Chapecoense: Los caprichos macabros o milagrosos de una catástrofe
La tragedia del Chapecoense de Brasil jamás será olvidada. El triste desenlace de una campaña que estuvo a un paso de la gloria se acentúa con las crónicas individuales de sus protagonistas. De quienes fallecieron y también de quienes se salvaron providencialmente. Un cúmulo de narraciones emocionantes que pellizcan el corazón.
Pasarán días, meses, años seguramente. Y la señora Rosana seguirá escuchando el mismo mensaje de audio. A veces intentará sacar una risa tímida, pero casi siempre soltará una lágrima con esa promesa de saludo de cumpleaños que nunca se consumará. Ese corto mensaje de WhatsApp -hoy maldito- en que su hijo veinteañero, Guillermo Gimenez de Souza, le decía con voz dulce que la quería más que a nadie y que le llevaría de regalo la Copa Sudamericana 2016.
Gimenez, lateral derecho de 21 años, era miembro del plantel del Chapecoense, el modesto conjunto brasileño que a partir de hoy disputaba la final del torneo con Atlético Nacional de Medellín. Probablemente iba a ser titular, pero esa parte de la historia no se sabrá, porque el primogénito de la señora Rosana fue parte de las víctimas de la tragedia aérea que les costó la vida a 19 de los 22 convocados al partido, a casi todo el cuerpo técnico del club, sus dirigentes y a periodistas que se trasladaban en el vuelo chárter desde Santa Cruz de La Sierra boliviana hasta la capital de la región de Antioquia. "Me envió un audio, me decía que estaba contento. Le pregunté si me iba a llamar en mi cumpleaños, que es el sábado. Y me dijo: 'Mamá, por supuesto, voy a llamar'. Luego se despidió con un beso y un te quiero", contó acongojada la madre del jugador.
Los relatos alrededor del accidente se multiplican con el correr de las horas. Cada víctima tiene su propia historia. También cada sobreviviente, aunque esas son las menos. Seis milagros. Uno de ellos, el de Helio Zampier, Neto, el último pasajero del vuelo encontrado con vida entre el fuselaje despedazado de la nave. A las 4 de la mañana, cubierto por trozos de metal y kilos de barro, el defensa de 31 años aún respiraba. Estaba con los ojos abiertos, pero sin fuerza para pedir ayuda, explicó uno de sus rescatistas.
Neto resistió más de cuatro horas. A esa altura de la madrugada, su compañero Alan Ruschel, lateral de 27 años, ya estaba ingresando a un centro asistencial. Consciente a duras penas, lógicamente conmocionado. "Mi familia..., mis amigos..., ¿dónde están?", exclamó con la poca energía que le quedaba. Después sorprendió con su petición. Que no se pierda el anillo de compromiso que hace poco intercambió con su amada Marina Storchi. Sus fracturas en piernas y brazos y el severo daño en la columna vertebral poco le importaban al futbolista, protagonista de varios videos y fotografías previas al despegue, que hoy son virales en las redes sociales.
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En una de esas grabaciones se le vio acompañado por Danilo, el arquero titular de 31 años. El héroe de la clasificación en semifinales, con una atajada instintiva en los descuentos. Esa magistral jugada le permitió al Chapecoense eliminar a San Lorenzo de Almagro e instalarse en la primera final internacional de su historia. Las informaciones preliminares tras el desastre dieron a Danilo con vida, pero su estado era tan crítico que no soportó mucho más. Falleció por la mañana producto de las heridas internas y la pérdida de sangre. Alaídes Padilha, su padre, lo describe de manera desgarradora: "Por teléfono me dijeron que mi hijo estaba bien, después me enteré de su muerte por las noticias de televisión".
Sin importar el resultado, estos días debían ser de felicidad absoluta. Era el signo que se reflejaba en cada video que lanzaban sus jugadores al ciberespacio. En ese sentido, la historia de Tiaguinho, delantero de 22 años, posiblemente será la más recordada -y llorada- al hablar de la tragedia. Horas antes de viajar hacia Colombia, su esposa le envió una nota y un regalo sorpresa. Sus compañeros, teléfono en mano, fueron los mensajeros: Tiaguinho sería padre, su mujer tenía un mes de embarazo. Una alegría que chocó con la pena de la muerte del atacante.
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"En cuantas vidas yo viva, en todas te amaré". Una confesión de amor digna del cuadro anterior. El inspirador de la frase fue Cleber Santana, el más laureado de los futbolistas del Chapecoense. Jugó en el Atlético de Madrid, en el Mallorca. Era el líder espiritual de esta escuadra, que motivado con el desafío que venía, le dedicó esas tiernas palabras (las últimas, tristemente) a su esposa, Rosangela Loureiro, y a sus dos hijos, de 11 y 14 años.
Porque detrás de cada figura del equipo, como es lógico, había una familia. Pocos, eso sí, quisieron acompañar al equipo hasta Medellín. El que sí tenía todo listo para viajar era Matheus Saroli, hijo de Caio Junior, el entrenador del conjunto brasileño. El joven llegó hasta Sao Paulo con la delegación, pero no pudo abandonar el país junto a su papá. Providencialmente, olvidó su pasaporte. Se le quedó en casa.
Matheus contó en Facebook lo ocurrido, agradeció la preocupación y pidió que se respete el luto. Caio Junior (51 años), el técnico, su padre, no volverá al hogar. Un ex jugador que dirigió a los equipos más importantes de Brasil, que trabajó en Japón y Emiratos, y que encontró la felicidad en la sencillez de su actual escuadra. "Si muriera hoy, moriría feliz", confesó en un momento de algarabía tras eliminar a San Lorenzo. Una oración que desde ayer recorre el mundo por su fatal premonición.
Cada nombre cumplía un rol, dentro y fuera de la cancha. Estaban los caudillos y también los bromistas. Y un mago. Aílton Canela (delantero, 22 años), se robó las cámaras en el aeropuerto de Sao Paulo. Juntó a todos sus compañeros y a la prensa, sacó una baraja y realizó su último truco. Se llevó los aplausos y una crónica de Globo Esporte.
Como un acto de magia, de desaparición, el tercer arquero del Chapecoense, Marcelo Boeck, se bajó a última hora del vuelo. "El club le dio permiso para festejar su cumpleaños (28 de noviembre) con la familia y viajar después", reveló su representante Antonio Araujo. La celebración y el alivio, sin embargo, se fundieron luego con el dolor de toda una ciudad. El portero llegó ayer hasta el estadio de la institución, donde se encontró con otros compañeros que no viajaron por lesión, como el argentino Alejandro Martinuccio, quien pateaba el suelo por no poder estar en la final de ida, sin saber que su problema físico finalmente le salvó.
Tuvo la suerte que 19 compañeros, 16 miembros del cuerpo técnico, siete dirigentes, 21 periodistas, un invitado y siete tripulantes no gozaron. "Recen por todos", clamó el transandino en su cuenta de Twitter. Porque a los que se quedaron de este lado, los cercanos y los que se salvaron de milagro, no les queda otra cosa por hacer.
Rezar, resignarse y guardar para sí los mejores momentos de un grupo extraordinario. "Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo", sentenció alguna vez Ernest Hemingway. Y el tiempo se les acabó a estos héroes del deporte, que desde ayer son leyenda.
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