Columna de Ascanio Cavallo: Cometas

Republicanos

Pocas veces se consigue asiento para un espectáculo como el de estos días: los tres poderes del Estado entreverados en un proceso autodestructivo que se ve sólo en años excepcionales, los años de los cometas.



Esta ha sido una semana de asombro, aunque de esos asombros que sólo algunos alcanzan a ver, porque muchos otros, de seguro la mayoría, están preocupados de urgencias menos abstractas. Pocas veces se consigue asiento para un espectáculo como el de estos días: los tres poderes del Estado entreverados en un proceso autodestructivo que se ve sólo en años excepcionales, los años de los cometas.

El miércoles, los diputados reactivaron su proverbial gusto por las acusaciones constitucionales, una inclinación que en ciertos casos tiene un aire vicioso y, a lo menos desde la caída de la entonces ministra de Educación Yasna Provoste, crea una sensación de zozobra entre los acusados, que pasan a depender de algún voto oportunista -como ocurrió en aquel caso- que puede sellar su inhabilitación ciudadana por un lustro.

La acusación conjunta contra los ministros de la Suprema Ángela Vivanco y Sergio Muñoz tuvo desde el comienzo ese aire vicioso: se realizaba a pesar de que la Corte tenía abierto un cuaderno de remoción contra Vivanco y se había anunciado que otros casos serían sometidos a su Comisión de Ética. La Cámara no quería aceptar la competencia de ese otro poder del Estado; quería actuar, para decirlo de otro modo, con el árbitro supremo de la probidad en el país.

La sesión fue caótica y abiertamente incivil. Muy pocos diputados escucharon a los abogados defensores, hubo una continua circulación de diálogos en voz alta y los celulares nunca cesaron de funcionar. Los abogados tuvieron que batallar tanto contra el desinterés como contra el ruido. Cabe imaginar que en ese momento ya sabrían que habían perdido la batalla. Y así fue: la acusación fue aprobada y la suerte de los dos jueces fue transferida a los peligrosos brazos del Senado…

El jueves fue doble turno. El pleno de la Corte Suprema sesionó a puertas abiertas para decidir lo que haría con la ministra Vivanco tras el cierre del cuaderno de remoción. Esta sesión sí que fue seria, mortalmente seria, silenciosa y argumentada. Y “por unanimidad” la Corte decidió sancionar a la ministra con la expulsión, un castigo mucho más duro del que podría propinar el Congreso.

Los rifirrafes previos a esta reunión indican a las claras que en la Corte se desarrollaba desde bastante antes una conflagración en torno a la ministra y que el clima a su alrededor estaba muy envenenado. Y que estaba sola, porque hasta quien había sido uno de sus principales aliados, el mismo juez Muñoz -con quien votaba a menudo en la Tercera Sala-, ya había tomado una distancia sanitaria.

Esto no es trivial. Si la ministra Vivanco ya perdió su cargo, ¿seguirá el Senado con la acusación? No sería inédito: el ministro Andrés Chadwick había dejado el Ministerio del Interior cuando fue acusado e inhabilitado por el Congreso. Después de todo, el Parlamento tiene la facultad de entablar una acusación hasta seis meses después de que un alto funcionario ha dejado su cargo. Y si no es así, ¿quedará solo el caso del juez Muñoz? Dado que ambos fueron encuadrados dentro de un empate político, ¿se descuadró ese marco? ¿Le conviene o no esta nueva situación al juez Muñoz?

Mientras la Corte defenestraba a Ángela Vivanco, la Cámara sesionaba para votar ahora la acusación constitucional contra la ministra Carolina Tohá, con lo cual entraba en la liza el tercer poder, el Ejecutivo, en un libelo inoportuno, desestibado y hasta contraproducente, con el que el Partido Republicano quiso poner detrás de sí a toda la oposición. Por supuesto, no lo logró, y la acusación se derrumbó sin pasar la primera valla.

De todo el carrusel de libelos presentados esta semana, este era por lejos el más débil, no tanto por su consistencia jurídica relativa, sino por la improbabilidad a priori de que consiguiera una mayoría de votos. La acusación sugiere dos cosas: obviamente, que el Partido Republicano está tratando de empujar a Chile Vamos y a otros grupos opositores a su propia línea de confrontación “en todos los frentes” con el gobierno; y, lo que es menos obvio, que su estrategia está más inspirada en la ultraderecha centroeuropea que en su propio proyecto original, considerablemente más moderado, que representaba únicamente el enojo de José Antonio Kast con los derrapes de la UDI en la década del 2010.

¿Cuál es la diferencia? Los partidos y candidatos que se imponen en Austria, Holanda, parte de Alemania, Polonia, Hungría, lo hacen mediante un modelo de polarización que busca paralizar a sus adversarios con planteamientos que dejan a la democracia tiritando. Se trata, a la vez, de infundir miedo y de simplificar al máximo los problemas sociales y ofrecer soluciones que cumplen con el sentido común, aunque no cumplan con la ley. Más o menos lo mismo que venía haciendo, desde los últimos años del siglo XX, la ultraizquierda.

El Partido Republicano está en una cornisa. Si en las elecciones municipales obtiene un buen resultado -digamos: una clara superioridad sobre Chile Vamos-, cambiarán no sólo el mapa electoral del país, sino el estilo de relación entre los partidos políticos de todo el espectro. Si el resultado es malo, en cambio, probablemente habrá iniciado su tránsito hacia otro rincón del espacio, igual que los cometas.

No se podría decir que haya sido una semana ejemplar para las instituciones.

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