Volver al futuro
En Corea del Sur se trabaja duro para adelantar a Estados Unidos y Japón en el negocio del futuro: la robótica. Para eso, 250 investigadores no se detienen en el instituto Kitech, el principal centro de alta tecnología del país. Un paseo por sus instalaciones es aterrador y alucinante en partes iguales.
Cuatro años atrás, el doctor Shon Woong-Hee soñó con un perro que se transformaba en una araña gigante. Al despertar, el ingeniero coreano se abalanzó eufórico sobre su cuaderno de notas y dibujó por media hora. Camino a la ducha, sonrió triunfal. Había resuelto el problema que lo tuvo intranquilo el último mes. Ahora sabía exactamente cómo debía funcionar la que se convertiría en una de sus más conocidas creaciones para Kitech, el principal y más importante instituto de alta tecnología de Corea del Sur y al cual, hace una década, el gobierno le encomendó en exclusiva diseñar los nuevos habitantes de la tierra: robots.
El doctor Shon luce ahora animado. Deja su escritorio cercado por tres pantallas de computador y me lleva a dar una vuelta por las instalaciones donde se cuece el futuro de una industria en la que Corea está obsesionada. Hoy ver robots que anuncian bebidas energizantes o zapatillas es algo común en la televisión coreana. Frente a las tiendas de celulares en las calles de Seúl o Busan, robots invitan a pasar al transeúnte.
"Nuestro país ya hizo lo que tenía que hacer en cuestión de carros, televisores y teléfonos, artefactos por los que Corea es reconocido en las cuatro esquinas del mundo por su manufactura", dice Woong-Hee. La industria robótica es ahora su as bajo la manga para las próximas décadas. La intención del gobierno es ponerse muy rápido a la delantera de Estados Unidos y Japón, los otros dos grandes apostadores en este campo. En el 2020, calculan, habrá un robot en cada casa y dirá "Hecho en Corea".
En estos años, Shon dejó de ser un simple investigador con ideas tan extrañas como atinadas y hoy es el subdirector de Kitech. Tiene a su cargo 250 investigadores, que trabajan en los laboratorios del instituto ubicado en la ciudad de Ansan, a 40 kilómetros de Seúl.
Shon camina enérgico por el edificio de cristal que se levanta frente a un gran lago, un complejo de largos corredores, mitad universidad de vanguardia, mitad hospital impoluto. Abre puertas sin necesidad de anunciarse y apenas saluda, no por falta de cortesía, más bien parece impaciente por mostrar la revolucionaria criatura que entrevió hace cuatros años en su sueño. Con los brazos cruzados, se queda contemplando de lejos a un cuadrúpedo de metal, tan grande como un ternero y con articulaciones de arácnido. Se llama JinPung, palabra compuesta por las primeras sílabas de dos razas de perros coreanos.
JinPung es un robot de reconocimiento que será usado pronto por la industria militar. Puede recorrer zonas de difícil acceso, trepar riscos, descender por valles, cruzar hondonadas. No está de más recordar que Corea del Sur firmó hace casi 60 años un armisticio con Corea del Norte. Hoy no hay disparos, pero técnicamente la guerra entre los dos países continúa y la parte norte de la península es casi toda montañosa. En caso de que las cosas se pongan de nuevo difíciles, JinPung sería extremadamente útil.
En todo caso, no habrá que esperar mucho para que se sumen los robots a las filas del Ejército de Corea del Sur. En julio de 2010, una agencia de noticias surcoreana anunció la incorporación de dos robots centinelas con detectores de calor y movimiento en la zona conocida como DMZ: la franja militarizada que divide a la península en dos. Es una manera de decirle a su contraparte que los bajos índices de natalidad del país no afectarán la incorporación de soldados dispuestos a pelear si la guerra estalla en un futuro.
El doctor Shon prefiere no hablar mucho del asunto bélico, pero al salir de laboratorio es imposible no preguntarle por el letrero que dice Super Soldier Robot. Está sobre un maniquí. Sus brazos y piernas están recubiertas por un exoesqueleto negro. "Ello le permitiría al usuario cuadruplicar su fuerza. En lugar de alzar 10 kilos, podría levantar 40. Algo así como Ironman", dice y cierra despacio, como si se tratara de la puerta de una bóveda bancaria. En realidad lo es. Para dejar atrás a Estados Unidos y a Japón en la batalla por el mercado de los robots, el gobierno coreano le asignó a Kitech para el próximo año un presupuesto de mil millones de dólares.
LA NUEVA ERA
Shon camina haciendo rechinar sus impecables zapatos hasta la sala donde se construyó la joya de la corona: EveR-1 (por Eva y Robot), que fue presentada al mundo en 2003.
