Columna de Ascanio Cavallo: El PC pisa Siria
El Partido Comunista chileno tiene una larga tradición internacionalista, lo que explica por qué procura tener opinión en materias donde otros partidos se mantienen al margen. Por muchos años, esa tradición estuvo alumbrada por la política de la Unión Soviética y su tesis del “socialismo en un solo país”, que subordinaba los problemas locales a la necesidad de proteger a la “gran madre” del socialismo mundial. Caída la URSS, quedaron los lazos atávicos con China, Corea del Norte, Cuba, países de diversa distancia respecto de la ortodoxia soviética.
Lo que no se sabía era que el PC local adhiriese con tanto entusiasmo al régimen de Bashar al-Assad, el depuesto dictador de Siria, hijo del más brutal dictador Hafez al-Assad, con el que en conjunto detentaron el poder omnímodo durante 53 años. Cuando se tomó el gobierno, en 1971, Hafez al-Assad ya llevaba ocho años de conspiraciones, con lo que su centralidad en la política siria en realidad sobrepasa las seis décadas.
Hafez al-Assad fue un partidario oportunista de la Unión Soviética, y cuando esta se desplomó, apoyó a Estados Unidos en la guerra contra Irak. Su primogénito y sucesor designado, Basel, murió antes de tiempo y el reemplazo pasó a manos del hijo menor, Bashar, que asumió el poder en el 2000, con una política de aproximación a Occidente y seducción de Europa. Como muestra de buena voluntad, también liberó a miles de comunistas que su padre había encarcelado.
Ese esfuerzo terminó después del 2011, cuando la Primavera Árabe llevó la revuelta desde el Magreb hasta las puertas de Damasco. Bashar al-Assad se defendió con dientes y uñas, aplastó a grupos musulmanes y minorías étnicas, gaseó ciudades enteras y estableció cárceles infernales. Y pidió apoyo a Rusia e Irán para bombardear a sus opositores. Rusia tenía interés en obtener posiciones contra la OTAN; e Irán, en reforzar las suyas contra los sunitas de Arabia Saudita y contra su “enemigo existencial”, Israel. Los Assad son los principales responsables de la devastación del Líbano, un país al que utilizaron como base militar para Hezbolá, la milicia shiita financiada por Irán. Siria les prestaba un país, Irán pagaba los sueldos.
No hay organismo de derechos humanos que no haya calificado de genocida a este régimen, y la lista de crímenes denunciados supera toda imaginación. Bashar al-Assad, el joven refinado, culto e ilimitado, es la tragedia obscenamente desnuda del poder en el siglo XXI.
Pero para el PC chileno este hombre fue derrocado en un golpe de Estado en “una guerra sucia y temeraria”, dirigida por Israel y Estados Unidos, pasando por alto el hecho, ya público, de que esos dos gobiernos fueron tan sorprendidos como cualquiera por la ofensiva militar relámpago que en apenas 11 días liquidó al régimen de Assad. El PC lo atribuye a la “organización terrorista” Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ignorando también que en la asonada participaron a lo menos cuatro grupos de insurgentes. El PC pone el foco en HTS, lo que se parece sospechosamente al enfoque de Irán, no al de Rusia. Irán, recordemos, ha puesto un gran pie en Venezuela, desde que el régimen de Maduro busca ansiosamente aliados fuera de la región. En contraste, el gobierno de Putin ha tratado cautelosamente la situación, interesado como está en mantener su base naval de Tartús, la única que tiene en el Mediterráneo y una de las más importantes en sus ataques sobre Ucrania. En el calificativo de “terrorista”, el PC sólo coincide con Donald Trump, que puso a HTS en esa categoría al final de su primer gobierno.
Dado que no se conocen programa ni plan de HTS y sus aliados, la situación de Siria es altamente explosiva y ha reconfigurado el Medio Oriente de una manera radicalmente enigmática. No admite de ningún modo una simplificación como la del PC, excepto como tributo a la complicación que significa para Rusia… y para Irán. Es decir, para una autocracia y una teocracia. Es dudoso que se pueda simpatizar con ambos tipos de régimen y al mismo tiempo con la democracia. Algo es falso.
El PC razona con la lógica de la Guerra Fría rebajada a un elemento central: cualquiera que esté contra Estados Unidos es digno de admiración. Israel, desde luego, le parece una extensión de Washington. La declaración del PC ofrece como “prueba” de la complicidad de estos países en la revolución siria una frase de Netanyahu según la cual se abre una “oportunidad” para Israel. Como base de análisis, famélica.
La obstinación para atribuir al “régimen sionista” la inestabilidad del Medio Oriente sólo parece una broma de Daniel Jadue. No está a la altura de un partido que tuvo un intenso entrenamiento en la observación de la situación del mundo. Cierto es que ese ejercicio siempre estuvo velado por la ideología, es decir, esa “falsa conciencia”, esa certeza de estar en la cumbre de la razón. De allí los errores con el pacto nazi-soviético, con Stalin, incluso con Gorbachov. Pero en sus mejores versiones, el PC solía tener dirigentes capaces de ver el todo y no a un enemigo definido por la obsesión personal.
Los sirios se sienten diferentes que sus vecinos. Y lo son. La cultura siria tiene su sello de identidad dentro del tormentoso Levante. Parece una venganza de la historia que la familia Assad la redujera a una tiranía despiadada que llegada su hora huye en avión a Moscú, mientras sus ejércitos se quitan los uniformes a la carrera. En Siria se abre una gran interrogante y el centro de lo mucho que resta por saber es si por fin se atenuará en esa tierra el sufrimiento, el interminable sufrimiento.