¿Qué hacer cuando las emociones nos invaden en el trabajo?
Curso: Autogestión y trabajo con sentido

<b>Profesores:</b> Luz Mundaca/ Sebastián Vidaurre <br><br>Así como aprendemos ciertos patrones de conducta emocional, también podemos desaprenderlos y optar por otros, decidiendo qué comportamiento en concreto adoptar en determinadas circunstancias. <br>




Por cientos de años hemos supeditado las emociones a lo racional; las hemos considerado de segunda categoría y hasta un obstáculo para pensar inteligentemente. Los avances de la neurociencia ponen de manifiesto que la disociación entre lo emotivo y lo racional es una pretensión ignorante, que muchas veces nos ha llevado a vidas laborales dolorosas, en el intento de reprimir y desconocer la experiencia emotiva.

En este camino, nos hemos restringido la posibilidad de desarrollar la competencia emocional, enriquecer nuestras relaciones y tener en cuenta señales de valor incalculable a la hora de tomar decisiones importantes y obtener los resultados que buscamos.

El sistema límbico (relacionado con respuestas emocionales, aprendizaje y memoria) y la corteza cerebral (responsable de la lógica racional), operan como "socios inseparables": ninguno puede hacer bien su trabajo sin el aporte del otro.

Autoevaluando reacciones

Existen consideraciones que debemos tomar en cuenta a la hora de evaluar las reacciones automáticas de nuestro ser.

1. Las emociones, fisiológicamente, son reacciones automáticas frente a un evento externo o estímulo interno y preparan al organismo para una cierta respuesta adaptativa. Por ejemplo, frente a una señal de peligro, el organismo se prepara para la huida. Cuando recordamos una experiencia dolorosa, nuestra fisiología nos dispone a bajar la actividad y ensimismarnos. Cada emoción predispone al organismo hacia un determinado curso de acción, ya que son la energía que predispone al organismo hacia una cierta acción y no otra.

2. Entre el estímulo y la reacción emocional del organismo ocurre un proceso de interpretación que en definitiva conduce hacia cierta emoción. El proceso interpretativo depende de nuestra memoria afectiva, del contexto en el que nos encontremos y del estado de ánimo del momento.

3. La incapacidad de autogestionar las emociones tiene al menos dos caras: una de ellas es actuar desproporcionada o explosivamente y, la otra, es la implosión, que según nuestra jerga popular equivale a "llevar la procesión por dentro". En la explosión, lo más probable es que al cabo de un rato evaluemos que no fue lo más efectivo, que la situación haya empeorado o que experimentemos culpa, con lo cual sobreviene la calma por un tiempo, hasta la siguiente explosión. En la implosión, el efecto más evidente incide sobre la salud. Ninguna de estas respuestas es adaptativa. Ambas requieren tomar conciencia y hacer un trabajo de autogestión.

4. Si bien cada emoción predispone energéticamente hacia un determinado curso de acción, el comportamiento que finalmente se adopte está mediado por la voluntad personal. Si ante un requerimiento que le hemos hecho, un colega grita a viva voz que está "harto" de recibir pedidos de otras áreas, podríamos interpretar que su respuesta es injusta e inadmisible en un equipo de trabajo. Ante este juicio, es posible que sintamos rabia y que nuestro organismo se disponga al ataque, pero el reaccionar con un grito aún más fuerte o invitarlo a conversar una vez que esté más calmado, son dos comportamientos muy distintos, con consecuencias también distintas y que tenemos la posibilidad de elegir.

Distinguimos entre la respuesta fisiológica y el comportamiento. La primera acontece, no tenemos posibilidad de controlarla, lo que sí podemos decidir es qué comportamiento en concreto adoptar. Cuando la emoción nos inunda, este mecanismo de elección se hace mucho más difícil. Una herramienta concreta es llevar nuestra atención a la respiración y hacer el ejercicio de inspirar y exhalar pausada y profundamente, hasta disminuir la descarga emotiva. Recién ahí, podemos evaluar qué comportamiento sería el más efectivo, dado el contexto y los resultados que queremos alcanzar.

5. Entre las emociones y el cuerpo, se genera una relación de interdependencia y de causalidad circular. Esto significa que el cuerpo se modifica con cada emoción, pero que también la emoción puede cambiar, modificando el cuerpo. La respiración y el grado de tensión muscular en el miedo o la rabia son muy distintos en la confianza o el gozo.

Un ejercicio muy simple y que tenemos todos a la mano es la respiración y relajación conscientes. Por ejemplo, en un estado de alta ansiedad y en el que necesitamos calma, respirar conscientemente haciendo la inspiración y la exhalación profunda y pausada, acompañada de un "chequeo" de la tensión muscular en cada parte del cuerpo, después de unos minutos, hará cambiar nuestra energía emocional hacia un estado de mayor tranquilidad. Especialmente importante, además de la respiración, es relajar intencionalmente la mandíbula, cuello, hombros y zona baja del abdomen.

¿Cuál es la importancia de la interpretación que hacemos de nuestro entorno y el significado que asignamos?

La interdependencia entre emociones y corporalidad también opera entre emociones y pensamientos. Los seres humanos vivimos interpretándolo todo y asignando significado a cada experiencia. Según los pensamientos recurrentes que nos acompañen, se instalarán ciertas emociones consecuentes con dichos pensamientos o juicios. 

Una persona que vive en el juicio de que su trabajo es valioso, que tiene sentido porque calza con su vocación, estará emocionalmente predispuesta a dar lo mejor de sí, a resolver los obstáculos, a tomar iniciativa y a proponer ideas para mejorar. Al contrario, alguien que vive en la interpretación de que lo que hace es monótono, que no tiene impacto en los resultados de la empresa, y que juzga que su trabajo no es reconocido, probablemente experimente apatía y desgano.

Es clave prestar atención a los pensamientos automáticos y recurrentes que nos acompañan. Y al hacerlo, evaluar si tenemos fundamentos o evidencias para sostenerlos. Al hacer este ejercicio, es probable que nos percatemos que varios de esos pensamientos que alguna vez fueron fundados, hoy ya no lo son o que los tomamos prestados de experiencias ajenas de observadores del mundo distintos de nosotros mismos, como padres, profesores, amigos o jefes, y que nunca hemos revisado.

Este ejercicio de revisar los juicios automáticos o rectores acerca del mundo, de mis relaciones y de mí mismo, abre una valiosa oportunidad de cambiar los estados de ánimo y, con ello, cambiar la disposición a la acción y sus resultados.

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