Los sellos del Pontífice y el momento actual de su papado
La era del Papa Francisco ha pasado por el entusiasmo y un afán de cambios, pero también por las críticas y las resistencias.
El Papa Francisco lleva cuatro años como Pontífice, la mitad del pontificado de Benedicto XVI y menos de un quinto del de Juan Pablo II. Y en este período, su gobierno ha estado marcado por la novedad, el entusiasmo, los nuevos énfasis, un estilo directo y un afán de cambios. Pero también, por las críticas, las resistencias y las dudas sobre la viabilidad de sus propuestas.
Jorge Mario Bergoglio, que fue elegido para ocupar el trono de San Pedro tras un papado transicional, muy asentado en la Curia y con serios problemas de gobierno, inauguró su Pontificado con altas expectativas y con un lenguaje que llamó la atención más allá del mundo católico. Mal que mal, Francisco es el primer Papa de América y el primer jesuita que dirige la Iglesia, y ha mostrado su sentido del humor, su carisma, y su apuesta por el entendimiento y el diálogo.
En sus primeros años puso su empeño en la reforma del Vaticano, sus instituciones y poderes para lo cual conformó una comisión de ocho cardenales (en la que incluyó al chileno Francisco Javier Errázuriz) a la que se agregó el secretario de Estado Pietro Parolin. Pero últimamente ese trabajo perdió fuerza y, a la luz pública, parece haberse detenido.
También creó una comisión especial para la protección de los menores víctimas de abusos sexuales, en la línea de lo que ya había implantado Benedicto XVI, aunque desde algunos sectores se cuestionó que el Papa no le diera el suficiente impulso e incluso algunos de sus miembros renunciaron.
Francisco también ganó protagonismo tras lanzar duros mensajes contra la corrupción, la ambición, y se enfocó en la defensa del medio ambiente. Apostó así por la lucha contra el cambio climático, para lo que publicó en mayo de 2015 la encíclica Laudato si, el mismo año del Acuerdo de París.
Pero no pasó mucho tiempo para que surgieran críticas a sus formas, palabras y reformas especialmente desde sectores conservadores, incluso a través de cartas públicas de cardenales. De hecho, esta semana se dio a conocer una nueva misiva de cuatro prelados, escrita en abril y entregada al Papa a comienzos de mayo, donde vuelven a cuestionar al Pontífice por abrir la puerta a que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Se trata de los cardenales Carlos Caffarra, Raymod Burk, Walter Brandmüller y Joaquim Meisner, para quienes la exhoración apostólica del Papa Amoris Laetitia amenaza la unidad de la Iglesia.
Ayer se supo de otra información que podría complicar la apuesta de Francisco por reformar las finanzas vaticanas: la renuncia del auditor general del Vaticano, Líbero Milone, una dimisión de la cual no se dieron a conocer sus razones. Milone junto con los cardenales George Pell y Reinhard Mark, eran los encargados de modernizar y controlar el sistema económico y financiero del Vaticano.
Pese a los traspiés y los comentarios adversos, el Papa mantiene una agenda marcada por lo social, como sus llamados de alerta por la situación de los refugiados que cruzan el Mediterráneo o llegan huyendo desde la guerra de Siria. "Recordamos en la oración a quienes han perdido la vida en el mar o en extenuantes viajes por tierra. Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en una verdadera oportunidad recíproca", dijo el domingo al destacar que el encuentro con refugiados "disipa temores e ideologías distorsionadas y es factor de crecimiento de la humanidad".
Pero también ha mantenido una mirada crítica de la actitud del Vaticano en el pasado. Así, ayer visitó Bozzolo y Barbiana, al norte de Italia, donde honró a dos párrocos del siglo XX, Primo Mazzolari y Lorenzo Milani, que fueron censurados por su compromiso con los pobres y los desvalidos. Dos ejemplos de lo que él sostuvo que necesitaba la iglesia: más pastores "con olor a oveja" y "sonrisa de padre".
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