Letras francesas: el estado del arte
Normalmente a la zaga de escenas como la anglosajona, la narrativa de Francia vive un gran momento, sostenido en el reconocimiento internacional de una amplia gama de autores. El reciente Nobel Patrick Modiano, el siempre provocador Michel Houellebecq o consagrados como Jean Echenoz así lo demuestran.
Cuando Michel Houellebecq lanzó El mapa y el territorio, en agosto de 2010, desde Anagrama informaban que tomaría no menos de un año para que los lectores hispanoparlantes tuvieran una traducción castellana en sus manos. Y ni siquiera el prestigioso Goncourt concedido a la novela un par de meses después, alteró los planes de la editorial barcelonesa. Distinto fue lo ocurrido con Sumisión, que salió a librerías el 7 de enero pasado, el mismo día de la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo. Si la traducción de la novela, que imagina un presidente musulmán para Francia, se había anunciado para las primeras semanas de 2016, ahora ya es oficial que se adelantó para octubre o noviembre próximos, mientras en junio hará lo propio Configuración de la última orilla, uno de sus volúmenes de poemas.
Suena excepcional, como excepcional debería considerarse la prisa de distribuidores y libreros, en octubre pasado, por poblar los anaqueles con volúmenes de Patrick Modiano luego de que se le confiriera el Nobel de Literatura, cosa que ya había ocurrido en 2008 con su compatriota JMG Le Clezio (o, para el caso, con la prisa del Fondo de Cultura Económica por traducir a la mayor brevedad a otro compatriota: el economista Thomas Piketty). Pero tanta excepción podría empezar a adquirir los contornos de una norma.
En distintos géneros y registros; con voces y morales que varían hasta borrar toda proximidad, las letras francesas van haciéndose hoy un lugar en una escena donde por largo tiempo fueron más bien comparsas. O, en el mejor de los casos, testigos.
Localmente, el asunto reverbera a su modo, potenciado por un sostenido y creciente número de traducciones disponibles. También por la gestión cultural que, de la mano de iniciativas como La ciudad y las Palabras, Las Bellas Francesas y Puerto de Ideas, ha permitido entrar en contacto directo con varios autores: del mencionado Houellebecq a Philippe Claudel (que no vaciló en calificar al primero de "bufón"); de la narrativa sin fronteras de Mathias Enard (Calle de los ladrones) a los puntos de vista paralelos de Eric Faye (Nagasaki); de las vidas mínimas de Jean Echenoz (Correr) a la historia revisitada de Laurent Binet (HHhH); de la biografía familiar de Delphine de Vigan (Nada se opone a la noche) a las existencias desvanecidas de Pierre Michon (El origen del mundo).
Pero, a no dudarlo, hay bastante más. Y acaso se puede encontrar donde el lector inadvertido menos lo imaginaba.
BRILLO POLICÍACO
A mediados de 2013, el diario británico The Independent daba cuenta de un declive en el interés por la novela policiaca escandinava, la misma que en los años previos remeció al mundo editorial gracias a nombres como Stieg Larsson, Henning Mankell y Jo Nesbø. ¿De dónde vino el reemplazo? Según lo que constata el diario inglés, del mismo país en que se inventó la "Série Noire".
"Por largo tiempo no había mucha ficción criminal para traducir, pero ahora los franceses están produciendo novelas que son las mejores del género", afirmaba por entonces Frank Wynne, traductor al inglés de Alex, de Pierre Lemaitre. La obra, acerca de una víctima en busca de venganza, se convirtió en un fenómeno que desbordó las fronteras francesas. En cuanto a Lemaitre, un ex profesor, se superó a sí mismo con Nos vemos allá arriba: ganó el Goncourt 2013 y superó el millón de ejemplares vendidos.
Otro nombre inesquivable del género es el de la paleozoóloga Fred Vargas, autora de la serie de libros del comisario Adamsberg (El ejército furioso) y la de los Tres Evangelistas (Sin hogar ni lugar). En tanto, el humor entra de lleno en el policial de Frantz Delplanque (Elvis o la virtud), quien tiene como protagonista a Jon Ayaramandi, veterano asesino a sueldo.
Una mirada sinóptica no debería ignorar, asimismo, voces femeninas que se mueven en otros ámbitos, como Marie Darrieusecq (Respirando bajo el agua) y Véronique Ovaldé, en (Lo que sé de Vera Candida). Tampoco a David Foenkinos (Estoy mucho mejor), habitué de las librerías locales; a Fréderic Beigbeder (Una novela francesa); al atípico Patrick Deville (Peste y coléra) ni a Jean-Philippe Toussaint (Hacer el amor), etiquetado como representante de un presunto "nuevo nouveau roman". Y mucho menos a Emmanuel Carrère, cuyo Limonov causó un sismo del cual algunos aún no se reponen.
Tanto Carrère como Toussaint aparecieron hace tres años en una foto tomada en el Louvre, a propósito de una exposición montada por este último, quien no se privó de invitar a unos amigos: figuraban además Jean Echenoz, Philippe Djian y el ensayista Pierre Bayard. Porque los escritores franceses no serán apatotados, pero pueden juntarse para una foto.
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