Columna de Ascanio Cavallo: No está todo dicho
Medidas en casi todas sus dimensiones, las elecciones del fin de semana pasado significaron un fuerte retroceso del oficialismo: número de alcaldes, número de consejeros regionales y número de concejales. Sólo sigue siendo un tanto mayoritario en el número de población gobernada, si es que se mide por alcaldes, gracias a que prevalece en zonas urbanas; la izquierda parece haber perdido hace ya tiempo las zonas rurales y semirrurales.
Si se mide por gobernadores, ya tiene menos de los que tenía, aunque la mayor parte está por verse: en nueve regiones, incluidas las tres de mayor población, se producirá el 24 de noviembre una confrontación entre oficialismo y oposición (una décima se resolverá entre dos candidatos de izquierda y la undécima, entre dos candidatos de derecha). Nueve plebiscitos.
Si la política se limitara a los números, es posible que estas elecciones hayan iniciado ese viraje que desde el 2010 viene traspasando el gobierno a las oposiciones. A la razón electoral se agrega el efecto catastrófico del caso Monsalve, cuyo único aspecto “positivo” es que no ha convertido en rupturas las numerosas grietas que produjo en la unidad de la izquierda, que es, según parece, la principal preocupación del Presidente. Y se añade, sobre todo, el daño de sus figuras presidenciables: Carolina Tohá, tocada por Monsalve; Claudio Orrego, en riesgo después de no lograr ganar la Gobernación de Santiago en primera vuelta, y Michelle Bachelet, debilitada en las encuestas. Las cosas pueden cambiar, pero, por ahora, desde el lunes 28 el oficialismo carece de posibles candidatos competitivos.
En la derecha pasó casi todo lo contrario. Aunque es probable que haya esperado un triunfo más amplio, tendría que agradecer que el caso Monsalve haya quitado el foco en sus disensiones, que suelen ser el mejor motivo para que pierda votos. En el mismo paso obtuvo otra cosa, también gratuita: la consolidación de Evelyn Matthei en toda la línea.
El Partido Republicano falló en su apuesta radical contra Chile Vamos y no obtuvo los números necesarios para que José Antonio Kast reivindique un derecho al desafío; el saliente alcalde Rodolfo Carter tuvo una victoria resonante, pero no una razón para apresurarse… a menos que sea necesario; y la más peligrosa retadora, Marcela Cubillos, quedó inesperadamente fuera de combate. Este caso merecería un análisis más profundo, pero quizás requiere otro momento.
Que el camino se haya sanitizado para Matthei no significa que esté despejado. Quedan, desde luego, las nueve elecciones de fines de noviembre, que también serán una medida de la capacidad de la derecha para ofrecer gobernabilidad, algo que nadie puede dar por seguro todavía. Está claro que Matthei ha cometido menos errores que todos sus eventuales contrincantes, pero desde ahora estará sometida al más intenso fuego que haya conocido. Y todo eso por el largo año que queda, una carretera llena de trampas para derrapar.
La principal lección del caso Monsalve no es la debilidad del funcionario, sino la volatilidad psicológica en que se desenvuelve la política en estos días. Nadie parece libre de esto, pero en un ambiente con un exceso de aficionados y escasez de profesionales, cualquier tropiezo se puede convertir en una debacle.
El oficialismo y la oposición han competido, cada uno a su manera, para incrementar la desconfianza de los electores y no parece haber otra forma de neutralizar esa tendencia que construir estructuras de coordinación eficientes para controlar los riesgos. De paso, eso significaría también comunicar capacidad de gobierno. Las coaliciones vigentes compiten entre sí -Socialismo Democrático versus Frente Amplio + PC, en el oficialismo; Chile Vamos versus republicanos, en la oposición- para obtener la hegemonía, no para mejorar sus aptitudes de gobierno. Es una inclinación propia de la política, pero en momentos de estancamiento económico, vulnerabilidad del empleo y debilidad institucional, los ciudadanos la perciben como una mezquindad de unos dirigentes que ganan bastante dinero, no corren riesgos personales y se disputan el poder por lo-que-ya-sabemos. Y por eso votan en contra, ¿es tan extraño? Quienes obtuvieron los porcentajes más altos en los municipios hicieron lo contrario: mostrar preocupación por los ciudadanos, asegurar capacidad de gestión, ofrecer honestidad. No ha ganado el discurso de la transparencia -que ya no es mucho más que retórica vacía-, sino el de la humildad.
Estas elecciones mostraron una tendencia general -llena de excepciones, como siempre ocurre con este tipo de torneos- en favor de posiciones moderadas, competentes y sencillas. No se sabe todavía si esto es el inicio de un nuevo período, pero sí es una señal para el agobiante año que viene por delante.
Los que perdieron no pueden estar tranquilos. Y los que ganaron, menos.