdalena recuerda el momento clave, cuando la familia se trasladó a vivir a la playa Infiernillo y Ramón tenía ocho años. "Siempre iba a mirar el mar, iba a ver a la gente surfear", asegura.

LA TIERRA DE LAS OLAS
Pichilemu y sus alrededores recién comenzaban a ver tablas en sus playas (en 1984 llegaron los primeros surfistas) y cuando Navarro cumplió los 13 un amigo de su padre le regaló lo que quedaba de una. La tabla estaba rota y el propio joven la reparó.

La familia tuvo dudas de la decisión del mayor de sus tres hijos: quería ser surfista. Pero lo apoyaron. Con mucho esfuerzo, le compraron parte de su equipo. "Su primer traje nos costó $ 30 mil, lo que en ese tiempo era muchísima plata", dice su madre. "Me empezó a ir bien, competía con los grandes, salía segundo o tercero, y empecé a  dedicarme más a esto", agrega él.

Se armó un clan: con Diego Medina y Cristián Merello se hicieron partners y ganaron su primer título nacional. En 1999, luego de que Diego obtuviera un pasaje a California, Ramón decidió vender su tabla y no dudó en seguirlo. Durante un mes trabajó en construcciones, pintando casas y cortando el pasto, "cualquier pega que salía, la hacíamos".

Después vino Hawai y el sueño de correr grandes olas y conocer a los "grandes" del surf. Para comprarse una tabla, Ramón fabricó un horno de barro con el cual hacían y vendían empanadas a 11 mil kilómetros de Chile. "En mi casa siempre se hacían, así que me manejaba y lo veía como algo normal", señala.
Tanto sacrificio valió la pena: en 2001 se convirtió en el primer surfista profesional chileno, apoyado por la marca Quiksilver. Ese mismo año se anotó los ocho metros de altura de "La Bestia", la ola gigante de la costa de Iquique.
 
Y es a eso a lo que se dedica. Junto a sus amigos está embarcado en el proyecto de encontrar olas gigantes en la costa chilena; cada dos meses viaja a Hawaii para surfear y, además, es invitado a participar en torneos internacionales, donde llegan las estrellas del deporte, como Kelly Slater, nueve veces campeón del mundo. "Lo conocí en Arica y nos hicimos amigos", dice.

Pero esto no es glamour, fiestas y excesos, dice Navarro, un amante del reggae y el folclor chileno. Debe entrenar de tres a ocho horas diarias y "si las olas están buenas, puedo estar todo el día". Es que Ramón ahora quiere ser el número uno del mundo.

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