Columna de Álvaro Pezoa: ¿Para qué gobernar?
Cuando las distintas fuerzas políticas sacan cuentas electorales sobre sus probabilidades de mantenerse o acceder al poder, bien vale la pena preguntarles ¿para qué desean detentarlo?, ¿para qué quieren gobernar?, ¿qué Chile esperan encaminar en un horizonte de 30, 40 o 50 años o más? Este cuestionamiento no es ocioso, pues el cortoplacismo político, centrado en la pura contingencia y la reyerta pequeña, ha terminado por dejar al país sin propuestas de largo plazo, esto es, sin un proyecto nacional.
La realidad muestra que Chile atraviesa una situación sumamente adversa, caracterizada por crisis en diversos ámbitos de la vida social: creciente inseguridad y violencia criminal; pronunciada caída de la natalidad e inmigración descontrolada; economía estancada y con baja competitividad; bajos niveles educacionales y problemas graves en el sistema escolar; aparato público sobredimensionado; demandas sociales en salud y pensiones largamente sin resolver; déficit de viviendas, por mencionar las principales. Más complejo todavía, el país está enfrentado a una crisis moral que incluye el debilitamiento de la familia, la pérdida del respeto por la autoridad, el deterioro de la amistad cívica y el incremento de la corrupción.
El panorama señalado plantea la exigencia de afrontar tareas cruciales ineludibles, que por su propia descripción parecieran ser obvias. No obstante, se advierte la ausencia de una visión integral y estratégica de largo aliento, que haya pensado sobre el futuro del país más allá del periodo presidencial inmediatamente próximo. En este sentido, Chile parece ir al garete, sorteando olas e incluso tempestades, pero sin un norte claro de navegación.
Es cierto que urge efectuar modificaciones al sistema electoral, que fracciona la representación política hasta el punto de hacer cuasi ingobernable la República. También es verdad que, actualmente, la labor prioritaria de las autoridades de los tres poderes del Estado debiera concentrarse en proveer estándares mínimos de seguridad que posibiliten la dedicación a perseguir otros objetivos comunes. Combatir el crimen organizado es hoy -y será por años- imperioso, pero no agota el elenco de desafíos por resolver para encauzar a Chile a estadios superiores de desarrollo y bienestar.
La magnitud del reto obliga a revisar los diagnósticos existentes respecto a la situación de la nación, cómo se ha llegado a ella y cuáles son los caminos factibles de tránsito a una condición mejor. Particularmente relevante es comprender las carencias, los sentimientos y los legítimos anhelos de la población, en especial los que anidan en la extensa clase media que configura la sociedad chilena del presente.
Casi con seguridad, romper la inercia existente requerirá de liderazgos convocantes, la construcción de mayorías sociales y lograr acuerdos de Estado amplios en materias fundamentales.
Se trata de desafíos inmensos, que requieren rectitud de intención y magnanimidad. Es tiempo de encararlos.
Por Álvaro Pezoa, director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, Universidad de Los Ande