Manual para pelear mejor con la pareja
No queremos demostraciones de afecto. Mucho menos escuchar que nos pidan perdón. Cuando discutimos con nuestra pareja lo que queremos es que el otro nos ceda el poder. Ganar la batalla, sin hostilidades y con muestras claras de compromiso.
Cuando peleamos con nuestra pareja por los platos sucios, por el despilfarro de uno o por cualquier cosa, queremos lo mismo que en una pelea con un hermano o con el jefe: ganar.
Las disputas cotidianas -esas que no ponen en jaque la relación-, a diferencia de lo que creíamos, no son distintas del resto de las peleas. Hay más emocionalidad, es verdad, pero estamos demasiado conscientes de que mucha emoción podría hacernos perder. Y lo que perdemos no es lavar la pila de platos sucios o hacer lo que el otro quiere. Eso es secundario. Lo que perdemos es el poder; el de decidir qué, cómo y cuándo.
En plena discusión, además, buscamos que el del frente deje la hostilidad y dé muestras claras del compromiso con la relación. Y, en términos generales, no hay diferencias de género. En mayor o menor medida, todos quieren lo mismo. Y lo mismo también incluye que no andan buscando que el otro pida perdón o les muestre afecto en pleno intercambio de opiniones.
A estas conclusiones llegó Keith Sanford, sicólogo de la U. de Baylor, quien estudia durante años las dinámicas maritales. En su último estudio Qué quieren las parejas del otro durante un conflicto, dividió en seis las actitudes que más y menos esperamos del otro en una discusión.
Y entre tanto poder que buscamos y menos cariño y perdón que queremos, Sanford encontró, además, que cuando peleamos, en realidad, no sabemos por qué lo hacemos. Y, claramente, no son los platos sucios lo que molesta (aun cuando molesten).
Desde ahora, cada vez que pelee, tenga en cuenta que hay dos preocupaciones que subyacen a casi todas las discusiones y que son ellas las que están motivando su ira. La primera, Sanford la llamó amenaza percibida, que es cuando nos sentimos criticados, insultados y despreciados por la pareja. La otra es el abandono, que es cuando sentimos que el otro, con sus actitudes, está siendo indiferente y poco comprometido.
Con todo eso en cuenta, es posible establecer ciertos parámetros. Un manual para que aprenda a discutir mejor con su pareja. Y la mejor forma es saber los errores que cometemos, pero sobre todo, conocer lo que el otro quiere.
LO QUE MAS QUEREMOS
Todo es una cuestión de poder
Llegan a la consulta y se sientan en el sillón. Frente a la terapeuta. Impacientes, más que llegar a un acuerdo, quieren un veredicto. "Las parejas ponen al terapeuta como un juez que tiene que decidir quién está en lo correcto", comenta Patricia Sotomayor, sicóloga clínica, terapeuta de parejas y miembro de la organización Amar no Basta.
En la teoría sabemos que durante una pelea lo mejor es el entendimiento; en la práctica, la situación se convierte en una trinchera. No queremos un empate. Menos una derrota. Queremos ganar. Creemos que si tenemos la razón, tenemos el poder. Y el poder nos da seguridad... De eso se trata.
Christian Thomas, director del Centro de la Sexualidad de Chile, dice que esta búsqueda se da en todo tipo de relación. "Es lo que el filósofo Hegel estableció como el drama humano de ser amo o esclavo". La diferencia es que mientras en las relaciones jefe-subordinado o padre-hijo se acepta quién manda, en las relaciones de pareja existe la horizontalidad. "El problema es que buscar el consenso y compartir el poder da más trabajo e inseguridad. Por tanto, utilizamos la dinámica de amo y esclavo porque es más fácil y nos sentimos más seguros", explica.
De hecho, según Sanford, ansiar el poder aumenta cuando nos sentimos insultados, criticados y menospreciados. Y estos sentimientos gatillan cuando uno de los dos decide algo sin consultar al otro, cuando rechaza opiniones o dice qué hacer.
Mostrar compromiso
"Que muestre más apoyo" y "que cambie el comportamiento problemático", fueron algunas de las actitudes específicas que pedían los voluntarios del estudio de Sanford que cambiaran sus parejas. En definitiva, todos apuntan a lo mismo: más compromiso, la segunda actitud que más queremos que muestre el otro.
