Werner Herzog, el cineasta de los extremos, filmará en Bolivia un relato de ciencia ficción

El prestigioso director alemán, autor de películas como Aguirre, la cólera de Dios y Fitzcarraldo, se encuentra en La Paz.




Con 72 años, Werner Herzog imagina su muerte en la cima de una montaña, acompañado de música y una puesta de sol. También en las profundidades de la selva, recostado en una hamaca, donde el último sonido que oiga sea el canto de los pájaros. "Mi alma pertenece a la selva", dice el cineasta alemán ante un auditorio de casi 500 personas en La Paz.

Pese a que no le interesa mucho, imagina su muerte en una de esas locaciones extremas donde se puso a prueba a sí mismo y a sus actores, quienes sudaron cada gota que se verá en pantalla. Enemigo de los efectos especiales, el director de célebres films como Aguirre, la Cólera de Dios, Fitzcarraldo y Grizzly Man, está en Bolivia para rodar Sal y Fuego, una trama de ciencia ficción de corte ecologista que se filmará en otro paisaje extremo: el salar de Uyuni, un desierto de 10 mil kilómetros cuadrados que sobrecoge por su inmensidad y misterio.

"El salar, para mí, no pertenece a Bolivia ni a nuestro planeta, es algo extraterrestre, es ciencia ficción, algo de las neblinas de Andrómeda, es un sitio lleno de sueños y fiebre, como la selva", relata inspirado. La cinta también se rodará en áreas rurales de Santa Cruz y sitios patrimoniales de Bolivia. Herzog se excusa de dar más detalles, pues aún está haciendo cambios al guión. Sin embargo, ante una pregunta de La Tercera, comenta que será un largometraje en que  pondrá toda su alma para no decepcionar al público. Respecto a la trama, ha dicho que se centra en una científica (encarnada por la actriz alemana Verónica Ferres) quien se confronta con los intereses de una empresa en defensa del medioambiente, ante una catástrofe volcánica global.

La temática ecológica ha atraído al Gobierno boliviano. El ministro de Culturas, Marko Machicao, ha colaborado para que el rodaje sea un éxito, pues "contribuye a la visibilización del país", dice. Comenta además que unas 200 personas se movilizarán para la filmación, aunque se niega a revelar fechas y locaciones exactas. La colaboración incluye filmar en sitios patrimoniales, la facilitación de trámites aduaneros y de visado, y la dotación de un grupo de policías, quienes se baten a duelo por ser uno de los extras que llenarán la pantalla.

Pese a los preparativos, las visitas oficiales, los ajustes al guión e interminables lecturas, Herzog se ha dado tiempo para hablar y oír a sus admiradores en dos charlas magistrales en Santa Cruz y La Paz. Auditorios repletos de cineastas, escritores y pintores de Bolivia, Perú, Chile y Argentina donde no faltó el fanático que le declaró su amor, agradeciéndole incluso estar vivo. Es un joven peruano que toma el micrófono y hace la mayor declaración de amor que Herzog haya oído jamás: "Muchas gracias por existir, sigue vivo, y juro que el día que estés muriendo, voy a caminar y hacer temblar la tierra para que sigas viviendo", le grita. El cineasta se sonroja, pues el homenaje rememora un episodio extremo en su vida: caminar como un acto de fe. En 1974, tras saber que su mentora, Lotte Eisner, estaba a punto de morir en París, viajó de Alemania a Francia para decirle que no podía irse aún, pues le haría mucha falta al cine alemán. Pero no tomó un avión, un tren ni un autobús, sino que caminó en línea recta y en pleno invierno europeo hasta ella. Y no se fue. Vivió ocho años más. Ya en Alemania, y muy enferma, Lotte le pidió a Herzog que le quitara el encanto para poder marcharse. Herzog le dijo: "Lotte, ahora sería bueno que usted muera". Ocho días después dejó de existir. El auditorio que asistió al cine 6 de Agosto en La Paz escucha con asombro su relato.

Caminar, para él, es descubrir el mundo. Por eso, "sería muy difícil perder una pierna, un fracaso más grande que perder un ojo". Solo así dejaría de rodar. Por eso recomienda a quienes quieran ser cineastas, caminar mucho; pero, sobre todo, leer sin pausa. Pese a ser un cineasta, Herzog confiesa que solo ve tres o cuatro películas al año. En cambio, lee todos los días. Entre sus autores favoritos cita a Virgilio, Friedrich Hölderlin, Joseph Conrad y Hemingway. "La gente que no lee, jamás se convertirá en grandes cineastas. Hay que leer, leer y leer", dice. Herzog, en un español estructurado aunque con marcado acento alemán, responde cada pregunta, aunque cada vez más escueto. Acepta regalos, más preguntas, pero no quejas. Por el contrario, se pone a sí mismo como ejemplo recordando que, en sus inicios, trabajaba por las noches como mecánico para ganar dinero y hacer cine. Aún así, tras 10 años nadie quería ver sus películas. A quienes tienen muchos sueños y poco dinero, les dice que hoy se puede hacer cine sin recursos, que ni siquiera hace falta ir a una escuela. Por el contrario, cree que la academia perjudica. "Deben mantener la dignidad de su cultura, no hacer cine boliviano al estilo hollywoodense".

Extremos son sus paisajes, extrema es su vida. También sus personajes y actores, entre ellos "el loco", "la bestia", "la pestilencia": Klaus Kinski, el mismo que protagonizó cinco films suyos y al que Herzog dedicó el documental Mi enemigo íntimo. El actor amenazaba con abandonar las filmaciones una y otra vez, hasta que tuvo que retenerlo prometiéndole escopetazos. Así logró "domesticarlo". Herzog reconoce que toma riesgos en sus filmaciones porque todo lo que se ve en sus películas realmente sucede, como la explosión de un volcán o la furia de un río. Pero no solo hay riesgos físicos, sino también mentales. "He trabajado con actores bajo hipnosis, actores enanos, con Bruno S (padecía de problemas psiquiátricos), con hombres condenados a muerte y, claro, con Klaus Kinski", dice entre risitas, "intento mirar el abismo del alma humana en las profundidades".

Tras hora y media, Herzog cierra su presentación en La Paz, dejando un desierto de interrogantes respecto a su nueva película. Habrá que esperar para ver qué tan extremos son los riesgos que tomará en los silencios del salar de Uyuni. Dicen que desde el Apolo, Neil Amstrong quedó enamorado de ese gigantesco desierto blanco, un paisaje único situado a una altitud de 3.650 metros sobre el nivel del mar, de temperaturas bajo cero, pero también de una luminosidad que, incluso, puede enceguecer.

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