La obsesión de Vicuña Mackenna por crear una historia de Chile
En lo albores de la República, Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) tuvo que improvisar inusitadas técnicas para conseguir información: desde escuchar las historias de su madre sobre O'Higgins, hasta ganarse la confianza del mejor amigo de Diego Portales para llegar a sus cartas íntimas, o entrevistar a añosos testigos de la cita entre San Martín y Bolívar en Guayaquil. Escritor compulsivo, Vicuña Mackenna tenía en mente un plan ambicioso: entregar una constelación de padres de la patria. Iba a los documentos y archivos, que muchas veces adquiría con su propio dinero, y también recurría a la historia "viva": la entrevista, el testimonio, las versiones no oficiales.
Esta es una de las ideas que plantea Manuel Vicuña en Un juez en los infiernos. Lejos del formato de biografía tradicional, se trata de una serie de ensayos que perfilan a Vicuña Mackenna, autor del titánico trabajo El ostracismo del general Bernardo O'Higgins. Cronista, biógrafo, articulista y agitador político, dejó testimonio tanto de la creación del Paseo Santa Lucía (en el cerro del mismo nombre), como de la leyenda de la Quintrala y la Guerra del Pacífico. "Fue el más multifacético de los autores chilenos del siglo XIX", anota Vicuña.
Miembro a los 18 años de la Sociedad de la Igualdad, Vicuña Mackenna tuvo una agitada vida política: el Presidente Manuel Montt lo envió al destierro dos veces, en 1851 y 1859, por adherir a revoluciones. De regreso en 1863, fue diputado y senador, lideró una remodelación de la capital como intendente y fue candidato de la Presidencia en 1876. Murió retirado de la vida pública, a los 55 años, dejando toda una biblioteca con sus obras.
NUESTRA HISTORIA
Aprendiz de Andrés Bello y contemporáneo de Barros Arana, Vicuña Mackenna no podía dejar de escribir. Decía que dormía cuatro horas y despertaba con la pluma en la mano. Lo perseguía la premura del reportero romántico, dice Manuel Vicuña. "Sus libros son lanzados en términos literarios, y menos respetuosos de las normas de la academia. Adopta técnicas de la narrativa de ficción y escribe de forma arrebatada, lo que en ocasiones le condena a cometer errores", explica el historiador.
Entre 1856 y 1866 publica textos sobre los hermanos Carrera, O'Higgins y San Martín, más una incisiva biografía de Portales. Serán textos fundacionales para la historia de Chile. "Las concibe como un vehículo para la formación de un panteón republicano llamado a cohesionar a la nación más allá de los conflictos de bando, disputas de familia y odios heredados de las guerras civiles", explica Vicuña.
Vicuña Mackenna veía en la labor historiográfica una función política. De hecho, ad portas de la Guerra del Pacífico, abandona su pasión americanista y se transforma en un agitador que pide oficialmente como senador abrir fuego. En el libro, Vicuña Mackenna aparece como uno de los principales favorecidos del "botín de guerra" intelectual: documentos privados y públicos de Perú y Bolivia que utilizó en media docena de libros.
Operaba su pasión por lo inédito. Buscaba en cartas, en la prensa, en documentos privados, revisaba archivos mal ordenados e informes oficiales olvidados. Era la orfandad del investigador que lo llevó a maravillarse con el Archivo de las Indias en Sevilla, donde, según él, estaba un "cadáver perfectamente embalsamado de nuestro Chile colonial". Como escribe Manuel Vicuña, "Vicuña Mackenna concibió al historiador nacional (o a sí mismo) como un pionero del conocimiento librado a su suerte y en carrera contra el tiempo, todo para evitar la destrucción de las fuentes". El mismo historiador lo insinuó: era su obsesión por "reunir los fragmentos y formar el argumento de nuestra historia propia".
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