Acá el tema, más que el poder, es el miedo: sentimos que la pareja es distante e indiferente. Es el marido que se siente ignorado cuando su mujer le dice que prefiere hacer tal cosa sola, es la falta de compromiso que siente ella cuando, otra vez, el marido no fue con ella a algún lugar.
Queremos que se note la inversión que el otro está haciendo en la relación, el problema está en la forma en que se lo planteamos. De acuerdo a Sanford, cuando buscamos compromiso, la palabra "deberías" se repite ("deberías haberme ayudado a limpiar") y con eso le atribuimos al otro la responsabilidad y asumimos que lo que hizo (o no hizo) es porque no le importa la relación.
Grave error.
Vagdevi Meunier, sicóloga certificada del Instituto Gottman, comenta que cuando asumimos ciertos comportamientos del otro podemos equivocarnos: "Si mi marido llega tarde a la película que yo quería ver, quizás no significa que no me respete a mí, sino que son valores que no comparte. Lo ideal es evitar asumir cosas sobre lo que el otro piensa. Si asumimos cosas, el otro probablemente va a tomar una actitud defensiva".
Paola Ceruti, sicóloga de pareja y una de las creadoras del grupo Amar No Basta, explica que en lugar de culpar al otro, uno tiene que hacerse responsable de lo que le molesta. Ejemplos sobran: si para uno es importante la puntualidad, y para el otro no, surge el reclamo permanente para que llegue a la hora. Si no lo hace, se interpretará como que no le interesamos al otro. Ese es el error: en vez de culpar al otro, debemos asumir que es impuntual y crear estrategias para evitar el conflicto. Lo mismo pasa con el orden, con los que son poco cariñosos y una larga lista de reclamos de "deberías".
Un último dato: según el sicólogo social de la U. de Washington y experto en relaciones de pareja, John Gottman, hay dos tipos de conflictos maritales. Los que se pueden resolver y los perpetuos. El 69% de los conflictos de pareja están en esta última categoría, es decir, son perpetuos. El secreto de las parejas felices es que jerarquizaban antes por cuáles dar la pelea (aquellos que tenían solución) y por cuáles no.
HOSTILIDAD FUERA
Y tú y tú y solamente tú…
Cuando estamos peleando, una de las actitudes que más queremos que el otro deje de lado es la hostilidad (está en tercer lugar de la lista), ésa que siempre comienza con un "tú" que precede a la crítica: "Tú siempre estás ocupado", "tú nunca me ayudas...". A la larga, ese tipo de frases nos insegurizan. Sentimos que nuestro poder y autoestima son amenazados y para defender lo que creemos que podemos perder, atacamos, y caemos en la misma hostilidad que condenamos.
En sus estudios, Gottman encontró que las parejas con dificultades, a diferencia de las felices, tienden a usar más el "tú". "Según Gottman, durante las peleas las parejas exitosas hacen cinco afirmaciones positivas o neutrales por cada una negativa, mientras que las no exitosas tienen más afirmaciones malas que buenas", explica a Tendencias, Donald Cole, terapeuta certificado por el Instituto Gottman.
En este tipo de discusiones, nadie gana, aun cuando parezca que uno sí lo logró.
Sylvia Campos, sicóloga del Instituto Chileno de Terapia Familiar, llama al resultado de estos conflictos victorias pírricas. "Pirro fue gobernante griego que ganó la guerra, pero perdió todo su ejército. ¿Que sacó con ganar una batalla? Acá pasa lo mismo, puedes ganar una pelea, pero no ganas nada", dice.
Al sentirnos inseguros por la crítica, Sanford dice que la respuesta es el contraataque. Desde refutar ("estás equivocada"), pasando por las amenazas ("no voy a aguantar algo así otra vez") y hasta irse, algo más común en los hombres.
De acuerdo con Gottman, ellos reaccionan con más signos de estrés en las disputas, por eso son más propensos a irse o a responder con silencio. Sanford explica que retirarse es una forma de aferrarse al último hilo de poder y seguridad de una situación desastrosa. "Es el poder del débil. Controlar desde la vereda pasiva-agresiva: volverse indiferente, esquivo y distante", dice Antonio Godoy, terapeuta del Centro de la Persona, la Pareja y la Sexualidad.
LO QUE MENOS QUEREMOS
"Ok, perdón"
No queremos que alguien nos pida perdón, porque está devaluado. De hecho, según el estudio de Sanford, es lo que menos queremos que el otro haga durante una discusión.
