Un tanque extraviado
Ausente dentro de la cancha y hermético fuera de ella. Necesario en la intimidad del camarín, pero cuestionado por los hinchas y prescindible en el rectángulo de juego. Santiago Silva, el rostro impasible de la desolación.
Tras 205 días sin noticias de Silva, es lógico que hasta al hincha más estoico se le acabe agotando la paciencia. Y está sucediendo. Porque el veterano delantero uruguayo, que en diciembre cumplirá 37 años, fue reclutado por la UC con una misión: hacer goles. Y lleva apenas cinco. Cinco en 22 partidos oficiales. Cinco en más de seis meses. Uno cada cuatro partidos y ni siquiera eso. Un 0,23 de promedio.
Es miércoles en San Carlos y la UC, que no conoce aún la victoria en el Transición, está cayendo por la cuenta mínima ante Rangers en la vuelta de dieciseisavos de la Copa Chile. Silva es suplente por primera vez este semestre. Se trata del artillero estrella del equipo, que llegó a la precordillera con la vitola de líder natural, de goleador implacable y empedernido. Pero no es del todo nuevo para él, que supo hacer de la paciencia virtud otras veces.
Nacido el 9 de diciembre de 1980 en el barrio Fraternidad de Montevideo, en el seno de una familia de clase media -sin grandes apuros, pero también sin excesivos desahogos-, el delantero, hijo de un esforzado cerrajero, fue construyendo su dilatada carrera peldaño a peldaño. Vistió, en sus inicios en Uruguay, las camisetas de Central Español, River Plate, Defensor Sporting y Nacional, pero le tocó después deambular por la Segunda alemana, figurar en la nómina de clubes portugueses de segunda fila y tragarse campeonatos enteros desde la banca en Brasil e Italia antes de hacerse un nombre como goleador en Argentina. Fue allí, tarde, pero a tiempo, donde llegó su consagración. "De su rendimiento deportivo poco se puede decir. El club fue campeón una sola vez en sus más de 100 años de historia, y Santiago fue el goleador de ese torneo. Imagínese, el recuerdo no puede ser mejor". El que habla es Alejandro Grigera, vicepresidente de Banfield, el equipo al que el Tanque guió hacia su único título de liga hace hoy ocho años, en el Apertura 2009.
En San Carlos se han consumido ya 34 minutos cuando Mario Salas ordena a todos los integrantes de la banca que comiencen a realizar trabajo precompetitivo. Ataviado con un gorro azul de lana y sin perder detalle de lo que sucede en la cancha, Silva comienza a ejercitarse. Dos minutos más tarde, Espinosa logra el empate para la UC y el delantero lo celebra con rabia. Poco después, es Buonanotte -uno de sus grandes confidentes- el que hace el segundo. Y el Tanque alza sus largos brazos desde la distancia para felicitarlo, en un gesto cargado de complicidad.
No es fácil ver sonreír a Santiago Silva. Tampoco llegar a descifrarlo por completo. Pero su apariencia tosca, en ocasiones casi aterradora -dicen- no es más que una fachada, un disfraz. "Es muy espontáneo, pero en su estado de ánimo influye mucho su rendimiento deportivo. Acá en Argentina le decían el Loco Silva y se hablaba siempre de él como un loco lindo, porque llevó una vida muy reservada, no se lo veía en discotecas ni le gustaba demasiado la joda, por así decirlo", desclasifican desde el entorno de Boca Juniors, el club de mayor alcurnia de los 16 que ha defendido hasta la fecha.
La segunda mitad arranca en el feudo de Las Condes con todos los suplentes cruzados calentando junto a la línea de cal. La UC ya tiene el pase a octavos en el bolsillo, pero la única calva que se vislumbra sobre el terreno sigue siendo la del juez, César Deischler. En el minuto 72, llega el turno de Silva. Lo reciben con pifias. "Puta, vamos a perder", vocifera, en tono irónico, un hincha cruzado. El ariete arranca con ganas, pero el partido está decidido (3-1) y el equipo no busca ya con la misma intensidad el arco contrario.
En Lanús, el clásico rival de Banfield en el sur del Gran Buenos Aires, también conocen a Santiago Silva. Allí se proclamó campeón de la Copa Sudamericana en 2013, y de allí se marchó después rodeado de polémica, tras ser apartado del equipo y negarse más tarde a sentarse en la banca. Lo describen de la siguiente manera: "Es un jugador muy cerrado, de pocas palabras. Un tipo reservado, medio particular, con un carácter muy especial. Se le nota a veces enojado y uno no sabe cómo entrarle, pero al final es un tipo normal".
Pero al tipo normal no están terminando de salirle las cosas en la lluviosa noche precordillerana. Y los pitos dan paso a las risas malévolas en la tribuna cuando una descoordinación suya en una acción con Jeisson dilapida un contragolpe. Con la mirada gacha, el delantero comienza a desesperarse. Su cuerpo, por pura inercia, continúa buscando el desmarque, pero su mente parece estar pidiendo a gritos que se acabe el suplicio. La noche empieza a tornarse gélida y el Tanque es ya un gigante que no asusta. Sus compañeros, sin embargo, siguen buscándolo, incluso sin ser la mejor opción. Pero no hay manera.
Cuentan sus allegados que el uruguayo es un jugador "muy chapado a la antigua, muy familiar y muy directo". Los propios trabajadores de la UC destacan, por encima de todo, su humildad, "pese al cartel que tiene". "Es una persona amable, deferente, que le ha venido bien íntimamente al camarín, porque es muy querido. Es un hombre culto y con una atención preferente con la gente más humilde", explican. Pero reconocen que, en los últimos tiempos, un rictus de frustración recorre su imperturbable rostro.
En la cancha, su desesperación a medida que el cronómetro avanza, es evidente. Pero el ariete no lo paga con sus compañeros. En la última acción, con la UC ya clasificada, Silva baja a defender un córner. Y tras el pitazo final es el primero en solicitar a sus compañeros que se agrupen para saludar desde el círculo central. Los felicita uno a uno antes de marcharse, pero cuando está a punto de perderse por el túnel de camarines, una última consigna intimidatoria lo devuelve a la cruda realidad. Proviene de la tribuna: "Haz goles, pelao hueón. Esto es Católica". En la zona mixta rehúsa hacer declaraciones. Otra noche más no ha sido su noche.
"Santiago es así, es su carácter. Si está bien, está bien, y si algo no le gusta, lo hace saber. Siempre fue así. No es un jugador vendehumo que vaya a llamar a la prensa cuando las cosas le vayan bien. Él no anda con vueltas", concluye Alejandro Grigera. Esta tarde, ante Everton, el Tanque impasible, el hijo del cerrajero, volverá a ver el partido desde la banca.
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