Toque de queda en Requínoa por la llegada de la Roja
La obsesión de Jorge Sampaoli por el hermetismo preside a la Selección en su primer día de concentración en la sexta región.
Alexis está en la entrada del único acceso hacia el Monasterio Celeste. No es el delantero de Arsenal, claro. Tiene 10 años, conoce al detalle a cada figura de la Roja y sabe que el tocopillano, su ídolo, no participará en el acondicionamiento antes de la Copa América. Pero, igualmente, se decepciona. Apenas pudo ver pasar el bus que condujo al plantel desde Pinto Durán hasta el recinto de O'Higgins. Como los demás hinchas, que tampoco son muchos, tuvo que conformarse con quedar a varios metros de la puerta del recinto.
Un cerco policial ahuyenta a cualquiera que aspire a acercarse al búnker del equipo nacional. Una serie de barreras papales marca el límite. Están a unos quinientos metros de la puerta principal, según informa uno de los oficiales de Carabineros que están a cargo de la guardia. Es imposible traspasarla si no se demuestra que el interesado forma parte del staff que colabora con la escuadra de Sampaoli. Para acreditarlo, hay que exhibir la credencial respectiva que confirma la relación con la ANFP. Sólo por la tarde, cuando se autoriza el registro de la primera parte del entrenamiento, los medios pueden entrar. Los quince minutos que suele conceder el cuerpo técnico, y que coinciden con la etapa de calentamiento, se cumplen religiosamente.
La medida fue solicitada por la ANFP. El 11 de mayo, el jefe de Seguridad del organismo, Luis Urzúa, envió un oficio a la municipalidad local para pedir el cierre de la calle de servicio que conduce al Monasterio. El alcalde, Antonio Silva, acogió la solicitud y la oficializó a través del decreto alcaldicio número 1.423, del 20 de mayo. La restricción se programó entre los días 24 y 30 del mes en curso. El carabinero porta el documento durante el control. Lo enseña, pero no lo deja fotografiar.
Hay más. Hace una semana se realizó el empadronamiento de los residentes del sector y de los trabajadores que prestan servicios en los fundos colindantes. El trámite lo realizó Carabineros. El blindaje que exigió Sampaoli, la enfermedad que confesó le consume ("es un tema de desconfianza, estoy todo el tiempo viendo quién me va a descubrir; se ha vuelto sinceramente, una obsesión"), logra sortear incluso hasta los derechos más habituales de los ciudadanos. El DT sólo puede trabajar 13 futbolistas, pero no cede. Top secret.
El enojo de los hinchas
Y el plan antiespías lo sufren también los hinchas. Eduard lleva a su hijo, de unos cinco años, con la ilusión de que conozca a los futbolistas. El niño está extremadamente abrigado, es hincha de la U y dice que está ahí para conocer a Johnny Herrera, su ídolo. Pero, rápidamente, pierde la esperanza. Los cinco efectivos uniformados que están de punto fijo, y que además cuentan con un retén móvil como respaldo por si necesitan detener a alguien, les dan la señal de que sólo puede llegar hasta esa suerte de check point. El contingente es esporádicamente reforzado por motoristas, que se encargan de que el tránsito de los vehículos autorizados sea expedito. El trato es cordial, pero estricto.
"Uno se sacrifica por las ganas de estar cerca de los jugadores. Es primera vez que vienen a Requínoa y, para nosotros, es una ocasión especial, histórica. Nunca vamos a estar más cerca de ellos. Pero no nos dejan verlos. Sampaoli exagera. Nosotros no les vamos a causar molestias. Y tampoco les vamos a entregar información a los rivales", dice el fanático, quien junto a su pequeño hijo y un amigo llegaron a la única vía hacia el Monasterio cerca de las nueve de la mañana, cuando la temperatura recién se acercaba a los cinco grados.
Otros, como Roberto, un cincuentón que llega en bicicleta, son más radicales: "No vengo más. Sampaoli no ha inventado nada como para que se esconda tanto. Le está poniendo mucho color". Y abandona el lugar lanzando insultos y haciendo un par de gestos a quien quiera mirarlo.
Acuerdo con parceleros
El recelo es tal que, en el interior del recinto, sólo circula personal que trabaja permanentemente junto a la Selección. Los colaboradores que O'Higgins, el anfitrión, mantiene trabajando en el complejo fueron autorizados para tomar vacaciones. Cualquier extraño es concebido como un potencial informante.
También se acordó con los parceleros colindantes que se impidiera el acceso a cualquier extraño que pudiera captar imágenes de los entrenamientos que se desarrollarán en el lugar. La adhesión al pacto parece, a primera impresión, total. "Usted sabe cómo se resuelve el ingreso de intrusos a una parcela en el campo", dice un lugareño, en una recomendación que intimida, pero que intenta hacer pasar como una broma. La advertencia rige para periodistas, fotógrafos y camarógrafos. Y, con mayor razón, para quienes puedan entregarle algún dato a los cuerpos técnicos de los rivales.
La alusión apunta a que el invasor puede sufrir ataques de perros adiestrados o, simplemente, algún balazo que quedará en el completo anonimato. Lo claro es que el búnker de la Roja, para todos, parece inviolable.
Aún así, el Monasterio Celeste no sufrió transformaciones sustanciales. De hecho, pese a que se evaluó, ni siquiera se levantaron las rejas perimetrales del recinto. La Roja está casi vacía, pero igual se encierra.
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