Y ha perdido valor porque lo usamos demasiado. Gianella Poulsen, sicóloga clínica y terapeuta de parejas, lo explica: "Hay que distinguir la palabra del acto. Porque si uno provocó un daño, significa que hay un acto que necesita ser reparado y el otro tiene que estar abierto a perdonar. Lo que no queremos es la palabra fácil para terminar la discusión: 'ya, perdona…'".
Lo otro es que idealizamos el perdón porque creemos que va a tener un efecto mayor al que muestra en la práctica. En esa línea, investigadores de la London Business School encontraron que, luego de ser agraviadas, las personas valoraron más la disculpa cuando la imaginaron que cuando la recibieron. Primero, porque subestimaron las emociones negativas que produce una mala palabra o algo que les hagan daño. Y segundo, porque el hecho de que les pidieran perdón no logró, como habían imaginado, restablecer la confianza en la vida real.
Así, hoy, la disculpa en medio de una pelea aparece como una estrategia: la investigación de Sanford dice que, en medio de dimes y diretes, buscamos una disculpa del otro para desactivarlo -en la medida en que la disculpa es aceptada, la persona se subordina y cede el poder- o para comprometerlo. Es decir, detrás sigue estando presente esa pugna por el poder.
Comunicación con emoción: no
Una discusión no es el minuto para comunicarnos. En una pelea, con las pulsaciones a mil, las palabras molestan, agotan y desgastan. Y en nuestra cabeza, la consigna no es hablar y hablar, sino más bien "resolvamos esto de una buena vez".
En esa línea, los expertos coinciden en que una pelea no es momento para solucionar los problemas de fondo. Con suerte, hay que salir del paso de lo que nos molesta en ese minuto: que no lavó los platos, que vio tele hasta tarde o que se atrasó otra vez. Lo importante, lo que está detrás de la explosión, se verá en un momento y con un contexto más indicado. ¿Por qué? Porque las emociones que aparecen en medio del conflicto se toman la comunicación, dice Sanford. La ira o la rabia afectan lo que pensamos, lo que hacemos y lo que decimos. Y, obviamente, determinan cómo responde el otro.
Además, un problema muy común al intentar comunicarse en una pelea es que la pareja habla desde dos niveles lógicos diferentes. El dice: "Arreglé que nos vayamos de vacaciones al norte. Es barato, nos aseguramos buen clima y tenemos dónde llegar". Ella responde: "No quiero, no me gusta el norte". El problema acá, entonces, no es la imposición de uno ni la tozudez del otro. El punto es que están hablando desde dos posiciones diferentes: él desde lo racional y ella desde lo emocional.
"Hay argumentos que vienen desde la emoción y otros, desde la lógica. La emoción se refiere a lo que a ti te importa y si me tratas de convencer que es más barato o por el clima, no vamos a llegar a acuerdo, porque estamos hablando de cosas distintas. Lo interesante es que ninguno de los dos es bueno o malo de por sí, pero no van a llegar a acuerdo. Son dos posiciones súper diferentes", explica la sicóloga Paola Ceruti. Ojo: darse cuenta de que se está en niveles distintos nos es fácil.
¿Cariño? Ya habrá otro momento
No es el minuto. No ayuda. No acerca posiciones. De hecho, puede resultar ser más provocador que efectivo. En general, lo que queremos es ganar el gallito o resolver. No demostraciones de afecto que pueden resultar (o ser interpretadas) como forzadas. Además, en este tipo de pelea -que no es terminal- los afectos no están en jaque, aunque hay situaciones en que podrían acercarnos. Como dice Sanford, si nuestra preocupación de fondo es la negligencia de la pareja (una actitud descomprometida e indiferente), una muestra de cariño será bien recibida.
Sobre este punto, las investigaciones de Gottman han concluido que más importante que entrenarse para saber pelear es invertir en la relación cuando no se pelea: divertirse juntos, crear momentos lúdicos. Eso es lo que se llama colchón emocional: "Ese contexto acolchona las peleas, las envuelve. Más que insistir en entrenar en cómo pelear, es mejor entrenarse en cómo compartir un montón de otros momentos", dice Paola Ceruti.
Es que la gestión exitosa de los conflictos está directamente relacionada con cómo se tratan las parejas entre sí. "Un buen 'sistema de amistad' predice que las parejas tienden a ser más suaves en la forma en que se tratan durante el conflicto", complementa Robert Navarra, terapeuta del Instituto Gottman.
A eso hay que sumarle el humor. Para los expertos, es un facilitador y protector de la pareja. Y ojo, es humor, no ironía.
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