Antes de entrar, baja la voz para obtener la máxima atención. Explica las diferencias entre humanoide y androide. Los primeros están inspirados en la forma humana -cabeza, tronco, extremidades- y se construyen para prestar servicios como lavar la ropa en casa, limpiar pisos, hacer la comida y acompañar a los enfermos al baño. También para dar clases. El año pasado, 36 humanoides fueron enviados a los colegios de la ciudad de Daegu, al suroeste del país, para enseñarle inglés a los niños de primaria. Los estudiantes se relacionaron en poco tiempo con sus profesores de metal y se disparó su interés por aprender el segundo idioma del país.
EveR-1, por el contrario, es un androide, un robot con total apariencia humana, con una cara que puede reproducir las emociones básicas de una persona (la segunda versión, Eve-R2, logró captar una expresión de aburrimiento genuino, un logro inmenso según sus creadores) y está diseñado para la interacción con los humanos, como por ejemplo, servir de guía en un museo o en una multitienda. En el 2009, el androide creado por Kitech participó en una obra de teatro en Seúl, donde los asistentes lo oyeron entonar un complicado pasaje de un Pansori (canto épico tradicional coreano que puede durar hasta nueve horas). Ese mismo año abrió un desfile de modas.
"Ahora estamos trabajando en su descendencia", dice Shon y cruza otra puerta.
En la habitación, un cruce entre un garaje de reparación de autos de lujo -sin la grasa y los overoles manchados-, un taller de un modisto y una sofisticada clínica de juguetes, hay un estante con pelucas, un torso de hierro y piernas de silicona, una cajita con ojos de vidrio, martillos de formas extrañas, tornillos, alfileres, teclados, cámaras, un río de cables conectados a un computador y la cabeza de una mujer calva sobre un armazón de metal. ¿Por qué tiene apariencia femenina? La respuesta no tiene una carga políticamente correcta. Es simple y no pertenece a la guerra de los sexos, sino a la la tecnológica. "Los japoneses crearon un androide con forma masculina", dice Shon.
La cara de la nueva Eva mira hacia una ventana con unas pesadas cortinas corridas. Sus dientes están ligeramente manchados de lápiz labial. Puede ser un error involuntario del que pintó su boca, en todo caso la hace ver aún más real. Eve-R3 y sus antecesoras están fabricadas en una silicona gelatinosa aterradoramente parecida a la piel humana. Es hermosa en términos simétricos: nariz recta, ojos negros, brillantes, claramente asiáticos, pero en todo caso grandes, cejas arqueadas y gruesas como de bailarina flamenca, labios pequeños pero carnosos.
El rostro de la primera Eva fue una combinación de dos caras de actrices coreanas muy populares y el torso de una cantante. Nunca se supo el nombre de ninguna de las tres. La cara de la nueva Eva también está basada en una persona real. Por supuesto Shon no revela la identidad, pero deja en claro que la modelo obtuvo su compensación económica por prestar sus facciones para esta androide de belleza imperecedera. Un androide del que en unos años alguien se podría enamorar, como lo predijo el experto en inteligencia artificial David Levy en su libro Love and Sex with Robots (2007). Para Levy es inevitable que esto suceda. En el 2025, los veinteañeros habrán crecido rodeados de dispositivos electrónicos y no es un locura afirmar que algunos individuos se relacionarán más fácilmente con una máquina que con otra persona. Los hombres a lo mejor querrán casarse con alguien -algo- como Roxxxy, una robot de servicios sexuales presentada el año pasado en una feria de entretenimiento para adultos en Las Vegas.
El doctor Shon asegura que Corea del Sur no está interesada en desarrollar este tipo de robots, pero tiene en mente la cantidad de abismos éticos y morales a los que nos enfrentaremos con la llegada de los nuevos habitantes. Previendo eso, el gobierno redactó en 2008 un código de ética para tratar a los robots inspirado en el cuento Rounaround (1942) del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov. Entre otras cosas, el código establece que los robots deben siempre obedecer a sus creadores, que los deben hacer en materiales reciclables para que no terminen en basureros de desperdicios tecnológicos como los que hay en Ghana y que los usuarios no pueden reprogramar a sus robots para hacer algo diferente para lo que fueron fabricados.
El doctor Shon deja un antebrazo de silicona sobre una mesa, se despide de dos jóvenes investigadores y regresa a su oficina, donde su secretaria le tiene lista una taza de té de maíz. Trabaja en una ponencia que presentará en Chile en diciembre, en un congreso sobre robots y medicina. La androide Eve-R3 se queda mirando hacia la ventana de cortinas cerradas como esperando a que se abran. Cuando esté lista, la primera cosa que verá fuera de Kitech será un lago con patos.
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